Cuando Carlos VII parecía imparable: así se montó el Estado carlista
La facilidad con que el pretendiente se movió por el País Vasco en verano de 1873, sin que las tropas gubernamentales lograran obstaculizar su marcha, reflejó el desastre liberal
Durante el verano de 1873 el carlismo se hizo con la mayor parte del territorio vasco. Los liberales, entre quienes proliferaban las tensiones por razones ... ideológicas, quedaban arrinconados en muy pocas guarniciones. A finales de verano, solo tenían San Sebastián, Irún, Tolosa, Pamplona, Vitoria, Bilbao y Portugalete, amenazada por el insurrecto general Andéchaga, que llegó a ocuparla transitoriamente, y que consideraba a esta población la clave para hacerse con Bilbao. En agosto se produjo el colapso de la estructura militar liberal, que fue abandonando las diversas guarniciones.
El dominio territorial del carlismo llegó a ser, por tanto, amplísimo. «Bilbao, la más opulenta, la más populosa, la más comercial y más próspera de las ciudades del Norte» era ya el principal objetivo del enemigo, evaluaba la prensa. Inició en julio de 1873 sus trabajos de defensa, pero la guarnición militar de que disponía era escasa y mal podían hacer sus veces los voluntarios bilbaínos, por mucho entusiasmo que demostraran.
El Gobierno de la República creía necesario responder a los requerimientos de Bilbao, pero «no le era posible atender a aquellos, pues de todas partes de la Península parecían brotar rebeldes. Cartagena solamente les tenía distraído un ejército numerosísimo». La sublevación cantonal resultaba política y militarmente fatal para el Gobierno.
Tenían razón los bilbaínos cuando se quejaban de la débil defensa del liberalismo y de la respuesta militar errática que daban a la sublevación, sin una estrategia definida. Por ejemplo, entendían que fueron «dudosas e inexplicables» las maniobras del general Lagunero, que al mando de una división marchó de Durango a Eibar… mientras por su retaguardia los carlistas conseguían pasar los fusiles desembarcados unos días antes, sin que mediase especial ocultamiento. Entendían que estas y otras marchas eran incoherentes y estaban cediendo el territorio al enemigo.
En realidad, a finales de julio y en agosto se produjo la debacle liberal en el País Vasco, que encerró a los liberales en las localidades mencionadas, dejando el resto del territorio al carlismo. Si no fue la causa, la mejor representación del desastre liberal y del éxito carlista fue la facilidad con que Carlos VII se movió por el País Vasco, sin que las tropas gubernamentales lograran obstaculizar su marcha.
«Entre aclamaciones del vecindario»
Tras entrar en España, por Zugarramurdi, el día del Carmen, el pretendiente se movió por Gipuzkoa y Navarra; se le adjudicó alguna acción victoriosa. Sin embargo, lo fundamental era que Carlos VII suscitaba el entusiasmo popular. «El vecindario aclamó al joven monarca y se organizaron bailes y festejos en su honor». Brillaba la moral carlista. En Los Arcos «le recibía la población entera, presidida por el Ayuntamiento en corporación y el clero, entrando en la iglesia bajo palio y cantándose un Te Deum». El 27 de julio entraba en Álava y llegaba incluso a Treviño. Salió de Vitoria una columna para detenerlo, pero se retiró sin entablar combate, «por prudencia». El día 30 entró en Orduña, ya estaba en Bizkaia, «entre aclamaciones del vecindario, estando la población iluminada y las casa luciendo colgaduras». Era un paseo triunfal y de exaltación carlista.
Como cabía esperar, por el simbolismo foral, la visita más esperada era la de Gernika. Marchó por Amurrio, Miravalles, Zornotza y Arteaga, sin que le saliese al paso tropa alguna: los carlistas se habían hecho con el territorio. El 3 de agosto entró en Gernika: «Saluda con emoción el árbol, venerando símbolo de las libertades forales». «El pueblo y la clerecía le recibieron ebrios de entusiasmo, acompañándole hasta la casa consistorial». Asistió al Te Deum que se cantó en la iglesia de Santa María; regresó al lugar en que se celebra las Juntas Generales; y «colocándose bajo el solio que sombrean las ramas del roble que simboliza las libertades vascongadas, juró respetar los fueros y devolvérselos a los vizcaínos en toda su integridad». Aún así en aquella ocasión no procedió al juramento de los fueros, acto que realizarían solemnemente dos años después.
