Perfil bajo
JAVIER ZARZALEJOS
Domingo, 22 de febrero 2009, 04:07
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U na sociedad como la vasca, acostumbrada a las emociones políticas fuertes, parece estar viviendo una campaña electoral de inusitada levedad. Es posible que en los próximos días el clima electoral se caliente pero, por el momento, las preocupaciones tácticas en cada mitin, en cada declaración, en cada sonrisa forzada van muy por delante de los mensajes consistentes que habría que esperar en un país que, desde la cuestión lingüística hasta la violencia terrorista, pasando por la recesión económica, tiene planteados ante sí problemas cruciales de presente y de futuro.
Es verdad que la ilegalización -por fin- de las varias fórmulas con que ETA ha querido concurrir a las elecciones constituye un factor de distensión y tranquilidad ambiental que permite atisbar lo que significaría, de verdad, la normalización de la vida pública. Pero no es la feliz ausencia del brazo político etarra lo que extraña sino el bajo perfil que se aprecia en la competición política propia de un proceso con las expectativas que las elecciones del 1 de marzo han generado.
Se está dilucidando de nuevo la posibilidad de que el nacionalismo sea sustituido democráticamente. Con partidos que aparecen y coaliciones que se rompen, hay nuevos actores en la lucha electoral tanto entre los nacionalistas como entre los no nacionalistas. La ausencia de la izquierda proetarra amplía el espacio en juego. Y tampoco son desdeñables las implicaciones de los resultados para las estrategias globales del Partido Socialista y el Partido Popular. Unas elecciones, en suma, que en modo alguno podrían calificarse de continuidad sino claramente de cambio y que, sin embargo, no parecen ser vividas como tales por un electorado al que los mensajes de los partidos llegan amortiguados por una gruesa capa de cautelas tácticas.
Con singularidades en cada caso, los principales partidos en liza acusan su trayectoria reciente como una sombra inconveniente para la materialización de sus expectativas. Ibarretxe desempolva su traje de prudente gestor y hombre de números frente al personaje aventurero, radical y soberanista de planes diversos desde hace diez años. Los socialistas y los populares acusan el 'síndrome de 2001' con diferentes grados de metabolización. En todo caso, en 2001 la puja política en la que por primera vez se plantea una voluntad real de alternativa al nacionalismo con el compromiso de ambos partidos en torno a la integridad del Estatuto se ha convertido en un eco lejano y parece que chirriante para las actuales estrategias de movilización selectiva. Al Partido Socialista le faltó tiempo entonces para dar por caducada la construcción de esta alternativa que pasó a convertirse en un indeseable ejercicio de crispación en el que -se decía- la izquierda había olvidado que sustituir al nacionalismo ni era posible ni era deseable. Hoy, la viabilidad de una alternativa de gobierno reabre aquella gran brecha en la legitimación del nacionalismo como fuerza inevitable de gobierno tenida por indiscutible, e incluso conveniente.
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En el caso del Partido Popular, esta campaña pone a prueba su capacidad para revitalizar mensaje, organización y acercamiento a la sociedad. El PP es una fuerza política mucho más relevante de lo que creen los escépticos dentro de sus filas. Su trayectoria y las posiciones que lo definen tal vez resulten incómodas para las exigencias de la mercadotecnia actual pero representan valores referenciales políticos y cívicos que tienen cabida y peso en la sociedad vasca. Al analizar los resultados del 1 de marzo, habrá de tenerse en cuenta el esfuerzo que Antonio Basagoiti está desplegando para que los nuevos parámetros en los que el PP quiere situar su imagen no deterioren el acervo que esta fuerza política ha ido acumulando en su dura biografía.
Ante las diversas hipótesis de acuerdos de gobierno que podrían abrirse después del 1 de marzo, tal vez alguien repita a Patxi López el recordatorio con el que, en su día, Felipe González pretendió aleccionar públicamente a Nicolás Redondo: «No te equivoques Nicolás, nuestros amigos están en el PNV». Con motivos no sólo históricos, algo parecido podría decir Rodríguez Zapatero a pesar de sus insistentes declaraciones sobre el poder de decisión pleno que tendrá López para decidir alianzas si se presenta el caso. Navarra, donde Rodríguez Zapatero deshizo el acuerdo que quería el PSN con Nafarroa Bai, no es precisamente un precedente que avale la palabra del presidente cuando una determinada fórmula de acuerdo institucional -como la que querían los socialistas en la comunidad foral- choca con un interés estratégico del Gobierno. Entonces -2007- el apoyo prestado al Gobierno de UPN respondía a la necesidad de acreditar el obligado volantazo de Rodríguez Zapatero después de que ETA certificara la ruptura del alto el fuego y de que el PSOE saliera derrotado a nivel nacional en las elecciones municipales de mayo. Ahora no menos acuciante puede resultar la necesidad de consolidar los apoyos parlamentarios de un Gobierno tan escaso de fuerzas y de competencia política.
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os socialistas vascos no esconden su desdén por el Partido Popular más allá de lo que exige el guión de la confrontación dialéctica en campaña. Legítimamente, López mide su discurso al milímetro para mantener abiertas todas las posibles opciones -aunque las preferencias no sean las mismas- para construir así esa posición de centralidad que el PSE quiere explotar en estas elecciones. Precisamente por su empeño en mantenerse abiertos a todas las posibilidades desde su proclamada centralidad, los socialistas han de aceptar que entre esas hipótesis figuren varias que no pasan por la sustitución democrática del nacionalismo.
Los sondeos hasta el momento apuntan a que PSE y PP suman para alcanzar la mayoría absoluta frente a un tripartito que no podría reeditarse. Y sin embargo es posible que lo que ocurra al final sea un cambio sin alternativa. Es más, la cautela de los socialistas para evitar una movilización masiva del nacionalismo en torno al voto útil hacia el PNV es percibida por muchos como una oferta de cambio sin alternativa en la que los socialistas adquieren la condición de partido de gobierno en el País Vasco al precio de integrarse en el paradigma nacionalista, que no es lo mismo que hacerse nacionalistas aunque se le aproxime. Lo ocurrido en Cataluña es bien elocuente de que el cambio en el gobierno no conduce necesariamente a formular una alternativa política. Se podrá argumentar que el País Vasco no es Cataluña, que aquí el paradigma nacionalista está cuestionado. Y eso es verdad. Pero también lo es que el modelo de alianza permanente entre socialistas y nacionalistas no ha hecho más que reafirmarse allí donde ha podido y no hay ningún motivo para pensar que ese diseño con el que el Partido Socialista aspira a aplazar 'sine die' las posibilidades de que el PP gobierne se va a quebrar precisamente donde el discurso de la 'transversalidad' se trabaja con tanto esmero y donde 'moderar al PNV' vuelve a sonar no como una coartada oportunista para evitar la alternativa al nacionalismo sino como un esfuerzo meritorio para el que los socialistas estarían dispuestos a sacrificarse.
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Ese perfil plano que se observa en la campaña podría explicarse por que los votantes tal vez han percibido con más claridad de lo que los políticos quisieran que estas elecciones pueden ir de cambio -en el Gobierno-, de reajuste de la presencia del nacionalismo, pero desde luego no van de alternativa. Además, la crisis al tiempo que aprieta, parece estar acabando -en algún caso para bien- con las narrativas con las que se escribía la política vasca.
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