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La odisea de Cristina

Sol de abril

VIOLENCIA DE GÉNERO ·

«En este mes sin poder salir de casa por el dichoso virus he vivido más tranquila que en los últimos doce años». Su vecina, Ainhoa, intenta ayudarle a remontar

Karmele jaio

Sábado, 13 de marzo 2021, 00:59

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CRISTINA, 2ºB

Hablan de catástrofe. Y de que a todas las personas nos está ocurriendo lo mismo al mismo tiempo. No saben de lo que hablan. En este mes sin poder salir de casa por el dichoso virus he vivido más tranquila que en los últimos doce años.

Nos conocimos hace trece. En menos de un año ya vivíamos juntos. Él necesitaba una mujer que pusiera en orden su vida, además de sus camisas y sus pantalones. Y creo que lo que yo realmente buscaba en él era poder posar mi cara en su pecho, que rodeara con sus fuertes brazos mi cuerpo, sentir su protección.

La protección de un hombre.

Su maldita protección.

Quién me iba a decir entonces que iba a acabar necesitando que me protegieran de él.

Cada persona busca lo que le han enseñado que debe buscar y a nosotras y a ellos nos enseñan a buscar cosas diferentes. Es lo que me dice Ainhoa, mi vecina, ahora que hablo todos los días con ella de balcón a balcón. En este nuevo tiempo he descubierto que Ainhoa siempre sabe ponerle nombre a todo lo que nos ocurre. Por algo es escritora. Eso también lo he sabido ahora.

Nos separamos hace año y medio. Me separé de él. Salí corriendo. Salimos mi hijo y yo. Mi hijo con un jersey de capucha y once años de tensión y gritos a cuestas. Fue un acto de autodefensa. Entendí que la protección estaba en cualquier lugar menos en su pecho. Primero salimos de casa los dos, luego el juez nos permitió volver y fue él quien tuvo que irse. No sé dónde vive ahora, pero sigo recibiendo sus mensajes y, cuando los recibo, deseo con todas mis fuerzas que viva muy lejos. Y cierro la puerta por dentro con llave. A veces mi hijo me pregunta por la noche, ¿ya has cerrado bien la puerta, ama?

Cristina: «Nos separamos hace #año y medio. Me separé de él. Salí corriendo. Salimos mi hijo y yo»

Antes de que llegara el confinamiento la amenaza era real, física. Ahora, desde que nadie puede salir de casa, pienso que él tampoco puede hacerlo y me tranquilizo. Además, es un alivio saber que ahora hay gente durante veinticuatro horas al otro lado de mis paredes. Sus pasos y voces me calman como un bálsamo; sus ropas colgadas en los balcones se han convertido para mí en banderas blancas; sus notas en el portal, salvoconductos para una vida mejor.

En doce años me convirtió en una isla. Esto también me lo dijo Ainhoa, lo de la isla. También ha sido capaz de ponerle nombre a eso. Durante los primeros años aún mantenía contacto con algunas amigas, los viernes tomaba algo con los compañeros de trabajo… El nacimiento de nuestro hijo fue la excusa perfecta para cortar con todo. Acabé dejando mi trabajo. «No te preocupes, con lo mío nos llega». Esa trampa. Me quedé aislada. Como decía Ainhoa, convertida en una isla.

Ainhoa y yo comenzamos a hablar al inicio del confinamiento, un día en que me preguntó si tenía algo de lana en casa, que la necesitaba para Jesusa, la del 3ºA. Me dijo que la mujer se pasaba el día haciendo punto, que eso la salvaba en días tan difíciles, y que se estaba quedando sin lana y, claro, con las tiendas cerradas era difícil conseguirla. Me contó que ella e Imanol, nuestro vecino de descansillo, llevaban una semana ayudando a Jesusa con la compra, bajándole la basura… Le dije que les podía ayudar.

Así, comencé a hablar todos los días con Ainhoa y terminé confesándole cosas sobre mi vida que no había contado nunca a nadie: los desprecios que viví los primeros años de convivencia con él, aún solo verbales; los empujones de los años siguientes, cuando llegaba tarde por la noche; las peticiones de perdón, llorando, el domingo por la mañana; la primera vez que me pegó, precisamente el día de mi cumpleaños, sin darme tiempo ni a quitarme aquel jersey que me regaló…

Y todo lo que le siguió: sentir que al cerrar la puerta de mi casa por las noches estaba echando la llave a mi propia celda; el enemigo en mi casa, en mi cama, en mi respiración siempre entrecortada, en mis movimientos silenciosos, como si quisiera pasar desapercibida todo el tiempo. Como si fuera aire. Como si fuera nada.

Con los cuellos estirados, asomando nuestras cabezas por la mampara que separa nuestros balcones, se lo conté todo. Bajo el sol de abril encontré en ella el pecho en el que posar mi cara que estuve buscando toda la vida en un lugar equivocado.

AINHOA, 2ºA

Te gustaría ayudarla, como a Jesusa, pero ayudar a Cristina no es tan fácil como subirle la compra a la vecina del tercero. Ha salido de lo que cínicamente se llama una «relación difícil».

Una relación difícil. ¿Es que hay alguna que no lo sea? A ti, con tus relaciones te ha pasado lo mismo que con esa novela que estás intentando escribir y no llega a arrancar. Desde que el hombre al que amabas se fue de tu casa, has intentado comenzar alguna relación, pero te has alejado en cuanto empezaba a coger forma. Los principios son fáciles, pero sabes por experiencia que es peligroso adentrarse en una relación, o mejor, dejar que las relaciones se adentren en ti. Llega un momento en que es difícil sacarlas de ahí adentro, que se pegan a tus órganos con una especie de pegamento de contacto. Y ni destrozándote las uñas es posible despegarlas. Si en ese momento la persona a la que amas se va de tu lado, te rompe, como se rompe una hoja de un relato que no sabemos por dónde continuar.

