El crimen de Iurreta: detenido tras 14 años de huida
1898. ·
El homicidio ya estaba olvidado cuando arrestaron a Bartolomé: su compañera, Venancia, lo había delatado después de que la amenazase con un revólverEn 1898, 'El Noticiero Bilbaíno' se ventiló el crimen de Iurreta en once líneas. Eran solo un par de frases. «En Yurreta se suscitó el ... lunes último una acalorada cuestión entre varios individuos, a consecuencia de la cual resultó muerto uno de ellos, llamado Bautista Valdés», decía la primera, mientras que la segunda anunciaba la detención de cinco individuos que ya jamás volverían a ser nombrados en relación con el caso. La noticia era tan sucinta que –cosa rara para las costumbres de la época, muy dada a los señalamientos raciales– ni siquiera mencionaba que los implicados en la disputa fatal eran gitanos. Durante catorce años, nada se volvió a saber de aquel suceso, si exceptuamos los sucesivos llamamientos públicos para localizar a los herederos de Bautista, por los que nos enteramos de que el difunto, esquilador de oficio, procedía de Elgoibar.
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Era uno de tantos asuntos olvidados en una época de abundante criminalidad, en la que cuchillos y revólveres salían a relucir por la provocación más nimia o el motivo más absurdo. Desde luego, la investigación había quedado ya más que abandonada, pero en octubre de 1912 se produjo una inesperada novedad: el gobernador civil de Cantabria informó al de Bizkaia de que se había detenido a un hombre como autor de aquel homicidio ya remoto. En su telegrama, especificaba además que el arresto había sido posible gracias a la denuncia de la compañera sentimental del sujeto.
De aquellas once líneas escasas de la noticia original del crimen, se pasó a las más de trescientas de la crónica que 'El Liberal' dedicó al curioso asunto. En ella, el periodista detallaba qué había ocurrido en todo ese tiempo con Bartolomé López, un hojalatero natural de la localidad navarra de Osinaga, y su pareja Venancia Echevarría, que procedía de Durango. Los dos, que en el momento de los hechos llevaban juntos alrededor de una década, escaparon rápidamente de Bizkaia tras lo ocurrido en Iurreta. «Marcharon a otras provincias, corriendo un verdadero calvario, pues el hombre, que hasta entonces había tenido un carácter alegre y comunicativo, se volvió después de cometido el crimen taciturno y meditabundo, dando lugar a frecuentes disputas entre los amantes, que siempre terminaban llegándose a las manos», relataba el diario. Parece que Bartolomé, que en otras ocasiones se hacía llamar Martín, desarrolló además una agobiante obsesión por los guardias civiles, «a los que siempre creía en su persecución».
La pareja se marchó a Francia, donde se quedaron seis años, viviendo de lo que ganaba Bartolomé como calderero y paragüero. Pero, con el tiempo, remitió el miedo, y decidieron regresar con el propósito de instalarse en Asturias y buscar trabajo en las minas. A su paso por Cantabria, surgió el conflicto, cuando Bartolomé le dijo a Venancia que quería separarse de ella. En el enfrentamiento posterior, «el hombre, exasperado, amartilló un revólver y, apuntando con él a la mujer, le anunció que la mataría al menor disgusto que le proporcionase». El disgusto no tardó en llegar, pero no tuvo ocasión de vengarse: cuando estaban comiéndose un bocadillo en una taberna, Venancia vio pasar a un cabo de la Guardia Civil y le abordó para contarle lo que había hecho su compañero a finales del siglo anterior. Bartolomé, «en cuanto vio al civil, perdió el color, quedando como idiota», pero luego reaccionó y (siempre según la crónica de 'El Liberal') se despidió de su delatora con una vieja frase teatral, a medio camino entre la resignación y la amenaza: «No hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague».
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El asa de una cazuela
El arrestado ingresó en la prisión de Durango, donde protagonizó un comentado intento de fuga. Primero con el asa de una cazuela de porcelana, donde sus parientes le habían llevado comida, y después con una bisagra arrancada de una ventana, fue retirando la masa de una pared de mampostería hasta abrir un hueco de cincuenta centímetros de diámetro. El ruido de su excavación nocturna (en la que se iluminaba prendiendo cintas de alpargata untadas de tocino) despertó las sospechas de otros reclusos y de los administradores de la prisión. En una ocasión, Bartolomé achacó el revuelo a una pelea a patadas con unas ratas; otras veces, lo acabaron atribuyendo al rumor de la maquinaria de una panadería cercana. Pero, al final, lo pillaron en febrero de 1913, cuando ya tenía casi terminada su vía de escape. Un redactor de 'El Liberal' pudo charlar con él.
–¿Por qué ha pretendido usted fugarse?
–Para saldar una cuenta que tenía con mi mujer. Después, hubiera marchado a Asturias para trabajar hasta que me hubiese llegado la hora de morir.
El juicio se celebró en Durango en noviembre de 1913, cuando ya habían transcurrido quince años de los hechos. Y es ahí, en las informaciones de tribunales (que, ahora sí, llevaban titulares como 'Un gitano muerto'), donde se menciona por primera vez que el crimen se había cometido a tiros. Después de tanto tiempo y tanto revuelo, el abogado defensor pidió que se aplicasen las eximentes de embriaguez y legítima defensa y el jurado las contempló: Bartolomé, que en aquel momento tenía 59 años, resultó absuelto y «besó y abrazó a su abogado».
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Identidad confusa
Durante todo el proceso, reinó cierta confusión sobre la identidad del acusado, que a veces respondía por Bartolomé y otras por Martín. También se le atribuyeron dos lugares de origen: Osinaga (Navarra) y Bergara (Gipuzkoa). Tenía antecedentes por hurto de caballerías.
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