No habría que descartar que la mejor literatura romántica se esté escribiendo actualmente en las aplicaciones de la telefonía móvil. Tengo la impresión de que ... nos asomamos a las redes con la misma intención con la que alguien atrapado bajo los escombros asoma una mano: para saber si hay alguien ahí, para albergar esperanza. En la intemperie, establecemos contacto con una persona que parece estar, de pronto, muy cerca de nosotros, aunque se encuentre a cientos de kilómetros. Su conversación nos reconforta y alimentamos el intercambio de mensajes. Se establecen rutinas, horarios para la comunicación, liturgias íntimas.
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La situación pandémica en general y los confinamientos perimetrales en particular boicotean las citas. De este modo, escudados en lo virtual, creamos una versión mejorada de nosotros mismos: bajamos de talla, crecemos unos centímetros, ensanchamos el misterio. Resulta difícil, en ocasiones, no ceder a la tentación de impresionar a la otra persona, no sucumbir ante el deseo de que nos quieran no por lo que somos, sino por lo que deberíamos haber sido, si las cosas, maldita sea, hubieran estado a nuestro favor. Pero lo curioso es que, a pesar de todo esto, las emociones que se gestan son reales. Puede, incluso, que tengamos la percepción de que hemos encontrado a alguien que parece conocernos mejor que nadie. Esos sentimientos se impregnan, además, de la imbatibilidad de los amores platónicos. Y mientras dure el destello, las más bellas palabras de amor surcarán mares, cruzarán llanuras y salvarán montañas a través de la fibra óptica y de las conexiones inalámbricas.
Sucede que, con el paso de los días, comprenderemos que hemos quedado presos de nuestras propias mentiras y que, superada la pandemia, la cita será improbable porque la persona que el otro espera, en realidad, no existe. Si es que la relación tuvo alguna oportunidad en algún momento, asumiremos que ese momento quedó atrás, y el destello inicial se apagará porque todo tiene su tiempo. El hambre se aplaca, si se nos pasa la hora de comer.
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