Hongos alucinógenos, la nueva y peligrosa marihuana

La psilocibina comienza a ponerse de moda, se 'blanquea' su uso y no es difícil conseguir kits de autocultivo, pero esta droga encierra riesgos. Hablamos con los científicos de la UPV/EHU que la estudian

Domingo, 21 de enero 2024, 00:46

El consumo de drogas en el siglo XXI comienza a estar sometido a los relatos de las redes sociales, con una capacidad de penetración mayor ... que el riguroso discurso científico. Mediante esos canales, la marihuana se convirtió en una droga con un aura de sustancia beneficiosa, recuperó la imagen contracultural de los años 60 y en ese viaje perdió el demostrado peligro que está asociado a su consumo. Y, además, se hizo asequible por la facilidad para cultivarla en casa. Este 'blanqueamiento' se está repitiendo ahora con los hongos alucinógenos.

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Estos psicodélicos naturales –también conocidos como 'monguis' o 'setas mágicas– se están beneficiando de una narrativa en la que se presentan como una forma natural de mejorar la concentración o la creatividad. En distintos sectores se bendicen actividades como retiros para tomar ayahuasca o 'san pedritos' –ambas sustancias alucinógenas– como forma de mejorar la vida espiritual. Pero este relato, que fomentan tanto gurús de las redes sociales como los distribuidores de material de cultivo por internet, evita explicar los riesgos de una droga que afecta tanto al sistema nervioso central como al cardiovascular. En Nochevieja, por ejemplo, un joven falleció en Castellón al saltar por un balcón tras consumir este tipo de sustancia.

También han aparecido noticias en las páginas de sucesos relacionadas con los alucinógenos y figuras mediáticas. El actor porno Nacho Vidal llegó a ser procesado por homicidio por intervenir en un ritual para consumir 'sapo bufo' –otro alucinógeno– en el que falleció una persona. El caso se archivó provisionalmente el año pasado. Desde el punto de vista policial, expertos en drogas de la Ertzaintza aseguran que estos hongos apenas tienen presencia en el mercado negro. Según su análisis, su consumo se encuentra reducido a círculo cerrados. «No es algo que se consume para salir de fiesta», señalan.

Percepción de riesgo

Según el catedrático de Farmacología de la UPV/EHU Javier Meana, estas sustancias se están beneficiando de un relato «que reduce la percepción de riesgo» que implica su uso, que no es inocuo. «Hay circunstancias que aumentan el efecto de estas sustancias, como el estrés, el uso de otras drogas o la existencia de enfermedades mentales previas». Además, Meana recuerda que no se puede saber la cantidad de sustancia psicoactiva que tiene un hongo alucinógeno, al tratarse de un cultivo natural –aunque se haga de forma controlada–, y no de sustancias fabricadas por laboratorios autorizados.

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«Eso hace que un consumidor no pueda saber la dosis real que va a tomar, por lo que sus efectos son impredecibles», agrega. Porque, al igual que la marihuana se disparó al comenzar a venderse las semillas en internet para el autocultivo, con los hongos ha sucedido lo mismo. En la web es posible conseguir sin problemas los denominados 'panes de setas', kits en los que se vende el sustrato para que crezcan los hongos y las esporas para plantarlos. Los vendedores de estos productos se benefician en este terreno de la legislación. La venta de semillas de marihuana es legal puesto que no tienen ningún principio activo. Con las esporas sucede lo mismo. La psilocibina, en este sentido, está incluida en la lista de estupefacientes sometidos a controles de distribución y uso.

Una granja de hongos alucinógenos en Holanda. AP

Las sustancias psicoactivas de los hongos afectan al sistema nervioso central pero también al cardiovascular. Por ello, personas con problemas cardíacos pueden sufrir lesiones, e incluso la muerte. «Además, se produce una mala interpretación de la realidad. No es que el hongo lleve al suicidio sino que la mente toma decisiones a partir de alucinaciones, lo que puede llevar a comportamientos violentos o autodestructivos», agrega Meana.

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Javier Meana, junto con el profesor de Farmacología e investigador Jorge Ortega, conoce muy bien estos hongos. En el grupo de Neuropsicofarmacología de la UPV/EHU están llevando a cabo un estudio sobre la posibilidad de utilizar la psilocibina –la sustancia que dispara las alucinaciones al consumir estas setas– para tratar la depresión. Esta investigación se enmarca en el trabajo de los denominados Centros de Investigación Biomédica en Red (CIBER), en concreto, en el de Salud Mental que dirige la investigadora vitoriana Ana González Pinto. Esos CIBER, con más de una década de experiencia e impulsados por el Instituto de Salud Carlos III, están formados por laboratorios públicos y privados que trabajan coordinados, lo que está permitiendo llevar a cabo investigaciones avanzadas de forma más económica que la creación de grandes organismos.

