Triángulos volantes sobre Bélgica
Entre finales de 1989 y mediados de 1991, el país registró 450 apariciones de ovnis de una forma hasta entonces muy poco vista
Miles de testigos y centenares de avistamientos. Desde finales de 1989 hasta mediados de 1991, Bélgica sufrió una invasión de triángulos voladores. Es lo que se conoce en el mundillo ufológico como la oleada de ovnis belga. Los objetos se veían de noche y en una ocasión dos F-16 despegaron a su caza. Sin éxito. La Sociedad Belga para el Estudio de los Fenómenos Espaciales (SOBEPS) registró durante dieciséis meses 450 casos que reunió en dos gruesos volúmenes. Al final, los triángulos volantes se fueron como habían venido, de repente, y 30 años después todavía no está claro lo que pasó. Es un caso abierto.
El primer incidente de la oleada belga lo protagonizaron el 29 de noviembre de 1989 dos gendarmes de la ciudad de Eupen, en la región germanófona del país. A las 17.24 horas vieron en el cielo una luz que parecía seguir un rumbo paralelo al de su coche. Dada la trayectoria del ovni, variaron su patrulla para que pasara por encima de ellos. Cuando lo hizo, el objeto se detuvo, cambió de rumbo y se fue silenciosamente en sentido contrario. Los agentes creyeron entonces distinguir una masa sólida con la forma de un triángulo isósceles con una luz blanca en cada vértice y una roja pulsante en el centro. Los policías empezaron a seguir al ovni, pero interrumpieron la persecución, y lo perdieron de vista, para hacer una parada en la comisaría de Eupen y llamar por teléfono a un aeropuerto y una base militar, desde donde les confirmaron que no había ningún tráfico aéreo inusual al que pudiera achacarse el avistamiento.
Cuando a las 18.30 horas montaron otra vez en su coche, se dirigieron a un lugar con una vista general de la comarca para intentar dar con el objeto. Una vez en su destino, les llamó la atención una luz blanca suspendida sobre la torre panorámica de 78 metros de altura del lago Gileppe. Según los agentes, emitía de vez en cuando dos rayos de luz roja en sentidos opuestos y pequeñas bolas de fuego volaban a su alrededor durante minutos antes de volver a ella. Hacia las 20.39 horas, el objeto desapareció en dirección a Alemania. Hasta 143 personas, incluidos otros policías, aseguraron en las dos semanas siguientes haber visto el ovni.
Estallido de avistamientos
El avistamiento de Eupen recibió una gran atención mediática, como suele pasar con todo caso protagonizado por agentes de la autoridad. Para muchos ufólogos y periodistas, policías, militares y pilotos son testigos excepcionales. Su testimonio, dicen, es mucho más fiable que el del humano corriente y moliente y, por eso, cuando uno de estos profesionales ve algo raro es que realmente hubo algo raro. No es así. Policías, militares y pilotos se confunden tanto a la hora de enfrentarse a un fenómeno aparentemente extraño como cualquier otra persona, cuando no más. En un estudio hecho en los años 70 y recogido en su libro 'The ufo handbook' (El manual ovni, 1979), el ufólogo estadounidense Allan Hendry constató que los agentes de policía son quienes más toman por ovnis fenómenos naturales o artefactos humanos. Y los militares y pilotos tampoco son tan fiables.
Thomas Mantell tenía 25 años y era capitán de la Guardia Aérea Nacional de Kentucky (EE UU) cuando, el 7 de enero de 1948, murió mientras perseguía un platillo volante en su F-51D Mustang. «El objeto está delante y por encima de mí, moviéndose a la mitad de mi velocidad. Parece metálico o el reflejo de la luz del Sol en un objeto metálico, y es de un tamaño tremendo… Voy a seguir subiendo. Voy a intentar acercarme para verlo mejor», dijo a la torre de control a 4.500 metros de altura antes de perder el conocimiento por falta de oxígeno y estrellarse. El ovni era en realidad un globo del programa Skyhook de estudio de los rayos cósmicos, secreto entonces y desclasificado décadas después. En España, en el caso de Manises, en noviembre de 1979, la tripulación de un avión de pasajeros tomó las luces de una refinería por un platillo volante y un piloto militar persiguió en su caza estrellas creyendo que eran el ovni. Y en 2005, en un pinar de Gorliz, un ertzaina disparó contra una pantera fantasma que, como su nombre indica, nunca estuvo allí.
