Bilbao prohíbe que los esclavos lleven armas
En 1559 dos caballeros quisieron impugnar la ordenanza «antigua, buena y justa» que se había promulgado para evitar «muertes y venganzas»
Hasta finales de los años 90 del siglo pasado la vinculación de los vascos con la esclavitud fue un tema ignorado, por no decir oculto. « ... El 'mito' de la excepcionalidad esclavista vasca estaba tan arraigado que ni siquiera la historia profesional lo cuestionaba», escriben los historiadores Óscar Álvarez Gila y Martín Rodrigo y Alharilla en la presentación del número 47 de 'Vasconia – Cuadernos de Historia-Geografía' (2023), dedicado a esta cuestión. Imperaba el postulado «de que los vascos no solo no habían participado en el comercio esclavista, sino que ni siquiera habían permitido en su territorio la misma institución de la esclavitud». Pero ese postulado era falso.
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Así lo demostró José Antonio Azpiazu en 'Esclavos y traficantes: Historias ocultas del País Vasco', un estudio publicado en 1997 que abrió la puerta a toda una corriente de investigaciones sobre la participación de los vascos en el comercio esclavista. Y también de la presencia de esclavos en Bizkaia, Gipuzkoa y Álava. Los poseían las grandes familias de la nobleza, comerciantes y funcionarios, que los tenían como servidores domésticos o personas de compañía. Ycomo escoltas, porque además había esclavos armados.
Así lo refleja la documentación de un pleito que se dio en Bilbao en 1559, por el que dos caballeros y regidores, Juan Martínez de Recalde y Ortuño de Zamudio, intentaron impugnar una ordenanza municipal que prohibía llevar armas a los esclavos que había en la villa. Para rechazar la norma, argumentaban que no se había tratado «en concejo abierto» y que se había anunciado de forma incorrecta, sin la «solemnidad ni publicidad que se requiere». Se había dado a conocer mediante «un cierto pregón» que se dio para recordar que «conforme cierta ordenanza ningún vecino de esta villa ni su jurisdicción pudiese tener ningún esclavo loro –mulato–, negro, indio, turco, canario, morisco, blanco ni judío, caso de que sean cristianos convertidos, con armas».
Juan Martínez de Recalde –padre del célebre almirante del mismo nombre– y Ortuño de Zamudio pedían anular el mandamiento porque «no tiene forma ni calidad de ordenanza vista y confirmada». De hecho, consideraban que en la práctica estaba derogada, «pues comunmente se acostumbraba en esta villa a tener esclavos de todas suertes y calidades, traerlos y servirse de ellos en todos los servicios y con armas».
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El asunto pasó a manos del corregidor, Egas Benegas, que dictó un auto el 6 de diciembre de 1559 para que el alcalde aclarase si la ordenanza cuestionada se había pregonado a pedimento de parte. Contestó que sí. A través del procurador general de la villa, la autoridad municipal recordó que «la dicha ordenanza es antigua, buena y justa y conveniente a la dicha villa y vecinos della». Además, «fue establecida y publicada» formalmente «y está incluída en el cuerpo de las otras ordenanzas» de Bilbao.
Frenar «los muchos daños»
La norma se había dictado tiempo atrás para poner freno a los «muchos daños que se hacían por los dichos esclavos que traían armas por satisfacer a sus dueños». Si, desde que se promulgó, algunos esclavos seguían circulando armados, no era por su derogación, sino «por negligencia y descuido» de las autoridades.
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Con consecuencias graves. Porque «por dicho descuido han sucedido muertes y muchos maleficios cometidos por los dichos esclavos en esta villa y su jurisdicción». Celosas «del bien común y buen gobierno de esta villa», las autoridades municipales «mandaron de nuevo publicar la dicha ordenanza con otras ordenanzas asimismo antiguas». Y precisamente porque pocos días antes un esclavo había cometido un homicidio.
El verdugo
Las personas esclavizadas en el País Vasco en la Edad Moderna podían acabar teniendo destinos insospechados. En 1564 la Junta de Zarauz nombró y recibió como verdugo a Jorge, un esclavo que estaba preso «en la cárcel pública desta provinçia. El señor corregidor le hizo açetar el dicho cargo», según recoge José Antonio Azpiazu en 'Epílogo: Reflexión sobre la percepción vasca del esclavismo en el pasado y en la actualida' ('Vasconia nº 47).
Señalaba además el procurador que los apelantes solo eran dos y actuaban por sus intereses particulares. Porque «aunque otros vecinos de la villa tienen esclavos, no los traen con armas». Los esclavos armados no eran muchos y además eran innecesarios en una tierra en la que abundaban «los libres cristianos hijoldalgo» muy ejercitados en el uso de las armas. Si los esclavos armados, «con ser tan pocos, han cometido los dichos maleficios ha sido por ser esclavos y de baja suerte y por ventura conjurados» para cometer «venganzas y maleficios» a las órdenes de sus dueños.
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El corregidor dio la razón a las autoridades municipales, desestimó la apelación y confirmó que en Bilbao los esclavos no podían portar armas.
El uso de esclavos como escoltas o como matones no era una rareza bilbaína. De hecho, era bastante común en muchas ciudades españolas del siglo XVI como Valladolid o Sevilla. En su tesis doctoral sobre la esclavitud en Extremadura (siglos XVI-XVIII), la historiadora Rocío Periáñez escribe que esta función estaba muy extendida, «lo que implicaba actuar como guardianes, defendiendo a los amos ante cualquier agresión, o como atacantes, si el dueño así lo precisaba». Ser escolta «no siempre fue una tarea fácil, pues llevaba aparejado ciertos riesgos. Podemos afirmarlo en aquellos casos en que los esclavos, atentos a velar por el bienestar de sus amos, se ven envueltos en disputas y peleas que sus dueños mantienen con otras personas. Las consecuencias normales de estas acciones solían llevarles a la cárcel, terminar heridos o, incluso, en alguna ocasión, muertos».
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