«No odio a los niños ni soy despiadada. Pero no quiero tener hijos»
Las parejas sin hijos son ya el doble que hace 30 años, pero el estigma persigue aún a la mujer que elige voluntariamente no ser madre
«Tenía edad suficiente para decidir ser madre, pero no para decidir que no quería serlo». Diana tiene 27 años y no tendrá hijos. Porque ... no quiere. Su testimonio se puede leer en la web 'We are children free', un sitio que recoge las historias de hombres y mujeres (Diana es de Suiza) que han elegido voluntariamente no tener descendencia. «Ni estoy confundida, ni soy despiadada, ni odio a los niños» (Tereza, 29 años, Canadá), «Celebro no ser madre con el mismo entusiasmo que lo hace la que se queda embarazada» (Rachel, 39, Irlanda), «Me da igual lo que me haya perdido, siempre supe que no sería feliz como padre» (Renée, 38, Estados Unidos).
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Encontrar testimonios así en el mundo offline es más complicado. «El estigma aún existe. Nadie que tenga hijos tiene que dar explicaciones de por qué lo ha hecho, pero renunciar a la maternidad es todavía un tema tabú, sobre todo en el caso de las mujeres. O se las tacha de egoístas o se piensa de ellas: 'pobrecillas'», sitúa el contexto Nancy Anne Konvalinka, profesora de antropología cultural de la UNED.
A Irene Olmo, ilustradora cordobesa de 47 años, le han colocado ambas etiquetas. «Como ya tengo cierta edad han dejado de presionarme. Ahora ya solo me miran con cara de pena. '¡Ay!, ¿quién te va a cuidar?'. Pero yo veo los asilos llenos de ancianos con hijos». Cuenta su particular travesía por el desierto en el cómic 'No quiero ser mamá' (Bang Ediciones).
En la primera página (tiene 112) se retrata con 6 años –«de niña me encantaba jugar a mamás»–, transita por una adolescencia en la que solo le faltaba «saber cuántos churumbeles tendría», pero aterriza en la etapa adulta sin que el instinto maternal haya asomado. «Toda la gente daba por sentado que iba a tener hijos, la cuestión era cuándo. Se había puesto en marcha una cuenta atrás. Pero, por cada razón a favor de procrear, yo encontraba veinte en contra. ¿Me hacía eso menos mujer?, ¿tenía alguna especie de defecto?», reflexiona en la obra. No se libera de la presión social hasta la página 105. «Yo ya lo he superado, pero mi decisión debía haber sido algo íntimo y no público. Si no has podido tener hijos por una cuestión biológica o por falta de recursos económicos la sociedad te comprende. Pero cuando explicas que es porque no quieres a la gente le cuesta mucho más empatizar».
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Ha crecido mucho el colectivo de 'incomprendidos'. Hace treinta años las parejas sin hijos rondaban los 2,5 millones en España, según los datos del Instituto Nacional de Estadística, pero en 2020 casi alcanzaban los 4 millones, una cifra que se mantiene estable desde hace una década. En la cúspide del ramillete de razones que han propiciado este vuelco en las estadísticas está el alargamiento de la juventud. «Cuando yo era joven, se te consideraba tal solo hasta los 24 años. A partir de esa edad entrabas al universo adulto, lo que implicaba normalmente trabajo estable, pareja, vivienda y niños», recuerda la experta de la UNED . Hoy, sin embargo, tenemos la tasa de emancipación juvenil más baja de la historia: solo el 14,8% de los menores de 29 años se han independizado (2024), según los datos del Consejo de la Juventud de España, mientras que hace solo diez años representaban el 24%.
Esa emancipación tardía ha retrasado la edad media a la que se tiene el primer hijo: ronda los 33 años y eran 27 hace tres décadas. De modo que para entonces «mucha gente ya se ha acostumbrado a llevar una vida adultocéntrica rodeada de amigos y pareja. Te dicen: 'Estamos bien así, ¿para qué vamos a meter a un niño?'».
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O a un perro, bromea Irene Olmos, que lucha también contra ese estereotipo. «No quiero hijos ni tampoco ser la 'mamá' del perro. Pero cuando lo dices te miran como si fueras menor de edad, como si no entendieras del todo de lo que estás hablando. No digamos ya si vas al médico y le dices que te quieres ligar las trompas. Casi todos te disuaden porque dan por hecho que te vas a arrepentir, así que la única opción es tomar la píldora o someterte a otros tratamientos hormonales durante años y años», lamenta Irene.
Pero no es solo el alargamiento de la juventud lo que ha propiciado el cambio. También ha influido el modelo de crianza, hoy asociado «a un superesfuerzo y un nivel de sacrificio que asusta a muchos». «Antes se criaba de otra manera, los niños podían estar jugando solos o aburriéndose una tarde entera sin que sus padres les organizaran una actividad para que aprendieran algo o les buscaran un amiguito para jugar porque, claro, ¿cómo van a estar solos?», señala Kovalinka.
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«En la actualidad, a los padres se les exige estar atentos a todo. Mi madre iban a la reunión del colegio y el profesor le decía: 'La niña va bien, no te preocupes'. Pero hoy las familias salen de allí buscando un logopeda. No es malo, pero es otra manera de criar. La cuestión es que una atención tan minuciosa al niño las veinticuatro horas choca con la exigencia de los padres de ganarse la vida y realizarse en el trabajo. Eso crea una contradicción cultural».
Y hace de la maternidad que antes se daba por hecha –«muchas mujeres se vieron 'obligadas' a ser madres por esa presión social», apunta la experta en antropología–, una decisión «mucho más meditada». Por ambas partes. «Existe una idea cultural de que somos las mujeres las que tomamos la decisión, pero los hombres también lo hacen, aunque la responsabilidad se suele achacar a ella». De forma que la mujer, en ocasiones, acaba sufriendo una suerte de doble estigma.
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Está de acuerdo Irene Olmos. «A nosotras nos han inculcado desde niñas eso del instinto maternal, se nos presupone algo natural, pero no se les presupone a los hombres. Recibí el mensaje de una chica que me contaba que le iba a regalar mi cómic a su suegra para que dejara de decir que había manipulado a su hijo para convencerle de que no tener hijos».
Irene no tuvo que 'convencer' a nadie –«mi pareja tampoco quería»–, pero sí ha sufrido «un juicio público y una presión» que su novio «no ha tenido que soportar». No solo de su círculo íntimo. «A las mujeres que no queremos tener hijos se nos acusa de ser las culpables de las bajas tasas de fecundidad. Nadie cuestiona, sin embargo, que tal vez las políticas públicas no la fomenten lo suficiente».
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