Por qué triunfan los gurús
Las redes sociales, el púlpito de los nuevos mesíasEn la sociedad moderna tenemos más preguntas que respuestas y necesidad de esperanza, lo que da alas al triunfo de estas extravagantes figuras
¿Por qué un médico que habla de que hay vida más allá de la muerte viene a dar una charla a la ciudad pasado ... mañana y vende todas las entradas semanas antes como si de una estrella de rock se tratase? No es el único: en los últimos años, se han multiplicado los perfiles que arrastran masas con mensajes de impacto que prometen enseñarnos a ser felices, a convertirnos en los mejores jefes, a ser los más motivados... Son los gurús, un fenómeno que llega desde Estados Unidos pero que ha encontrado en nuestro país el hueco perfecto. ¿Tan necesitados estamos de que alguien nos coja la mano y nos muestre el camino?
«Hay una sobreabundancia de preguntas y una gran debilidad de respuestas», define el sociólogo Mariano Urraco, también profesor en la Universidad Complutense de Madrid. Pero esto no explica por sí solo el fenómeno, va unido a algo más: «El ser humano tiene desde siempre una necesidad básica en su propia naturaleza: la esperanza», explica Isabel Aranda, doctora en Psicología.
Y la unión de ambas variables crea el caldo de cultivo perfecto para que prosperen discursos casi mesiánicos. «Ante la complejidad del mundo, nos encontramos perdidos», desliza el docente. Así que nos agarramos a un clavo ardiendo con tal de encontrar una pequeña vía que nos permita vislumbrar donde está el camino por el que transitar. Y los gurús lo saben.
«Cualquier producto bien empaquetado y con una campaña de marketing buena detrás nos atrae»
Mariano Urraco
Sociólogo
Solo así se entiende, por ejemplo, el triunfo del indescriptible Amadeo Llados con su lema «si tienes panza te faltas al respeto, si no tienes dinero, también», que se está haciendo rico –más aún, pues viene de una familia acomodada– vendiendo cursos para «ganar el primer millón» a mil euros la inscripción. Nos da donde nos duele. «Antes nos vendían crecepelos», recuerda la también vocal del Colegio de Psicólogos de Madrid. Ahora nos prometen riqueza, felicidad, salud, satisfacción...
Y lo hacen de la mano de otra piedra angular del fenómeno: las redes sociales, que han multiplicado el alcance de los discursos hasta conseguir tocar a partes de la sociedad a los que no hubieran llegado de otra manera. «Gracias a ellas, ha cogido una dimensión que es muy muy problemática a nivel social y psicológico», añade Aranda.
Somos capaces de pagar por cursos que prometen, por ejemplo convertirnos en 'brokers' de criptomonedas sin haber acabado siquiera el instituto, o de superar traumas y duelos sin pasar por la consulta de un especialista, algo que en frío parece insostenible. ¿Cómo se explica esto cuando se supone que estamos en la sociedad más y mejor formada de los últimos siglos? «Porque también estamos en una sociedad de consumo. A lo largo de nuestra experiencia social, estamos consumiendo cosas. Entonces, cualquier tipo de producto que se ofrezca bien empaquetado, con una campaña de marketing detrás, una buena puesta en escena... nos atrae», desliza Urraco.
Crisis de pensamiento
A partir de ahí, la bola de nieve empieza a rodar y a crecer. Basta con que una persona de nuestro alrededor comparta algo del gurú de turno para que te pique la curiosidad. Si rascas un poquito empiezas a ver que tiene seguidores, que escribe libros, participa en podcast... Y así se crean las figuras que luego son capaces de vender todas las entradas para sus charlas. «Pasa como con los músicos: cuando llenan un estadio y van a otra ciudad, se promocionan y piensas 'pues si van tantas personas a verlos, serán buenos'», ejemplifica el profesor. En el refranero popular hay una expresión que se ajusta a la situación: «¿Dónde va Vicente? Donde va la gente».
