CUANDO MUERA SALID DE FIESTA
Seguimos valorando más el llanto público que la lágrima sincera
jon uriarte
Sábado, 7 de septiembre 2019, 00:44
El burro por delante. Sobre todo en asuntos de piel. Como este. Lo tengo dicho a mis cercanos. Cuando la vieja de la guadaña me ... siegue la vida, no lloréis. Salvo si no hay remedio. Que retener lágrima pesada nunca es bueno. Pero me harían un gran homenaje si acto seguido se van de fiesta. Es una idea que tengo más clara que el caldo de un enfermo. No soporto el luto obligado. Ese que huele a cirio amargo y a negro profundo. Y soporto aún menos a quienes no entienden que el respeto y el amor al difunto es algo que cada cual tiene derecho a mostrar como quiera. Incluso a no hacerlo. Pero se ve que pasan los siglos y en esto seguimos en el medievo. Si no cumples con los cánones «normales», haces un feo al finado. Como ha pasado con Blanca Fernández Ochoa. Hay que ser muy ruin para criticar a la familia ciertas actitudes, tras el hallazgo del cuerpo de la esquiadora. Empezando por el sí a las fiestas de Cercedilla.
Tanto en la calle como en los medios más de uno y de una afeaban la decisión de la familia de Blanca sobre no vetar la celebración de las fiestas de la localidad que tanto quieren y les quiere. La mayoría no ha pisado Cercedilla ni sabía que existía. Pero han puesto a caldo al ayuntamiento, a los vecinos y, por supuesto, a los allegados de la fallecida. Se ve que eso de los tres días de luto, las plañideras y las calles vacías les llenan más. Suele coincidir que es gente, la que piensa así, que llora más para fuera que para dentro. Digamos que les va la teatralidad del momento. O no. Y de verdad lo sienten así. Pero se da la circunstancia de que Balnca no era su hermana, su hija, su madre o su nuera. Así que en esto, la única palabra la tiene la familia a la que el ayuntamiento de Cercedilla gentil y elegantemente, porque tampoco está obligado, pidió opinión al respecto. Como todos parecen gente normal, acordaron bandera a media asta y fiestas normales, dentro de lo posible. No es la primera vez que un personaje público y querido fallece y se cuestiona la forma de encarar el duelo que tiene un ayuntamiento, un club o un colectivo. Sin pararse a pensar que, ante la muerte, cada uno tenemos derecho a actuar como creemos y queremos. Y eso incluye la reacción ante la tragedia.
Leo, veo y escucho debates sobre la actitud de la hija de Blanca Fernández Ochoa. Olivia juega a rugby. Y es muy buena. Por eso está seleccionada y por eso estaba concentrada. Fue ella quien advirtió de la posible desaparición de su madre y la que ha estado, como el resto de la familia, pendiente las 24 horas del día de los detalles sobre su búsqueda. Iba y volvía de Cercedilla y seguía con el equipo. Algo horroroso para ciertas personas. Debería haber dejado la concentración y mostrado su dolor y angustia ante las cámaras. A poder ser con lágrimas negras que se ven mejor por la tele. O haberse sentado en una de las mesas de la zona de búsqueda con cara desencajada y mostrando su alma derrotada, tal y como vimos a su hermano David. Como si por ser hermanos tuvieran que actuar igual ante un desgarro emocional de tal calibre. Como si todos debiéramos mostrar lo que sentimos para demostrar que lo sentimos. Un macabro juego de palabras cargado de morbo. Insisto. Nunca lograré entender por qué debemos seguir un decálogo de actitudes ante la muerte ajena o propia. Lo que me lleva a una reflexión que me gustaría compartir hoy con ustedes.
Conocí muy por encima a Blanca Fernández Ochoa. Le hice una entrevista para Radio Euskadi y charlé con ella en un programa piloto para Antena 3. Pero fue suficiente para comprobar que era mujer de sonrisa eterna. Que guardara debajo penas es algo en lo que no entraré. Pero era mujer de alma festera. Seguro que le habría gustado que Cercedilla celebrara sus fiestas. No lo duden. Hay gente que en un segundo te deja claras algunas cosas. Y si su familia lo ha decidido así, será por algo. Respetamos al menos esta voluntad ya que la de dejar en paz el tema de las causas de su muerte es algo que no vamos a cumplir. Me temo que nos esperan días de morbo descarnado. Así que, al menos este fin de semana, que suene la música en Cercedilla. Espero que suceda lo mismo, llegado el caso, en mi tierra. Que me llore quien quiera. Pero que me ría el resto. Que se entere la muerte de quienes somos. Un puñado de locos y locas que antes que obligadas lágrimas prefieren sinceras carcajadas.
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