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Hugh Mansfield Robinson, de pie con auriculares, intentando captar un mensaje de Marte en octubre de 1928. Abajo a la izquierda agachado, el ingeniero Archibald Low, uno de los pioneros de la televisión. E. C.

Telegramas a Marte a 18 peniques por palabra

Entre fantasmas ·

Con sus mensajes a los habitantes del planeta rojo, un abogado británico atrajo hace noventa años la atención de la prensa mundial, desde 'The New York Times' hasta 'El Pueblo Vasco'

Martes, 22 de octubre 2019, 00:34

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«A las doce y cuarto de esta madrugada se ha enviado al planeta Marte un mensaje radiotelegráfico por conducto de la estación de Rugby. Hasta las tres, según noticias particulares, no se ha recibido contestación», informaba 'El Pueblo Vasco' en su primera página el 25 de octubre de 1928. El telegrama, contaba el periódico bilbaíno con 24 horas de demora, lo había puesto el «físico e investigador» Hugh Mansfield Robinson, que aseguraba no solo tener «frecuentes comunicaciones con Marte», sino también haber viajado allí. En la estación de Rugby permanecieron a la espera de respuesta de nuestros vecinos, sin éxito. Aunque, según contaba 'La Vanguardia' aquel mismo día, un tal doctor Low había interceptado un mensaje marciano «en una estación particular de Chiswick». Era indescifrable hasta para «el doctor Robinson», advertía el diario barcelonés.

Los telegramas al planeta rojo constituyen uno de los episodios más locos de la obsesión marciana que se adueñó de Occidente entre finales del siglo XIX, con los canales de Percival Lowell, y mediados del XX, cuando los platillos volantes invadieron la Tierra. Marte se veía hace cien años como un mundo agonizante, siguiendo la estela de 'La guerra de los mundos', la novela de H.G. Wells publicada en 1898. Los canales, de cuya construcción informaban a toda página diarios como 'The New York Times', se consideraban un intento de sus habitantes por llevar agua desde las regiones polares al resto del sediento planeta. Parecía tan evidente que había una civilización en Marte que en 1900 el premio Guzman para quien primero entablase comunicación con extraterrestres, convocado por la Academia Francesa de Ciencias y dotado con 100.000 francos, excluyó expresamente a los marcianos porque contactar con ellos era demasiado fácil.

Flirteo interplanetario

Abogado británico nacido en India en 1865, Hugh Mansfield Robinson fue empleado de la junta parroquial de Shoreditch (1891-1899) y secretario municipal (1900-1911), pero, si por algo ha pasado a la posteridad, es por sus escarceos con una marciana. Protagonizó el primer flirteo interplanetario del que tenemos noticia. Un episodio al que su esposa nunca dio la mínima importancia, a tenor de su única aparición en la prensa de la época, donde, bajo el titular «¿Esposa furiosa por tener una rival en Marte?», calificaba las andanzas interplanetarias de su marido de «tonterías».

Todo empezó una noche de 1918 cuando Robinson estaba con su hijo, y este le preguntó cómo podían comunicarse los habitantes del planeta rojo con nosotros. De repente, el abogado sintió una presencia fantasmal junto a él. Era una marciana, se llamaba Oomaruru –'la amada'– y le dijo: «Ven conmigo. Yo te lo mostraré». «Cogí la mano de mi hijo para permanecer atado a la Tierra. Con mi otra mano, que era ahora una mano de mi cuerpo etéreo, agarré a Oomaruru. A la velocidad de la luz, volamos y volamos. A mitad de camino sentí una sacudida hacia atrás. Era el punto donde las ondas de radio de Marte y la Tierra chocaban y creaban el caos. La gracia de Dios me ayudó a pasar. Vi un resplandor gigante delante de mí: Marte. Nos acercamos más y más, y descendimos dentro de una estación de radio. Oomaruru gritó: 'Ese hombre es un médium, salta a su cuerpo'», contó en 1928 al parapsicólogo Nandor Fodor. Aquel fue su primer viaje astral a Marte, mundo que aquella vez exploró a través de los ojos del alienígena al que poseyó.

Así informaba el diario canadiense 'The Gazette' en 1928 del 'experimento' de Robinson. E. C.

Unos grandes almacenes londinenses, Gamages, pusieron a la venta en 1921 unos potentes equipos de radio. Y allí se presentó el abogado, acompañado del ingeniero de radio Ernest Rogers, y pidió que se intentara captar con aquellos nuevos receptores un mensaje que esperaba de los marcianos. Robinson aseguraba que él ya sabía lo que iban a decir –se lo habían adelantado telepáticamente– y, para demostrarlo, lo escribió en un papel que metió en un sobre, que dio a Rogers. Según contó años después el abogado, el mensaje marciano llegó cuando lo había previsto y decía, en código morse, lo que él había escrito en el papel metido en el sobre: «UM GA WA NA». Traducido del marciano por Robinson: «Dios es todo en todo».

