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El 'Forfi' que me salvó la vida

Sábado, 3 de junio 2023, 00:10

Aparecieron en una fotografía en la página tres del periódico. Uno con collarín, el otro sin techo. Habían serrado los bomberos el del segundo para ... llegar hasta el primero. Parecía que se resistiera a dejar de protegerlo. Sucedió en febrero de 1997. Por eso lo ha recordado el hombre esta semana, tras leer que ya no fabricarían más unidades de su especie. Sintió una punzada de tristeza. Y eso que no era suyo. Pertenecía a su novia. Fue otro vehículo el que le acompañó en la autoescuela y después en el exámen. Pero asido al volante de éste fue cuando aprendió a conducir. Nunca lo hizo bien. Ni siquiera ahora. Es demasiado despistado para ello. El coche lo sabía. Y lo aceptaba. De ahí la pena del hombre al saber que dejarán de fabricar aquél coche que llevaba por nombre una marca y por apellido un deseo. Ford Fiesta.

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Imagino los infinitos recuerdos que flotarán en el aire tras la noticia de que el popular utilitario pasará a formar parte de las leyendas aparcadas en el garaje de la nostalgia. Unos porque lo tuvieron y otros porque montaron en él. Es lo que tiene rodar durante 47 años por carreteras y caminos de asfalto y pelajes de lo más variados. Nació en 1976. Y lo hizo a lo grande. El ahora Rey Emérito acompañó al mismísimo Henry Ford II a la flamante inauguración de la nueva fábrica de esta empresa en Almusafes, Valencia. Desde entonces hemos conocido siete modelos y han fabricado 22 millones de unidades. Su final está relacionado con la caída de ventas, pero también con estos tiempos modernos de coches eléctricos. Quizá deba ser así. Pero genera una innegable sensación de pérdida. Como sucede al saber de la muerte de un actor que interpretaba a un personaje de nuestra infancia. Supongo que será una impresión extendida. Porque pertenece al gremio de los coches humildes. Quizá un poco más pijo que otros, pero accesible. Fue la gran opción de quien no podía acceder a algo más caro o el primer coche de las conducciones novatas. Ese fue el caso de nuestra historia.

Era blanco y con un tono en las ventanas que, según la luz y la hora, parecía que el cristal fuera verde. Con él aprendió a conducir y volvió a nacer. Fue en aquél accidente que, como todos, no vio venir. Iban solos. El Forfi y él. El golpe fue terrible. El conductor sobrevivió. El coche no. Se sacrificó por el hombre. Como hacen siempre. Sobre todo los de antes, que no tenían airbag ni sistemas especiales de frenado. Viajando por carreteras imposibles, mal indicadas y peor iluminadas. En ese tiempo y mundo lo compartieron todo. Fue compañero de viajes a la playa y sufridor de la arena pegada a los pies. Testigo de los primeros besos y de las grandes juergas. Los vecinos y amigos conocían su silueta y lo saludaban al pasar. Pertenecía a la tercera generación. La que empezó a fabricarse en 1989. Él nació en el 91. Y se sumó como uno más al resto de la manada con ruedas de la cuadrilla. Algunos nuevos. La mayoría viejos y de segunda mano.

Antes otros habían vivido la misma experiencia. Como el Renault 12 de la madre del hombre, el 127 de Luis, el dos caballos de Ibón, el Corsa de Jesús, el Mini de Joseba y el Fiesta primera generación del padre de Santi que prefería dejárselo a Aitor, que tuvo un 8 y medio y un Renault 5, antes que a su propio hijo. La cuadrilla sabía de memoria todas las matrículas. Las propias y las ajenas. Pero sobre todo los motes. La bala roja, el R5 ostión, el piojo verde y otros que ya nadie recuerda. Pero los tuvieron. Porque fueron colegas. Si aquellos coches hablaran tendríamos que dar demasiadas explicaciones. Tantas como secretos que guardaron hasta el fin de sus días. A cambio les pagamos mal. Con falsa moneda. Vendidos y entregados a otras manos, olvidados en establos y garajes o destrozados en desguaces. No fuimos justos con ellos. Lo único que guardábamos al abandonarlos fueron las cintas de la guantera. Del resto no queda nada. Solo sobreviven en viejas fotografías de álbumes familiares. Y a veces ni siquiera eso. Como el Fiesta de nuestra historia de hoy.

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Su dueña no guarda una sola foto con él. Existieron, pero no recuerda qué fue de ellas. Quizá haya alguna en casa de su madre. O en algún altillo de las viviendas en que vivieron. Pero jamás lo olvidará. Porque fue su primer coche. Y el hombre lo recuerda aún más. Gracias a él logró salir vivo del accidente. Quedan los recuerdos compartidos, las carreteras recorridas y la foto no guardada, pero sí recordada. La que les comentaba al principio y que apareció en la página tres de EL CORREO, cierto día de 1997. La última del coche. Porque murió ese día. El hombre sobrevivió. Por eso lo recuerda hoy mientras teclea emocionado estas torpes líneas. Porque aquél pequeño Forfi me salvó la vida.

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