La goma rosa
amor a distancia ·
Las dudas de Pablo. A casi 500 kilómetros de Alicia, es decir completamente solo. Y cuerdo además. Tan cuerdo que ahora mismo lo que está pensando es que su relación con ella tampoco tiene motor desde hace mucho tiempoluisa etxenike
Sábado, 13 de marzo 2021, 01:00
Y de pronto se acuerda de una de las expresiones favoritas de su padre: «bajar a vela». Porque Alicia ha vuelto a colgarle el teléfono. Esta vez sólo porque le ha dicho que desde el confinamiento duerme como un tronco.
-El mundo descalabrándose, y tú durmiendo como un tronco. Y encima lo dices como si nada.
-Será que al bajar la actividad tengo menos estrés.
-Para tener estrés primero hay que tener sangre en las venas.
Y le ha colgado. Ayer le colgó porque le dijo que se sentía cómodo con el teletrabajo.
-¡Cómo no! Todo el mundo echando de menos a sus compañeros y tú tan feliz, repantigado en casa.
La expresión salía en una de las batallitas que a su padre le gustaba contarle para que «te vaya apeteciendo hacerte mayor»:
-El primer coche que tuve fue un Seat 127, azul marino, lo estoy viendo; pero a mí me parecía que lo que tenía era un Ferrari, como te puedes imaginar.
A él le costaba imaginárselo, más bien le resultaba imposible, entre otras cosas porque no tenía la menor idea de cómo era un Ferrari y mucho menos un Seat 127, pero siempre le contestaba que «sí, claro» por no amargar; para que no desaparecieran ni la sonrisa de la cara de su padre ni los dibujos enérgicos que hacía con los brazos en el aire, y que para él, de alguna manera, significaban lo contrario de hacerse mayor porque le devolvían a la alegría concentrada, olvidada de todo, de la infancia.
-Lo que pasa es que aún éramos estudiantes y siempre andábamos muy justos de dinero, como te puedes imaginar; así que para ahorrar gasolina, las cuestas las bajábamos 'a vela'. Ya te enseñaré un día dentro del coche cómo se hace. Apagas el motor, pero tienes que dejar el contacto metido; luego quitas el freno de mano y ya está; te mueves y empiezas a coger velocidad por la simple atracción de la pendiente.
Su padre ahora no anda justo de nada y no necesita bajar ninguna cuesta 'a vela'; y además la pandemia le ha pillado en su apartamento de Málaga y ahí se piensa quedar todo el tiempo que haga falta, «tan ricamente», confinado con su novia, una venezolana treinta años más joven que él, que le tiene «loco perdido».
Y a su madre también alguien le debe de tener loca perdida en alguna parte lejana del mundo...Vietnam o Tailandia o Australia...porque desde hace muchas semanas no le ha mandado ni un mínimo whatsapp.
En cambio él está aquí, a casi quinientos kilómetros de Alicia, es decir completamente solo. Y cuerdo además. Tan cuerdo que ahora mismo lo que está pensando es que su relación con ella tampoco tiene motor desde hace mucho tiempo; que Alicia y él se han convertido en una pareja que vive «a vela», en una permanente cuesta abajo, moviéndose sólo por la simple inercia de la pendiente.
Y se siente menos triste, de pronto; o a lo mejor sólo aliviado por haberlo pensado tan sencillamente. Por haber entendido con tanta naturalidad que esa es su situación; y que las buenas relaciones de pareja siempre tienen motor, y por eso lo mismo pueden bajar que subir cuestas. Incluso las más empinadas. Y que ahora de lo que se trata es de saber si él quiere o no ponerle un motor a su relación con Alicia. Y eso no lo ve con la misma claridad, pero cree que sí. Más bien siente que sí.
Y lo siente dónde siente él todas las cosas, justo debajo del ombligo. Y siempre le ha parecido que es un lugar poco elegante para que se manifiesten ahí las emociones y los sentimientos; pero es así, no puede evitarlo. Aunque es posible que el cuerpo no se distinga a sí mismo desde dentro como lo distinguimos desde fuera. Y para el cuerpo interior una rodilla sea igual que un oído; y un ojo que un pulmón; y un punto en medio del vientre lo mismo que otro en el centro del pecho. Y en ese vientre que a lo mejor equivale al corazón, y es por lo tanto perfectamente digno de acoger el dolor de la pérdida; en ese punto siente ahora mismo la punzada quemante del abandono, de la infelicidad de quedarse sin Alicia para siempre.
Pero deja que suene el teléfono aunque es Alicia.
Y vuelve a dejar que el teléfono suene hasta aburrirse, aunque es Alicia.
Y llama a su padre para ganar tiempo y para preguntarle cómo le vuelve loco perdido esa mujer venezolana, que se llama Morella.
- Pues de mil maneras, hijo. Y te hablo poco porque en cualquier momento va a salir de la ducha. Hoy por ejemplo se ha pasado no sé cuánto tiempo peinándome, y como tengo el pelo ya bastante largo me ha hecho una coleta con una de esas gomas de chica.
- ¿De qué color?
- ¿El qué?
- La goma.