Tras la observación de los gendarmes del 29 de noviembre de 1989, los avistamientos de ovnis triangulares silenciosos se multiplicaron en Bélgica. Hasta ese momento, sobraban dedos en una mano a la hora de contar en la literatura ufológica mundial los objetos no identificados de esa forma. Desde entonces, los triángulos volantes con tres luces blancas fijas y una roja pulsante han aparecido más frecuentemente, sin llegar nunca a desplazar en el imaginario popular a formas como el platillo, el puro y la bola. Pero durante los meses siguientes al suceso de Eupen la explosión de casos en Bélgica fue brutal, con los medios de comunicación volcados en las apariciones y los ufólogos de la SOBEPS concediendo a los periodistas decenas de entrevistas.
Dos F-16 tras los ovnis
El suceso más espectacular ocurrió en la noche del 30 al 31 de marzo de 1990. Un gendarme del pueblo de Ramillies vio a las 23 horas en el cielo tres luces blancas que formaban un triángulo. Poco después, otros agentes confirmaron la presencia del ovni, y el primer policía descubrió un segundo objeto. Al mismo tiempo, un radar registró contactos que se desplazaban lentamente hacia el oeste, extremo que confirmó un segundo radar. Hacia la medianoche, despegaron de la Base Aérea de Beauvechain dos F-16 cuyos pilotos creyeron tener brevemente en tres ocasiones a tiro un ovni. Uno de ellos hasta registró el objeto en su radar. Sin embargo, tras más de una hora de escaramuzas, los cazas volvieron a la base sin haber conseguido ni derribar ni acercarse a ningún objeto.
Minutos después del aterrizaje de los F-16, un bruselense grabó en vídeo uno de los triángulos. Tenía las tres luces blancas y la roja pulsante de rigor. La SOBEPS dio al principio por buena la grabación, y esta tuvo mucho eco mediático. Pero después el ovni triangular fue identificado como un avión de línea preparándose para aterrizar en el aeropuerto de Bruselas y, además, se supo que el testigo había tenido encuentros con extraterrestres antes en varias ocasiones. A principios de abril de 1990, aprovechando las vacaciones de Semana Santa, la SOBEPS montó una alerta ovni de cuatro días en la que, según cuenta el escéptico Win van Utrecht en el libro 'Ufo 1947-1997. Fifty years of flying saucers' (Ovni 1947-1997. Cincuenta años de platillos volantes, 1997), participaron «muchos militares, investigadores, civiles y periodistas». Los que no acudieron a la cita fueron los ovnis.
«Un gran problema con la oleada belga ha sido siempre la ausencia de fotos o películas mostrando el objeto, a pesar de los cientos de supuestos avistamientos», recordaba en 2012 el escéptico estadounidense Robert Sheaffer en la revista 'The Skeptical Inquirer'. La prueba definitiva –eso se creyó entonces– se publicó en julio de 1990. Es una foto en la que se ven tres luces blancas que forman un triángulo en cuyo centro hay una roja y que, según su autor, se sacó a principios de abril en Petit-Rechain, un pueblo cercano a Lieja. Es la imagen que encabeza estas líneas, en la que no hay ningún detalle de fondo que permita determinar el tamaño del objeto y la distancia a la que se encuentra. Puesta en duda desde el principio por Van Utrecht, quien la replicó a partir de un pequeño modelo de cartón y tres bombillas de 60 vatios, el autor confesó en 2011 que había hecho el ovni con poliestireno. «Es muy fácil engañar a la gente, incluso con una maqueta barata», dijo en la tele. Y la oleada belga se quedó así sin su prueba más sólida, la imagen que ilustra los dos volúmenes del estudio de la SOBEPS.
Otoño caliente
El de 1989 fue en Bélgica un otoño ufológicamente caliente. Como el resto del mundo, los belgas se enteraron el 10 de octubre de que un ovni había aterrizado en un parque de la ciudad rusa de Voronezh y de su interior habían salido un robot y dos humanoides con tres ojos, uno de los cuales había disparado a un niño que desapareció hasta que la nave extraterrestre despegó. Cuatro días antes de la visión del primer triángulo volante, en la noche del 25 al 26 de noviembre, vecinos de la región flamenca llamaron a la Policía porque un disco luminoso sobrevolaba sus casas. Poco después, se identificó ese ovni como una proyección de luces en las nubes hecha por una discoteca que quería así atraer clientes. Pero no acabó ahí la cosa. En la noche del 16 de diciembre, la Fuerza Aérea hizo despegar a dos F-16 para identificar el disco luminoso, tras lo cual las autoridades prohibieron al dueño de la discoteca seguir con las proyecciones de luz.