Pero, evidentemente, esto no se entiende sin esa necesidad de que alguien nos diga 'por aquí sí es'. En una sociedad como la nuestra, la libertad de expresión prima. Es decir, cada uno es libre de decir casi lo que quiera. Somos los que escuchamos los que podemos poner límites o los que tenemos en nuestra mano creernos los axiomas... o no. «Sin embargo, vivimos una crisis de pensamiento crítico», alerta Urraco. Y esto es lo que hace que triunfen hasta los discursos más locos. «Hay una dificultad para discernir las verdades, las realidades, lo que son interpretaciones, lo que son hechos...». Y hay prisa:«No tienes tiempo para contrastar lo que oyes. Solo vas cogiendo retazos de lo que te suena bien y parece recubierto con un traje de verdad».
«Hay que discriminar»
Yolanda Artero, presidenta de la Sección de Psicología Coaching del Colegio Oficial de Psicólogos de Catalunya, asiente, pero también apunta a otro ingrediente del que no somos víctimas, sino culpables: «En el éxito de los gurús hay un parte de comodidad por nuestra parte». Wim Hof, consejero de la actriz Gwyneth Paltrow, de la cantante Rita Ora y otras celebridades, ha conseguido relevancia vendiendo que el frío extremo sana. El holandés, de 60 años, asegura que su terapia de frío entrena al cuerpo a controlar a voluntad al sistema inmune y a las hormonas. Y de hecho, se plantó en el Everest en pantalones cortos para subir hasta la cima, aunque no lo logró –se quedó sobre los 7.200 metros– porque se lesionó un pie.
Al estar sumergidos en un maremágnum de dudas y pocas certezas, «queremos que desde fuera nos digan lo que hacer», continúa Artero. Y nos mostramos predispuestos a asimilar los discursos de cualquiera que estén bien construidos, que manejen vocabulario, que tenga un currículum o aporten cierta experiencia vital. «Relegamos la necesaria proactividad», señala la profesional, que no es otra cosa que ver de todo lo que oímos qué tiene sentido y «tomar nosotros las riendas».
– ¿Hay que taparse los oídos ante los gurús?
– No. Es bueno escuchar a todo el mundo. Podemos hacer un curso o ir a una charla, pero nuestra manera de acercarnos debe ser con una mirada crítica y discriminando de todo lo que dice lo que es bueno para nosotros, lo que es compatible con nuestra vida, lo que es viable. Además de tener claro que nadie nos va a sacar las castañas del fuego. Eso lo tenemos que hacer nosotros.
La polémica, el recurso para hacerse oír más que el resto
A los gurús no les asusta la polémica. Al contrario. Muchos hacen de ella su bandera. Saben que tienen un discurso disruptivo, que choca con lo que se practica, pero siguen adelante con él. En algunos casos, convencidos de que las cosas se pueden hacer de otra manera por su experiencia. En otros, solo para hacer ruido y que se les oiga por encima del resto. Es decir, como técnica de promoción. Ya lo dijo Ivy Lee, que hablen de ti aunque sea mal.
«La polémica funciona por dos motivos: uno es que no hay nada como un ellos para crear un nosotros», señala el sociólogo Manuel Urraco. Es decir, al polarizar la sociedad hacen que la gente «más perdida o más aislada» pueda tener un grupo al que sumarse. Y da igual si la confrontación o la división es real o si, en el fondo, el gurú no piensa de una manera tan radical. El caso es que se hacen dos bandos y la gente se siente obligada a posicionarse en uno e, incluso, aliviada por ello.
El otro motivo por el que polemizar da puntos en la sociedad posmoderna es porque está muy de moda ser rebelde. «Durante mucho tiempo lo valioso era la deseabilidad social y eso implicaba o llevaba implícito tener o seguir un discurso políticamente correcto», relata Urraco. Ahora no: «Ahora se está observando la tendencia contraria: la gente no quiere formar parte del rebaño».
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