Te rasgaste como un papel cuando te abandonó. Y, a partir de ahí, no has dejado a nadie que entre más allá. No es fácil sobrevivir a un abandono. Esa catástrofe. Todavía guardas el frasco de colonia que se dejó olvidado en el armario del baño. Ya van dos años. En este tiempo no te has atrevido a tirarlo. Tampoco a volver a olerlo.

Sabes que ese miedo a volver a abrir tu vida a alguien es el que te ha mantenido tan prudente con Imanol estas semanas. Los dos vivís solos y sientes que a él también le gusta hablar diariamente contigo con la excusa de ayudar a Jesusa. Pero se está convirtiendo en una especie de necesidad y te da miedo. De ahí que tengas activadas las defensas. Aunque hoy se han desactivado un poco en el momento en el que, por fin, casi milagrosamente, se os ha ocurrido de dónde sacar la lana.

Ha ocurrido mientras hablabais en el descansillo. De repente, se te ha enganchado el jersey a un pequeño saliente de la pared y mientras intentabais desengancharlo juntos, se os ha ocurrido la gran idea.

Os ha faltado gritar Eureka.

Eso es. Sacaréis la lana de los jerséis, de las bufandas, de lo que sea que tengáis por casa.

Eufóricos, os habéis abrazado e Imanol ha aprovechado para decirte al oído que le has alegrado el cumpleaños.

Te has puesto tan nerviosa que ni siquiera le has felicitado.

-A la tarde me paso a recoger tu ovillo- le has dicho, y has entrado corriendo a casa.

Al cerrar la puerta, has sentido el olor de la primavera entrando por la ventana abierta del salón. Has respirado fuerte.

CRISTINA, 2ºB

Ainhoa me ha llamado desde el otro lado de la mampara, excitada. Me ha contado la gran idea que han tenido Imanol y ella de hacer una ronda en el vecindario, proponiéndoles que busquen jerséis que no usen para soltarlos y reutilizar la lana.

Me he reído. Pero la risa floja se me ha cortado de golpe cuando me ha dicho que yo también podría pasar por algunas casas a pedir lana. No sé si soy capaz. Tras todos estos años con él, siento amputadas mis dotes sociales y la confianza en mí misma. No le gustaba que hablara con gente que él no conocía.

Me lo dejó claro en aquel día, en mi cumpleaños, cuando me golpeó por primera vez. Llevaba puesto el jersey que me acababa de regalar. La brusquedad del golpe me recordó un accidente de coche que tuve una vez. Pero esta vez no se hinchó el airbag, sino la rabia de sus celos. Se había sentido incómodo cuando apareció a felicitarme por sorpresa un viejo amigo. Cuando volvimos a casa, me agarró fuerte del cuello y me puso contra la pared. A partir de ahí casi dejé de hablar con la gente. No hacía falta que me lo prohibiera, lo evitaba yo misma por miedo a que se enfadara.

Y ahora no sé si soy capaz de ir de puerta en puerta pidiendo ayuda.

Qué difícil. Pedir ayuda. Siempre es más difícil que darla.

AINHOA, 2ºA

Buscando en el armario has encontrado un viejo jersey color crema, con las mangas cedidas. Recuerdas que siempre metías las manos dentro y estirabas. Hay una parte de tu pasado en ese jersey. Mientras vas a por unas tijeras piensas que, a partir de hoy, también va a tener un futuro.

No olvidas el momento en que, tras el abrazo y sus palabras al oído, Imanol y tú os habéis mirado a los ojos durante un segundo. Te ha parecido un minuto. Qué capacidad la de nuestra mente de alargar los segundos como si fueran mangas de jersey.

La ventana del salón sigue abierta.

-El sol de abril… -suspiras, mirando al sol que entra e ilumina la alfombra. Y recuerdas aquel poema de Elliot que dice que abril es el mes más cruel «porque le acompaña una loca e inesperada gana de vivir».

Ainhoa: «Te gustaría ayudarla, pero ayudar a Cristina no es tan fácil como subirle la compra a la vecina del 3º»

No sabes si es justo pensar en el amor en medio de una catástrofe, pero ahora mismo te da igual. Vas al baño y abres el armario. Ahí está. El frasco de colonia que no te has atrevido a tocar en dos años. Lo coges por fin.

Tienes que encontrar algún papel para envolverlo. Sí, se lo regalarás a Imanol, por su cumpleaños, cuando pases a recoger su ovillo.

CRISTINA, 2ºB

Hace un mes, antes de que llegara el virus, hubiera sido impensable para mi hacer lo que hice ayer. Ir de puerta en puerta por el vecindario pidiendo ayuda.

Por eso sonrío mientras extiendo sobre la alfombra todas las lanas que he conseguido: lanas granates, marrones, azules, verdes… De diferentes texturas y grosores. Aún conservan la curvatura que tenían dentro del jersey o la bufanda de la que han salido.

Falta la mía.

He ido al armario, sabiendo qué jersey quiero encontrar. Está en el fondo.

Ha llegado el momento de deshilacharlo. De soltar todos esos hilos encogidos por el miedo dentro de él.

¿Me ayudas?, le he pedido a mi hijo. Y entre los dos, hemos soltado el jersey. Poco a poco primero, cada vez más rápido, con rabia, prisa y nervios al final. Mis manos temblaban.

Ha sido como soltar una vida entera.

Ahora solo me queda tejer una nueva.

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