«Perdí el dinero de un viaje familiar jugando a la ruleta»
Unai Garma se enganchó con 15 años a las apuestas deportivas,lo que le llevó «a perder amistades y dejarlotodo de lado»
Unai Garma, un bilbaíno de 26 años, se enganchó a las apuestas deportivas sin querer y sin darse cuenta. O sin querer darse cuenta. La ... primera vez que jugó tenía 15 años. Iba los fines de semana con sus amigos y compañeros de equipo de fútbol a un salón de su municipio. «Es muy común hablar sobre la ruleta y las apuestas en estos ambientes», reconoce. Le gustaba la «adrenalina» y lo veía como una forma de disfrutar de su gran pasión: el deporte.
Poco tiempo después estaba ya enganchado. Comenzó a visitar ese local entre semana y a apostar mayores cantidades de dinero. «No pensaba que tuviera un problema, por lo que cada vez iba más», explica. Recuerda su 18 cumpleaños como un día clave en su relación con el juego: «Me sentía con más autonomía, lo que me llevó a aumentar todavía más las cuantías que jugaba... y perdía».
Con el transcurrir de los meses, el tiempo que Unai pasaba en los salones de juego iba en aumento. Empezó a ir a primera hora de la mañana, antes de acudir a la universidad. Y después, directamente, dejó de presentarse a las clases y de juntarse con amigos y familiares. «Aunque empecé apostando a competiciones que sigo habitualmente, como fútbol o baloncesto, al final jugaba sin ningún criterio. Me daba igual, ya podían ser galgos, la liga china o críquet, sentía un impulso que me llamaba», recuerda. «Sin darme cuenta dejé de disfrutar del deporte y dejé todo de lado». «Si ganaba algo, lo perdía al día siguiente. Pero, aún así, regresaba con la esperanza de recuperar lo perdido», cuenta. Sin embargo, Unai no tenía ingresos propios. «Mentía a mis padres diciéndoles que necesitaba dinero para la universidad o para una cena y lo gastaba en la ruleta. O, directamente, les robaba».
«Si ganaba, lo perdía al día siguiente, pero aún así volvía para intentar recuperar lo perdido», reconoce
En silencio
Unai vivió toda esta adicción en silencio. No lo sabía nadie. «Recuerdo pasar noches enteras llorando en la cama por todo lo que había perdido, pero aún así el siguiente día volvía a apostar», explica. «Dejé de quedar con mis amigos por miedo a mirarles a la cara, a uno de ellos le debía 1.500 euros de una cuenta online conjunta que teníamos. Estaba solo, aislado y sin recursos para enfrentame a la ludopatía que había desarrollado».
Un día, en cambio, se vio obligado a dar explicaciones a sus padres. «Después de gastarme en apuestas los ahorros de un viaje familiar, se lo conté. Al principio se sorprendieron, pero después se enfadaron y me obligaron a recibir tratamiento», cuenta, «Recuerdo mi primera terapia grupal. No quise entrar, pero mi madre me obligó. Era eso o que me echara de casa».
Ahora, siete años después, Unai se enorgullece de llevar todo este tiempo sin apostar. «Hice todo este proceso sin contárselo a nadie. Mis amigos se enteraron de lo que había sufrido mucho después », explica para después asegurar que ha conseguido recuperar las amistades que perdió. «Pese a todo, sigo siendo ludópata, es una enfermedad que me va a acompañar durante toda la vida».
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