En Euskadi no hay un mercado negro: «No es algo que se consume para salir de fiesta»

El estudio de la psilocibina llevado a cabo por Meana y Ortega parte de la evidencia de que este principio activo tiene efectos positivos en el tratamiento de la depresión resistente, que supone el 30% de este tipo de afecciones mentales. Su investigación se inicia con la siguiente hipótesis: los hongos producen un doble efecto al ser alucinógenos pero también antidepresivos, así que si se consiguen aislar y utilizar solo las moléculas que sirven para tratar enfermedades mentales, los beneficios pueden ser importantes. Este tipo de trabajos, además, están ahora en la agenda de las principales agencias de salud globales. La Agencia Europea del Medicamento, EMA, por ejemplo, ha organizado el próximo mes de abril una cumbre en Ámsterdam para discutir el uso de sustancias psicodélicas para tratar la depresión resistente, las adicciones, el estrés postraumático así como su uso compasivo ante los desórdenes psicológicos vinculados a las últimas etapas de la vida.

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Precisamente por la necesidad de realizar más estudios, Meana y Ortega hacen hincapié a la hora de pedir prevención sobre el consumo de hongos por parte de no profesionales con objetivos pretendidamente terapéuticos. «Por ejemplo, para suministrar estas sustancias, en aquellos hospitales en los que se ha empleado, se cuenta con la supervisión de un psicoterapeuta», asegura Ortega. Pero además, su misma investigación les lleva a ser cautos. «Una cosa es probar en ratones y otra muy distinta en humanos. No se conocen los efectos que pueden tener en una persona estas sustancias a largo plazo».

Stropharia Cubensis, unas populares setas mágicas.

En cierta forma, sucede algo similar a lo que ocurre con la marihuana, «ya que ahora se comienzan a conocer algunos resultados como el descenso en la edad en la que se producen brotes de esquizofrenia en consumidores jóvenes, que ha pasado de un promedio de los 17 a los 15 años de edad, o el aumento de incidencia de esta enfermedad en ciudades y áreas geográficas con elevado consumo como Amsterdam», añade Meana.

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Los dos expertos coinciden en señalar que son varias las narrativas que están impulsando el consumo de hongos. «Como sucedió con la marihuana, se banaliza su uso al asegurar que es un producto que está en la naturaleza y, por lo tanto, no puede ser malo». También influye la búsqueda de nuevas experiencias y la insatisfacción de algunas personas con la realidad. «Tras la pandemia y el confinamiento se ha confundido, en determinados ámbitos, enfermedades mentales graves con otros episodios de malestar psíquico de menor intensidad, aunque también puedan englobarse bajo el concepto de salud mental. Las sustancias psicoactivas pudieran tener un nicho terapéutico en las primeras, pero difícilmente influirán positivamente sobre el malestar psíquico. De lo que se trata es de enfrentarse a los problemas de la vida, algo que no se resuelve con medicamentos», afirma Javier Meana.

Silicon Valley

En ese contexto también influyó que en Estados Unidos, y en concreto en Silicon Valley, se comenzara a utilizar un concepto como las 'drogas inteligentes', supuestas sustancias que mejoran el rendimiento intelectual. «Eso no existe, no hay ninguna sustancia que mejore las capacidades cognitivas. Pero en esos entornos en los que se necesita generar ideas de manera constante se creyó que estas sustancias ayudaban a expandir la mente», señala Ortega.

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No es casual que en lugares como California y Colorado se haya legalizado el cultivo y consumo de alucinógenos y en Oregón se haya hecho lo mismo con su uso terapéutico, al igual que ha sucedido en Australia. Según datos de la revista Forbes, el mercado legal de las drogas psicodélicas movió el año paso 4.780 millones de dólares, pero se espera que en 2029 este negocio alcance los 11.820 millones.

Javier Meana y Jorge Ortega son muy cautos a la hora de hablar del uso de esta sustancia en el ocio y las consecuencias de la legalización. «Nosotros hablamos desde el punto de vista científico. El debate de la utilización recreativa es una cuestión de derechos civiles que corresponde a los políticos», indican.

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