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Las aplicaciones de mensajería instantánea como Whatsapp están minando la confianza de las parejas Web

Por qué mentimos en WhatsApp y cómo detectarlo

Varios estudios identifican patrones de redacción que permiten detectar la insinceridad

Miércoles, 31 de octubre 2018, 00:16

Mentimos constantemente. Es inevitable. Lo que nadie predijo es que las nuevas tecnologías traerían consigo un repunte del engaño. Mientras que las conversaciones cara a cara ofrecen un valioso contexto: entonación, expresiones faciales y gestos manuales con los que interpretar las intenciones del interlocutor, las comunicaciones digitales permiten enmascararlos.

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«Algunas personas se han convertido en maestras del disimulo. Saben cómo redactar sus mensajes para que parezcan creíbles», explica Tom Meservy, profesor de la Universidad de Brigham Young y coautor de un estudio ampliamente mediatizado. Este experto ha determinado pautas de redacción comunes a los llamados 'mentirosos digitales', entre ellas un retardo en el tiempo de respuesta.

Antes de enumerarlas (junto a las averiguaciones de otros teóricos), hemos indagado en el quid de la cuestión. ¿Por qué miente el ser humano? Para Victoria Martos, terapeuta con dos décadas de experiencia, existen múltiples razones: «Una es el miedo a las consecuencias negativas de que algo se sepa. Miedo a que una infidelidad acabe en ruptura; para ocultar algo por vergüenza; miedo al rechazo, a la critica; para evitar conflictos interpersonales; por no saber decir 'no'... También se miente como instrumento para controlar y manipular el comportamiento de los demás y conseguir objetivos económicos, sociales o amorosos».

El germen de la desconfianza

La otra cara de la moneda es la desconfianza de amigos, cónyuges y familiares, in crescendo a la par que los usuarios de aplicaciones de mensajería instantánea (como WhatsApp). La ocultación facilitada de que hablábamos conduce a la paranoia de muchos: saber que lo que nos cuentan es verdadero resulta más difícil pantalla mediante, por lo que 'mejor andarse con ojo'.

Para Martos, el bombardeo informativo y la conectividad inmediata que propician los smartphones han transformado la manera en que se consolidan las relaciones humanas: «Hemos pasado del modo analógico al modo digital y eso hace que muchas personas prefieran esta manera de interacción, perdiéndose intimidad y comunicación en las relaciones afectivas».

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«Revisar constantemente el teléfono -prosigue la psicóloga- puede sumar conflictos a causa de la frustración de sentirse ignorado, o debilitar el vínculo por la falta de cercanía y complicidad. Las aplicaciones de mensajería instantánea dejan rastros de información como la ultima hora de conexión, si se está o no en línea... que en algunas ocasiones pueden generar sentimientos de celos, desconfianza y conductas de control excesivo: -¿quien te escribe ahora? -¿qué hacías conectado a las 2 de la mañana? -¿por qué no me contestas si estás en línea? Huellas que pueden generar malos entendidos entre amigos, pareja y familia».

Pero la desconfianza es tan sólo una de las disfunciones asociadas a la consulta o intercambio abusivo de mensajes: «El hecho de estar conectado permanentemente a aplicaciones de mensajería, perder la capacidad de hablar con otras personas sin dejar de consultar el móvil y sentir la necesidad de responder a los mensajes de manera inmediata indican un problema de adicción. Además, el uso irracional de WhatsApp puede convertirse en una interferencia grave en nuestro día a día y provocar pérdida de control, problemas de atención, concentración en el estudio o en el trabajo y también ser un obstáculo en la superación de una ruptura sentimental, cuando su uso se convierte en un instrumento para seguir controlando a nuestra ex-pareja».

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Rastreando una mentira

En el estudio de Meservy, un centenar de universitarios respondieron a un cuestionario por ordenador. La mitad de sus respuestas debían resultar falsas, de forma que los investigadores comprobasen la existencia de patrones. Los hubo: las mentiras incluyeron muchas palabras cortas, tardaron un 10% más de tiempo en redactarse y se editaron varias veces durante el proceso. En términos de WhatsApp, aquellos mensajes redactados con dificultad (del 'escribiendo' al 'en línea' sucesivamente), delatan falsedad o incomodidad en el emisor.

Otro estudio, realizado a expensas de la Universidad de Cornell, analizó 1.703 conversaciones para establecer sus propios indicadores. Los responsables encontraron que los mentirosos empleaban mayor número de palabras que quienes decían la verdad, sin importar el género ni la formación académica. De igual modo con la reiteración de pronombres personales y expresiones en primera persona: «yo», «yo soy», «mi»... resultan menos fiables que «tú» y «usted», según los responsables de la muestra.

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Las palabras evasivas o poco comprometedoras constituyen, por lógica, otra señal clara. La investigación listó ejemplos como «tal vez», «posiblemente», «claro», «seguro», «prueba», «trata de» o «puede».

Las siete huellas que deja el mentiroso

Pero quizás la 'metodología' más curiosa sea la propuesta por Tyler Cohen, oficial de la DIA (Agencia de Inteligencia de la Defensa) estadounidense. Alude a siete puntos considerados por jueces y policías para determinar si un acusado miente, lo que en argot suele denominarse 'análisis de declaraciones'. Para Cohen, debemos alertarnos cuando se cumplan la mayoría de estos supuestos:

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- Que nos repitan una idea de forma insistente.

- Que empleen un lenguaje distante, neutro.

- Que no respondan a lo que se les pregunta o lo hagan de forma escueta, cambiando de tema.

- Que utilicen términos ambiguos (las evasivas que comentábamos).

- O exculpatorios («para serte sincero», «no te preocupes», «me sabe fatal, pero»).

- Que opten por un estilo de redacción diferente al habitual.

- Que se produzcan discordancias en el tiempo verbal (que hablen en presente cuando lo estaban haciendo en pasado, por ejemplo).

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Recuérdese, en cualquier caso, que nada está escrito en piedra. Hablamos de experimentos sujetos a sus propias dinámicas, cuya extrapolación al común de los mortales puede meternos en aprietos. El mejor detector de mentiras siempre será nuestro sentido común; las circunstancias personales para con el interlocutor, que nos permitan interpretar el trasfondo de cada conversación.

Lidiar con el engaño

Llegados a este punto cabe preguntarse por los mecanismos idóneos para la 'rehabilitación' de quien se ha habituado a la mentira. Explica Martos que «el objetivo a nivel terapéutico es ayudar a la persona a que pueda valorar los factores que, en su caso, están manteniendo las conductas de mentir: actitudes personales rígidas, exigentes o críticas, miedo al rechazo o la desaprobación, dificultad para decir 'no', visión negativa de sí mismo y necesidad de agradar. Se busca que el paciente piense más allá de las consecuencias inmediatas, siendo consciente de las negativas a medio y largo plazo: pérdida de relaciones, falta de confianza, sentimientos de culpa…».

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No menos importante es la parte engañada (y decepcionada) por un ser querido: «A nivel familiar, sobre todo cuando trabajamos con padres o parejas, recomendamos que no se utilicen juicios ni etiquetas como «eres un mentiroso». De una parte, conviene describir la situación en que se ha producido la mentira y de la otra, cómo les ha hecho sentir. En último término ha de proponerse un pacto de sinceridad y verificar que existe un compromiso sincero de cumplimiento», concluye Martos.

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