La 'carrera del siglo' en Sestao entre el cojo y el ciego
El desafío lúdico-deportivo que enfrentó a Ramiro y Miguel saltó a la prensa y la televisión nacionales y convirtió a ambos en personajes muy populares
Sábado, 19 de marzo 2022
Cuando leemos un diario de hace cincuenta años, a menudo nos sorprende lo mucho que han cambiado la sociedad y el propio periodismo en ese plazo de tiempo relativamente breve. Hoy, los medios no prestarían mucha atención a un desafío deportivo entre un ciego y un cojo, porque se tienen otras prioridades informativas y porque, caramba, ¡a ver si alguien se va a sentir ofendido! En 1969 y 1970, en cambio, las dos carreras en las que compitieron Miguel Dorado y Ramiro Gómez recibieron una cobertura generosa y entusiasta que se dedicaba, sobre todo, a celebrar el buen humor de los dos adversarios: la contienda se bautizó como 'la carrera del siglo', aunque su objetivo principal era pasar un buen rato, animar las calles y, ya puestos, recaudar algo de dinerillo para fines benéficos haciendo colecta entre el gentío.
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Sestao, 1969
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Admirado poeta Ramiro falleció en 2013, pero Miguel tiene 90 años y suele pasar temporadas en La Rioja (Argentina), donde es muy conocido en su faceta de poeta y autor de canciones como la popular 'Vuelvo a La Rioja'. También versificó sobre su desafío con Ramiro: «Resultaba singular / el ver un ciego en carrera / y al gallego que corriendo / parecía bailar muñeiras», dice una estrofa.
Ninguno de nuestros dos protagonistas era natural de la margen izquierda. Miguel (de 38 años en aquel momento, viudo y padre de dos hijos) era un asturiano que había pasado buena parte de su vida en Argentina y había perdido la vista ya de adulto, a causa de una meningitis. Se dedicaba a vender el cupón, lo que entonces solía llamarse los 'veinte iguales'. Ramiro tenía 42 años, había nacido en la población lucense de O Busto, tenía cuatro hijos y había perdido una pierna en un accidente laboral. Regentaba el bar El Parque, en la plaza del Ayuntamiento de Sestao, y solía tener como parroquiano a Miguel, con quien había desarrollado una buena amistad. Los dos solían bromear sobre sus respectivas discapacidades y, al final, aquellas chanzas repetidas se concretaron en un reto práctico: ¿cuál de los dos saldría vencedor en una carrera alrededor de la plaza?
La prueba se organizó para el 14 de diciembre de 1969, con ventaja para Ramiro (que tomaría la salida 70 metros más adelante) y lo que podríamos llamar tres metas volantes o, más bien, bebientes: al pasar por el bar Pechada, El Charro y el bar de Baldo, los atletas tendrían que hacer un alto y pimplarse los correspondientes txikitos. «Me las voy a ver negras para ganarle», calentaba el ambiente Miguel, en uno de los incontables juegos de palabras de aquellos días.
La primera edición de la carrera del siglo fue un poco caótica. «Jamás hemos visto un desorden tan fabuloso», resumía Munitibar en su crónica de EL CORREO. Con unos cinco mil espectadores en la plaza, apenas quedaba hueco para los dos competidores, y Miguel acabó cayéndose al tropezar con una señora que se interpuso en su camino. «Ramiro iba a paso rápido, apoyado en su cachava, y el ciego, cuando sabía que era recta, 'sprintaba'», relataba el reportero. Al final, la cosa quedó en un empate muy insatisfactorio, de modo que se convocó un segundo intento para el día de Reyes, con una organización más rigurosa. «Mucho es llamar 'la carrera del siglo' a una que se celebra dos veces en un mes», ironizaba nuestro diario.
El 6 de enero de 1970, a mediodía, en presencia de unas seis mil personas y con actuaciones previas de la banda de instrumentos de cartón El Despiste («muy conocida en los festivales internacionales de Wiesbaden, Pittsburgo y Romo») y de los niños txistularis de Sestao, los dos amigos se dispusieron a aclarar de una vez por todas quién era más rápido. Afrontaron aquel momento clave con estrategias opuestas: Ramiro se tomó unos vermús antes de la salida y Miguel se abstuvo de beber, proclamándose «atleta ante todo». En los puntos de avituallamiento, el primero tomó blancos y el segundo, tintos. Al final, fue Ramiro el primero en alcanzar la meta, en su propio bar, con un tiempo de tres minutos y veintiocho segundos. «Miguel entró dos segundos más tarde», detallaron los responsables del crono, asombrosamente precisos.
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La lotería y la boda
El desafío de Sestao llegó a la prensa y la televisión de Madrid e hizo mucha gracia a un grupo de periodistas que empezaba a conceder un premio mensual, el Mala Pata, a «una persona popular que haya tenido mala suerte inofensiva». El primero de los galardones (un llavero de oro con una pata de conejo, que ya se sabe que es un poderoso amuleto) fue a parar a Miguel Dorado, con el argumento de que perder una carrera contra un cojo era uno de aquellos colmos con los que se solían inventar chistes. El reconocimiento fue entregado por la presentadora y actriz Marisol González y, por supuesto, Miguel acudió con su amigo Ramiro como invitado de honor. «¡A lo mejor vamos a la carrera!», bromeaban antes de partir hacia Madrid.
Un año más tarde, los dos volvieron a aparecer en los periódicos. Igual que en la carrera, el primero fue Ramiro, que resultó agraciado con el Gordo de Navidad de 1970. Juan de Arana lo entrevistó para EL CORREO: «Puede escribir que hoy le he comprado veinte duros del cupón a Miguel Dorado y que le voy a invitar como se merece», le dijo. Días después, ya en enero de 1971, este diario daba cuenta de la boda de Miguel Dorado con Marisa, una compañera que vendía el cupón en la estación de Las Arenas. Y, en conversación con el mismo periodista, también él tuvo un recuerdo para su íntimo adversario: «Me han ganado el cojo y ella -sonreía, en referencia a la novia-, pero yo prefiero esta lotería que la que le tocó a Ramiro».
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