- Pues no sé; espera un poco que me miro por detrás en el espejo...Es rosa. Y ahora te cuelgo que ya la oigo salir.
Vuelve a sonar el móvil y esta vez lo coge.
- ¿Qué pasa, que si yo no llamo ya no hablamos?
- Perdona, pero es que estaba charlando con mi vecina.
- Vaya novedad. ¿Desde cuando te relacionas tú con tus vecinos?
- Estos son nuevos. Hablo sobre todo con ella. Es venezolana, se llama Morella, y es muy simpática. Y mucho más joven que su novio.
- Qué típico. Ya me hago una idea.
- Él tiene un trabajo de esos prioritarios así que puede salir.
- Y ella no, claro.
- Perdona Alicia pero te voy a colgar un momento. Están llamando a la puerta y seguro que es Morella que me trae la lista de la compra. Le he dicho que no me importa hacerla yo para los dos, y así ella se expone menos. Te vuelvo a llamar enseguida.
Pero tarda en llamarla. Y mientras tanto le manda un whatsapp a su madre que efectivamente está en Australia.
- En las Blue Mountains, cariño. Un auténtico paraíso. Aquí ni Covid ni nada que se le parezca. ¿Y a vosotros cómo os va?
- Regular, porque Alicia y yo que ya nos veíamos poco antes del confinamiento, ahora no vamos a poder vernos nada en no sé cuánto tiempo.
- Hay ausencias que triunfan, como dice el bolero. Pero hay que saber hacerlas triunfar, Pablo.
«Sí, poniéndoles el motor de un Ferrari», va a decirle; pero su madre también debe de tener a alguien a punto de salir de la ducha, y le ha colgado.
Pone el teléfono en modo avión, para tener la impresión de estar él también metido dentro de un viaje. Desplazándose o mudándose. Dejando atrás lo viejo y acercándose a algo nuevo que no sabe aún como es, pero que le gustaría que fuera muy distinto de lo conocido. Un vuelco completo. Una especie de Australia para su vida, que seguro que no se siente en el vientre, aunque todas las partes del cuerpo valgan lo mismo, sino en las antípodas del vientre. Que ya se imagina, en realidad ya sabe, dónde quedan.
Y abre la tablet y se pone a repasar las fotos antiguas de Alicia, porque recientes no tiene. Y en todas esas imágenes aparece su pelo precioso, largo, negro, ondulado… que él nunca ha peinado durante no sé cuánto tiempo ...y mucho menos lavado dentro de la ducha o fuera de ella. Como aquel hombre en una película que vio, aunque a lo mejor esa escena no pertenece a una película sino a un sueño; un hombre que le lavaba el pelo a una chica en una fuente en medio de una plaza. Le lavaba el pelo muy despacio, con mucho cuidado, porque a ella se le había llenado de arena o de barro. Se veía que los dos estaban muy contentos. La chica sonreía con los ojos cerrados, y él sonreía con los ojos abiertos, para poder ver muy bien la suciedad y eliminarla.
Y quita el modo avión porque siente que ya ha llegado a otra parte.
- ¿Has necesitado una hora para recoger una lista de la compra?
- Perdona, Alicia, pero es que nos hemos puesto a hablar y nos hemos entretenido.
- ¿Y se puede saber de qué habéis hablado tan entretenidamente?
- De cortar o no.
- ¿El qué?
- Es que Morella era peluquera en Venezuela, y como yo tengo ya el pelo bastante largo, me ha dicho que si quiero me lo corta.
- Pues no veo por qué te lo tienes que cortar, y menos ahora, para estar encerrado en casa.
- Es que se me viene a la cara y me molesta mucho para trabajar en el ordenador.
- Ya...pues haz lo que quieras.
Evitar que se despeñe
¡Pero esto último Alicia lo ha dicho en otro tono, con otra voz. Con la voz que te sale cuando en algún punto equivalente de tu cuerpo sientes el quemazo del miedo a la pérdida; la punzada penetrante de la infelicidad.
Y él sabe lo que tiene que responderle ahora a su novia, para que lo que tienen no se despeñe por la tentación de la pendiente. Y se estrelle y se achatarre definitivamente como un coche sin dueño, sin alegría.
- Aunque también me puedo hacer una coleta para trabajar. ¿Qué te parece? El otro día, arreglando el armario del baño, me encontré una goma tuya del pelo. Una goma rosa.
- Si es rosa…
«No puede ser mía», iba a decir Alicia, seguro, pero no sigue. Y a cambio le contesta, como quien le pone un motor a la ausencia para hacerla triunfar:
- Pues hazte una coleta con la goma ésa. Pero no te cortes el pelo.
- No me lo voy a cortar si tú no quieres.
- No quiero.
- ¿Sabes lo que quiero yo, cuando se pueda?
- ¿Qué?
- Lavarte el pelo con mucho cuidado y luego peinártelo durante no sé cuánto tiempo.
- Qué gusto.
- ¿Por qué no nos hacemos una videollamada? Me muero de ganas de ver tu carita de gusto.
- Y yo de ver la tuya.
- Pues te llamo.
- No tardes.
- Ahora mismo.
Para Ángela, Manuel y Pepe