Sin noticias de Oomaruru

Gracias a sus viajes astrales y conversaciones telepáticas con Oomaruru, Robinson pudo adelantar a los vulgares terráqueos de los años 20 lo que iban a encontrar en el planeta rojo. Marte era el hogar de una avanzadísima civilización. Oomaruru le había contado que en una vida anterior en la Tierra ella había sido nada más y nada menos que Cleopatra, y que los marcianos querían ayudarnos a avanzar tecnológica y espiritualmente. Le explicó, además, que, «como en la Tierra», en Marte había diferentes razas. «La más culta no es muy distinta de nosotros. Pero hay marcianos que parecen ratas», decía Robinson. Los más similares a nosotros tenían rasgos chinescos, orejas enormes y cabezas que se prolongaban hacia arriba en forma de largos conos. Ellos medían 2,3 metros de altura; ellas, 2 metros. Disponían, por supuesto, de todos los adelantos soñados entonces por los humanos –sus coches, trenes y aviones eran eléctricos–, fumaban en pipa, bebían té y solo comían tres manzanas 'electrificadas' al día. Marte no era el único planeta habitado de nuestro vecindario, donde los venusianos eran gente especialmente buena.

Así contó 'El Pueblo Vasco' en su portada el segundo intento de Robinson de comunicarse con Marte.

Tras la supuesta recepción del mensaje de 1921, el primer intento del abogado de entablar un diálogo telegráfico con los marcianos tuvo lugar en octubre de 1926, cuando el planeta rojo estaba en el punto de su órbita más cercano a la Tierra, algo que sucede cada dos años. Se hicieron eco del experimento numerosos periódicos. 'The Independent', un diario de Florida, destacó cómo «el profesor Mansfield Robinson» se había gastado en mandar el telegrama el equivalente a 10.19 dólares. Según el 'Lewiston Evening Journal', una cabecera de Maine, el empleado de la oficina central de telégrafos de Londres que había cogido el encargo a 18 peniques por palabra –la tarifa habitual de larga distancia– no había garantizado al abogado que el mensaje llegara a su destino. «El doctor Robinson, que está versado en la investigación psíquica –hoy diríamos parapsicológica–, se ha comunicado antes psíquicamente con los marcianos», indicaba el diario.

La destinataria del telegrama enviado desde la estación de Rugby, que consistía en tres palabras –«Opesti nipitia secomba»– de significado desconocido, era Oomaruru. Robinson explicó en 'The New York Times' que su novia extraterrestre era «una gran amiga del director de la estación de radio más grande de Marte». Según el diario, el hombre aseguraba haber recibido respuesta a su mensaje. «Interrumpiéndose a sí mismo mientras estaba siendo entrevistado, escuchó atentamente una voz inaudible para otros y solemnemente dijo: 'Es Oomaruru, mi amiga de Marte. Me estaba explicando por qué solo recibimos anoche de Marte una repetición de la letra M'». El telegrama marciano lo había recibido presuntamente una estación de radio privada, no la de Rugby. «No nos hemos puesto en contacto con Marte y dudo de que sea posible que lo hagamos. Si hacemos algo así, ¿cómo van a saber de qué estamos hablando? No entienden el código morse; tampoco entienden el inglés. Entonces, ¿cómo van a entender nada?», advertía, poniendo sensatez entre anta locura, el físico inglés Oliver Lodge.

La marciana Oomaruru, en dibujos de 1928 del diario californiano 'Healdsburg Tribune.' E. C.

Dos años después, en octubre de 1928, con Marte otra vez cerca de la Tierra, Robinson volvió a la carga. Tuvo el apoyo del ingeniero Archibald Low, ingeniero británico que en 1914 hizo la primera demostración de lo que con el tiempo se convirtió en la televisión. «No creo que un mensaje pueda alcanzar Marte porque dudo de que las ondas de radio puedan atravesar el espacio más allá de la atmósfera terrestre. Aún así, respaldo este experimento», decía el científico, para quien se trataba del «experimento a gran escala más barato del que había oído hablar jamás». Low era amigo de Robinson y aparece agachado junto a él en una foto que publicaron muchos periódicos del abogado intentando escuchar la respuesta marciana, y que pueden ver aquí. El escéptico Lodge se reafirmaba en su incredulidad con una obviedad: «Ni siquiera sabemos si Marte está habitado».

La orejuda Oomaruru tampoco respondió a este segundo mensaje porque, según le comunicó telepáticamente a Robinson, en Marte no lo recibieron. La que sí habló fue la esposa del abogado. Un reportero del 'Daily Express' se trasladó hasta la casa familiar de Royden, en Hertfordshire. «Fuera», se leía en un papel colgado en la puerta, pero el periodista llamó. Abrió la mujer y le dijo: «Si viene por lo del mensaje, no sé nada. Me he negado a que se hagan experimentos en esta casa mientras yo estoy. Mi esposo ha ido a Londres. No sé si alguien le ha animado, pero no quiero tonterías cerca de esta casa». Tras este segundo fracaso, Robinson hizo un tercer intento de comunicarse telegráficamente con Marte en 1929 desde la estación de Sepetiba, en Brasil. El resultado fue el mismo: silencio marciano. Después comentó que telepáticamente nuestros vecinos le habían dicho no solo que habían recibido este tercer mensaje, sino que además lo habían respondido, aunque en la Tierra no hubiéramos captado su saludo. Noventa años después, seguimos sin saber nada de Oomaruru.

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