Siete en casa en tiempos del coronavirus
Familia numerosa vizcaína ·
En el confinamiento tuvieron que pedir ordenadores y vivieron un parto. Ahora reducen el contactoJorge Garteiz-Gogeascoa y María Oraá tienen cinco hijos: Javier, de 11 años; Jorge, de 9; Ignacio, de 7; Asís, de 3 y la pequeña ... Teresa, con siete meses. Echen cuentas. Nació «en los primeros días del confinamiento», cuenta su padre. «Aquel momento no era como ahora. No sabíamos lo mismo del virus, ni el miedo era igual y los propios médicos no tenían la experiencia que han acumulado en estos meses». Fue un parto extraño al que finalmente pudo acudir el progenitor, aunque no era lo previsto. «Tuvo un problema respiratorio, nada que ver con el Covid, y pasó unos días en la UCI». «Mira, con las cosas que uno no puede controlar, no vale la pena agobiarse», sentencia Jorge. Y uno se da cuenta que, con ese espíritu, es más fácil capear un terremoto como el coronavirus.
La idea inicial era otra. Hablar de cómo sobrevive una familia numerosa en tiempos del coronavirus. Siete en casa, de diferentes edades, cada uno con sus obligaciones y relaciones sociales. Las posibilidades de contagio parecen dispararse en una sociedad con aforos reducidos al 50% y donde el Gobierno vasco pide que las reuniones sean más pequeñas que esta familia. ¿Cómo lo llevan? «Con calma. Seguimos las indicaciones que están dando las autoridades sanitarias. Los niños mayores saben que deben llevar siempre la mascarilla en la calle e intentar no tocar todo, que es una tendencia lógica en su edad. No llevar juguetes al parque y no compartir nada en el colegio es igual lo que se les hace más raro», relata. Lo cierto es que las nuevas generaciones, una vez superado el susto inicial, se acostumbran más rápido. «Yo creo que ellos lo llevan incluso con mayor naturalidad que nosotros. Lo han integrado como una rutina más. Siguen las nuevas normas con más facilidad. Cada uno tiene una mascarilla lavable de un color diferente y cada noche las lavamos y colgamos. A la mañana, se la ponen». Es un elemento más para ir al cole, como la chaqueta o la mochila.
«Si las Navidades son más pequeñas, unifamiliares, también aprenderemos algo, como pasó en marzo»
el lado positivo
«Hay otra parte que sí se les hace dura. Los amigos. No poder estar con ellos, no poder jugar con niños que ahora están en otra clase pero que son muy amigos». Eso es difícil siempre, pero más en determinadas fechas. «Acaba de ser el cumpleaños de Jorge y le hemos explicado que no lo podía celebrar como siempre, que podrían venir solo dos amigos de su entorno más cercano. Ahora nos vienen seguidos el resto de cumples y será parecido». Sucedió lo mismo «en el bautizo de Teresa, al que no pudieron acudir por aforo hermanos míos y de mi mujer». Otro de los hijos tuvo más suerte. «Asís hizo tres años en pleno confinamiento y le encantan los coches de Policía y pidió uno. Se nos ocurrió llamar a la Municipal de Getxo y fueron muy majos. Vino una patrulla a saludarle, tocó la sirena y les pudo ver desde el balcón. Fue una alegría enorme. Estaba flipando», agradece el padre.
Si cada uno de los cinco vástagos viera a cuatro amigos a la semana, habría una veintena de contactos, así que todo va en pequeñas dosis. «Jorge juega al tenis los fines de semana pero le hemos dicho que tiene que ser siempre con los mismos». Las Navidades se atisban «como algo familiar, unifamiliar me temo». «Pero seguro que son bonitas y aprendemos algo, como en el confinamiento. Fue duro pero disfrutamos mucho del tiempo juntos. Tertulias, palomitas, hacer juntos la cena...», rememora. Las tardes y noches eran hermosas pero las mañanas muy complicadas. «Te dabas cuenta de que alguno no había desayunado», recuerda entre risas. «Pedimos ordenadores y nos dejaron en el colegio porque no tenemos cinco tablets ni cinco portátiles. En las clases se volcaron, lo hicieron bien». Tantas horas juntos entre hermanos que comparten habitación, sin actividad física para desahogarse, también derivó a veces en las habituales peleas caseras.
«¿Ver a los abuelos? Con todo el cuidado y las medidas de distancia, pero sí lo hacemos. Si a mi padre le quito ver el partido del Athletic con sus nietos, le quito lo mejor de la semana. Y esto va para largo, hay que vivir con ello», analiza. «El confinamiento hizo que tuvieran que esperar para conocer a su nieta. Pero cuando se abrió, fuimos a verles». Hay que seguir con la vida, en las pequeñas y las grandes familias.
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