Siguió luego su marcha por el País Vasco, recorriendo parte de Bizkaia, Álava y entrando en Navarra. La situación de los liberales comenzaba a ser caótica. Andéchaga puso en serios apuros a Portugalete y las columnas republicanas que operaban en Gipuzkoa quedaban bloqueadas, en Oiartzun y Renteria. No se sentían seguras las guarniciones de Berastegi, Zarautz y Aia, por lo que decidieron retirarse, tras destruir las instalaciones. El día siete abandonaron Salinas, Eskcoriatza, Aretxabaleta, Elgeta, Elgoibar, Deba, Azkoitia, Zumarraga, Segura y Legazpia. Fue una retirada en toda regla, que puso casi todo el territorio guipuzcoano en manos de Carlos VII, el día ocho los carlistas se hacían con Mondragón y si bien quedaban encerrados en Bergara, los carlistas se hacían con Soraluze, en cuya fábrica la Euskalduna lograron gran cantidad de municiones. En Bikzia, los liberales se vieron forzados a evacuar Markina, Durango, Bermeo y Ondarroa: al Gobierno de la República sólo le quedaban Bilbao y Portugalete.
En palabras de Delmas «la guerra tomaba otro carácter y los carlistas, que hasta esta época sólo se habían cuidado de proveerse de armas y municiones y de levantar prosélitos, se organizaron vigorosamente y se preparaban a pelear «Cada vez era más acuciante el temor a que Bilbao fuese sitiado, máxime con la debilidad militar de que hacían gala el Gobierno. Los voluntarios bilbaínos estaban movilizados y mostraron entusiasmo, pero eran pocos para hacer frente al ejército carlista, que se haría con miles de efectivos, organizados al modo de una estructura militar clásica. Muy pronto», asegura el escritor bilbaíno, «el Pretendiente se paseaba por todos los pueblos de Vizcaya, consiguiendo enormes adhesiones a su causa».
El ejército liberal se encerró en las plazas fuertes, dejando el campo en manos carlistas. San Sebastián, Tolosa, Irún, Bilbao, Portugalete, Vitoria y Pamplona eran los reductos de un liberalismo arrinconado.
En estas condiciones del dominio territorial, el carlismo organizó su territorio al modo de un Estado, con una estructura político-administrativa basada en las Diputaciones forales y la Junta Gubernativa de Navarra. Organizaron los suministros y relanzaron las producciones de armamento en Eibar y Soraluze, que proporcionaron la artillería. Asumieron prerrogativas propias de un estado. Dispusieron la leva obligatoria de soldados y se encargaron de financiar la sublevación con los impuestos provinciales, los ingresos de aduanas, los de la explotación minera y las requisas a los liberales. Esta fiscalidad -el único recurso económico sólido del carlismo, que fue incapaz de conseguir empréstitos exteriores- agotó pronto las capacidades contributivas, comenzando de nuevo los apuros.
La batalla de Montejurra
Otras medidas de las Diputaciones exponían su visión tradicionalista de la sociedad, como las que afectaban a la enseñanza, la introducción de un código penal o las disposiciones moralizadoras que prohibían los juegos de azar o regulaban el baile.
Tras la batalla de Montejurra (noviembre de 1873), en la que resistieron a los liberales, y la conquista de Tolosa, los carlistas estimaron que les era necesario tomar la iniciativa militar. El objetivo fue de nuevo ocupar Bilbao. De conseguirlo, daría así satisfacción a los anhelos rurales y tendría una plaza importante, de la que obtendría recursos y, posiblemente, el reconocimiento internacional como beligerante, necesario para lograr apoyos políticos y financiación exterior.
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