El hombre del fox terrier
Este cuento no tiene un final feliz. Tampoco un buen principio. Ni siquiera es un cuento. La historia comienza después del verano pasado. Bilbao todavía ... no había olvidado las vacaciones y las aceras se resistían a mostrar su saturación habitual. No era raro, por tanto, que aquél hombre destacara en medio de la Gran Vía. Llevaba su casa encima. O lo que había podido salvar. No se le veía muy sucio. Ni muy dejado. Parecía que acabara de empezar a vivir en la calle. Gritaba. Mucho. Como alguien que ha sido traicionado, engañado o abandonado. Daban ganas de preguntar. Pero su gesto no era amistoso. Así que reanudé mi camino. Aunque no pude evitar echar una última mirada. Iba acompañado de un perro. Un fox terrier que solo tenía ojos para él. Como si solo le preocupara que el hombre se tropezara con el abarrotado equipaje móvil que llevaba. Desde ese día no dejé de verlos. El carro perdía cosas y el hombre ganaba abandono. El chucho también. Pero la actitud no cambió. Como si vivir entre cartones y sin techo fuera algo intrascendente. Solo le importaba su amigo.
Euskadi es la comunidad con menor riesgo de caer en la pobreza. Un 14,8. Ese es el seco y frío porcentaje. Mejor que el resto. Pero detrás hay personas con nombres, apellidos y un pasado que, poco a poco, se va borrando. Desde que era niño he sentido curiosidad sobre la mente humana y por ese momento en que te dejas llevar. El instante en que traspasas la frontera de lo considerado «normal». Tanto en el mundo de la locura, como en el vital. A veces van de la mano. Conozco demasiados casos en los que la droga o el alcohol han provocado o acentuado enfermedades mentales que destrozan el mundo y entorno de una persona. Y también la otra opción. Verse en la calle, sin nada, puede llevar al cerebro a buscar refugios donde la razón pierde espacio y añade fantasmas. Desconozco cuál es el caso del hombre del fox terrier. Ni siquiera tengo claro que tenga problemas mentales. Parecía que se negaba a dejar atrás su vida anterior. Jamás vi a nadie llevando tantas pertenencias de un lado para otro. Incluyendo electrodomésticos, cuadros y alfombras. Una cosa es no tener un techo y otra quedarse sin sus pertenencias. Como digo, le veo más ligero de equipaje. Aunque sigue llamando la atención.
Hay muchos tipos de mendigos. El que nació siéndolo. El que empezó muy pronto a serlo. Y el que jamás imaginó que acabaría así. El hombre de esta historia parece de estos últimos. Puede que haya sido una buena persona. Que se quedó sin trabajo, sin dinero y sin casa, probablemente en ese orden. O que incluso le hayan traicionado, engañado o timado. Pero también puede ser otra cosa. Una mala persona. De esas que son canallas, egoístas y crueles con su padre y con su madre, maltratadores de pareja e hijos o lo que quieran imaginar. Incluidos alcohólicos, drogadictos o ludópatas que se destruyen y, por el camino, hacen lo propio con sus familias. Lo desconozco. Solo sé que nos molesta. No seré hipócrita. Cierto que durante la pandemia me enfrenté a una vecina que pretendía echar del soportal a un mendigo joven que no tenía a dónde ir y le aterraba acudir al servicio de acogida nocturna por miedo a contagiarse y morir. Ni en ese momento pudo aquella mujer ser empática. Logré que el resto de vecinos me apoyara. De hecho le llevábamos comida. Y más de una vez he sido eso que se llama persona solidaria. Pero no nos engañemos. Eso no impide que me incomode ver a tanto mendigo durmiendo entre cartones. Mentiría si dijera lo contrario. Quizá porque soy eso que llaman un burguesito de mierda. O porque me recuerda que hasta en las capitales de postal hay miseria. Lo que me lleva a este caso. Al perro no parece que le falten agua y comida. Creo que su dueño recibe más ayuda y monedas por la empatía que genera el animal. Así somos. Nos da más pena el fox terrier que el dueño. Juzgamos y sentenciamos. El hombre a saber lo que habrá hecho. Pero el perro no tiene la culpa. Cierto. Aunque no deja de ser triste. Porque el perro no juzga. Ni un gesto de recriminación. Ni una queja. Se limita a estar a su lado. Igual que lo hizo en los días de vino y rosas. Por eso pienso en él. Debajo de ese pelo revuelto y sucio, y sobre esas cuatro patas, hay más humanidad que la que yo tendré jamás.
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