Euskadi se conjura contra el cáncer de próstata

Después de los de pulmón y colon, el de la próstata –el órgano generador de espermatozoides– es el tercer cáncer que más hombres mata. En España, 8,7 de cada 100.000 habitantes fallecen por esta enfermedad al alza. Si necesita un par de datos complementarios para hacerse una idea de lo que representa algo así, ahí va el primero. En colón y recto, esa referencia es de 9,4, es decir, casi idéntica. Yel segundo: los tumores prostáticos se cobraron en 2023 la vida de 6.011 españoles. Es prácticamente el mismo número de víctimas que sumó el cáncer de mama: 6.492. La conciencia social frente a una y otra enfermedad es, sin embargo, radicalmente distinta.

La investigadora clínica Ana Loizaga, del hospital de Basurto, tiene un argumento que explica tan errónea y arriesgada percepción. Un 85% de los pacientes supera el envite de la enfermedad. Pero son «tantísimos los casos» que se registran, que ese 15% de fatal desenlace acaba por ser menospreciado. Véalo de otro modo.

Mire a su alrededor. Piense en los hombres de su familia y círculo de amistades. Uno de cada ocho de esos varones será diagnosticado de la enfermedad. Además, en uno de cada ocho pacientes, el mal se extenderá a otros órganos. La metástasis le matará. En el mes de noviembre, dedicado a la concienciación del cáncer de próstata, ELCORREOha reunido a tres científicos para hablar de la investigación vasca frente a esta dolencia. Los tres coinciden en un mensaje esperanzador. Euskadi cuenta con un equipo investigador «de lujo».

Mikel Pujana (Vitoria, 1995) forma parte del laboratorio que lidera el reconocido científico Arkaitz Carracedo en el centro CIC Biogune. Su fascinación por la biología, que brotó en la adolescencia, le llevó a estudiar bioquímica y a interesarse por el cáncer. Su mentor le inoculó el interés por desentrañar los muchos misterios que aún ocultan los tumores prostáticos. «Nos falta por entender casi todo sobre qué pasa en el cáncer de próstata, cómo evoluciona, y cómo podemos tratarlo».

El grupo intenta desentrañar desde hace años los mecanismos de funcionamiento de unas moléculas llamadas poliamidas, determinantes en la evolución del cáncer y que, curiosamente, también tienen que ver con la alimentación. Para bien y para mal –y ahí está el auténtico desafío de su investigación–, resultan básicas en los procesos de crecimiento, desarrollo y envejecimiento humano.El cáncer se vale de unas sustancias absolutamente necesarias para la vida. «Ha habido ensayos clínicos con fármacos capaces de frenar su impacto sólo en células tumorales, pero se ha visto que no es suficiente. Hay algo que se nos escapa», reflexiona el joven científico.

La investigadora Ana Loizaga (Bilbao, 1964) forma parte del brazo clínico de esta misma red. Jefa del área de Uro-oncología del hospital de Basurto, versó su tesis doctoral en los factores que permiten pronosticar la enfermedad, con un trabajo que fue reconocido con un 'cum laude'. Su esfuerzo investigador, recogido por publicaciones tan punteras como 'Nature' y Cell', tiene como uno de sus principales ejes determinar qué pacientes se beneficiarán de la terapia para evitársela a los muchos que la reciben de forma innecesaria.

No es algo exclusivo de la urología, ocurre también en otras áreas de la oncología. Hay tumores que se sabe de entrada que no progresarán y otros sobre los que se conoce de antemano la necesidad de intervenir. En medio quedan muchos otros, la mayoría, sobre los que desgraciadamente no hay tanta certeza. Verificarlo no es algo banal, porque las terapias tampoco son inocuas.

El cáncer se vale de las hormonas masculinas para expandirse. Su control favorece la aparición en el paciente –no siempre– de efectos secundarios que impactan en la calidad de vida de él y de todo su entorno: incontinencia urinaria, disfunción eréctil... Su equipo, en constante coordinación con CIC Biogune, maneja información de más de 2.000 pacientes en busca de respuestas. «El día que las descubramos será fantástico», se apasiona.

La profesora de la Universidad del País Vasco (UPV/EHU) Verónica Torrano Moya (Barcelona, 1979) lidera la trinchera académica de la red investigadora. Tras realizar un postdoctorado en Londres, Carracedo la captó para su equipo, en cuyas filas trabajó hasta que en 2019 formó su propio grupo. Su laboratorio busca las razones que se esconden tras las metástasis y la manera de determinar qué pacientes acabarán desarrollándolas.

«Trabajamos desde la investigación básica en identificar herramientas que ayuden a los médicos de hospital a decir 'este paciente acabará teniendo un tumor agresivo'», explica la experta. En la búsqueda de ese objetivo, su equipo analiza la manera en que se comunican las células, el modo, detalla de manera gráfica, en que las masas celulares montan 'andamios' sobre los que crecer. «Si logramos entender ese lenguaje, podremos bloquearlo», precisa.

El camino ha comenzado a desbrozarse. «En Euskadi, siendo una comunidad pequeña, somos ricos en recursos humanos y mentes brillantes», define la investigadora. Ese enorme conocimiento necesita, aún así, de una mayor inversión en recursos técnicos y humanos. Financiación. Lo que falta por conocerse es aún mucho. El País Vasco diagnostica más de 2.000 casos al año. Fallecen unos 300 pacientes. Es casi uno al día.