En plena fiebre ovni, los investigadores serios creen que lo que llamó inicialmente la atención de los dos gendarmes de Eupen cuando circulaban por la carretera pudo ser un helicóptero. No solo porque la configuración de tres luces blancas fijas y una roja pulsante encaja con la de un helicóptero, sino también porque uno de los agentes «distinguió claramente en la parte trasera de la aeronave algo que giraba como una turbina y oyó un ruido de ventilador», según recogió la SOBEPS en uno de sus boletines. A otros ufólogos, el mismo gendarme les dijo que el sonido del ovni parecía el de «una máquina de afeitar o un cortacésped» y, además, uno de los policías aseguró que la estructura detrás de las luces –el ovni propiamente dicho– era de color verde oscuro. Así que pudo ser un helicóptero militar.
En su estudio 'The Belgian ufo wave of 1989-1992. A neglected hypothesis' (La oleada ovni belga de 1989-1992. Una hipótesis abandonada), el ufólogo Renaud Leclet, partidario de esa explicación, recuerda que el hecho de que los agentes preguntaran en sus llamadas a los militares por maniobras «con naves especiales» y estos respondieran negativamente no descarta esa posibilidad, ya que los helicópteros no entran dentro de esa categoría de aeronaves. Además, cabe la posibilidad de que, en cualquier caso, las maniobras fueran secretas. En la segunda parte de la observación, después de perder de vista el objeto para visitar la comisaría de Eupen, la situación de la luz sobre el lago se correspondía con la de Venus, según comprobó por primera vez un investigador en 1996. «El cielo era de una claridad cristalina aquella tarde y los testigos no mencionaron una segunda luz brillante cerca del ovni», apunta Van Utrecht en 'Ufo 1947-1997. Fifty years of flying saucers'. Si hubiera habido un luz extraña aquel día sobre la torre panorámica del lago Gileppe, los gendarmes tenían que haber visto dos luces blancas: el ovni y Venus. No fue así. Sólo vieron una, Venus, que estaba allí.
Oleada mediática
Durante los siguientes meses, los ovnis triangulares invadieron los cielos belgas, sin importar que lo que en realidad hiciera detonar la oleada fuera un doble avistamiento con dos estímulos diferentes identificables que las mentes de los testigos principales unieron en una sola historia inexplicable. Y que no hubiera en realidad ningún triángulo allá arriba. Nada nuevo, por otra parte. Ya en junio de 1947 ocurrió con el caso fundacional de la ufología, el de Kenneth Arnold, el piloto privado que vio sobre la cordillera de las Cascadas (EE UU) nueve objetos que «volaban erráticos, como un platillo si lo lanzas sobre el agua». Los objetos tenían forma de bumerán, pero la prensa habló de 'platillos volantes' y la gente empezó a ver aeronaves con esa forma, hasta 150 al día a comienzos de julio. Lo mismo sucedió en Bélgica, espoleado el fenómeno por una SOBEPS que hizo llamamientos en los medios para localizar gente que hubiera visto los triángulos misteriosos. Y, claro, la gente buscó luces en el cielo y los vio. En Gipuzkoa, un grupo de ufólogos ya había demostrado en 1979 con el proyecto Iván que la publicación en la prensa de historias falsas de platillos volantes provoca avistamientos.
La oleada belga es todavía un caso abierto en el sentido de que queda por hacer un análisis riguroso de toda la fenomenología. Hay un estudio en marcha de dos veteranos investigadores, uno de los cuales me indicaba hace unos días que, además de los sospechosos habituales –estrellas, planetas, reflejos, fraudes...–, cree que gran parte de la casuística se debió a «confusiones con aviones ordinarios o con AWACS militares». La disposición de las luces blancas y la roja apuntaba en ese sentido desde el primer momento. ¿Pero qué ocurrió en la noche del 30 al 31 de marzo de 1990 cuando dos F-16 persiguieron ovnis durante cerca de una hora y se los detectó por radar?
«Las pruebas técnicas son insuficientes para concluir que tuvieran lugar actividades aéreas anormales aquella noche», resumió en su día el coronel Wilfried de Brouwer, jefe de la investigación realizada por la Fuerza Aérea. El análisis de los ecos registrados por los radares de los F-16 hecho por los militares y por Auguste Messen, un ufólogo partidario de la hipótesis extraterrestre, reveló que los ecos registrados por uno de los cazas eran rebotes del radar del otro aparato. Y no hay ninguna prueba de que el resto de los objetos captados por otros sistemas fueran más que ecos falsos, como pasó en el caso español de Manises. La investigación sigue abierta, pero, 30 años después, el hueco por el que pueden colarse los extraterrestres es diminuto.
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