El ejército del caos: así son los guerrilleros urbanos que actúan ahora en Cataluña
Anticapitalistas, okupas, antifascistas, libertarios... se movilizan por toda Europa para sembrar el caos
Bolas de acero, 'cócteles molotov', botellas con ácido, piedras y artefactos pirotécnicos... Este es el arsenal que emplean los grupos antisistema para asediar a las ... fuerzas de seguridad. Estos días en Cataluña, pero resulta habitual en todas sus batallas por Europa. El recurso a la violencia era algo esperado por el Ministerio del Interior tras la publicación por el Tribunal Supremo de la sentencia contra los líderes del 'procés'. Lo que ha sorprendido a los agentes, tanto a los Mossos como al Cuerpo Nacional de Policía, es la violencia de los ataques. «Están perfectamente organizados. Han reclutado a un gran número de menores. Tienen una figura, que llaman 'waterman' o 'aguadores', y lo que hacen es poner encima de los botes de humo conos de obra y echar agua para apagarlos», ejemplifican fuentes policiales.
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El manual de guerrilla urbana aconseja al activista presentar un aspecto aguerrido, vestir ropa negra, casco de motorista o cualquier prenda que oculte el rostro para dificultar su identificación. A este uniforme se suelen añadir gafas protectoras y rodilleras. Detrás de las barricadas hay elementos de todo pelaje; desde adolescentes ávidos de emociones fuertes hasta anarquistas violentos, pasando por jóvenes antiglobalización con un arraigado poso nihilista. Un variopinto movimiento en las antípodas ideológicas del burgués JxCat, pero también de ERC, como comprobó en carne propia Gabriel Rufián, quien tuvo que abandonar una marcha entre abucheos y gritos de «botifler» (traidor).
Con un simple vistazo a las pintadas hechas por los militantes antisistema, pronto se aprecia que están escritas en español e inglés, no en catalán. «Ni bandera ni frontera. Fuck State». Ni una alusión a la independencia. Si hasta hace unos meses ANC y Òmnium eran la vanguardia de las protestas independentistas, el protagonismo en los medios de comunicación se lo llevan ahora agitadores de filiación difusa que pasan a la «acción directa» prendiendo fuego a coches y mobiliario urbano. «Hasta los propios CDR, que hasta ahora se habían significado por su belicosidad dentro del secesionismo catalán, se han visto opacados por estos grupúsculos», argumenta una fuente policial.
«Hasta los propios CDR se han visto opacados»
Policía
Entre quienes han logrado subir el diapasón de las protestas figuran anticapitalistas, okupas, antifascistas, libertarios..., todo un maremágnum ideológico que se condensa en el abarcador término de 'antisistema'. Afincados desde hace tiempo en Barcelona, los radicales suman unas 500 personas, secundadas por extremistas llegados de Francia, Italia y Grecia. Pese a su parco número, son suficientes para poner en apuros a las fuerzas de seguridad y acaparar el protagonismo de televisiones de todo el mundo, amén de poner patas arriba la ciudad.
Cualquier excusa es buena para montar una algarada. Hoy es el 'procés', pero en el pasado fue una cumbre contra el G7 y en el futuro quién sabe si será un concierto. No son nuevos en la ciudad: ya se dieron a conocer durante el desalojo del Banc Expropiat en 2016, que fue okupado por radicales antisistema. Entonces los alborotadores desplegaron una fuerte resistencia cuando fueron expulsados del inmueble de Travesera de Gràcia.
Cargas, coches ardiendo, sentadas. Ceremonias de iniciación para una juventud precarizada. «Algunos jóvenes han vivido esto como si fuera una 'rave'. He llegado a ver a dos tíos quemando un contenedor en una calle casi desierta y a continuación sacar el móvil y hacerse selfis, siempre con el dedo apuntando con el gesto de la 'peineta'», dice un agente desplazado a Barcelona. Estos chicos que se apuntan a la movida de las revueltas despiertan a la concienciación política después de años asistiendo en brazos de sus padres a las populosas manifestaciones de la Diada.
La organización de los radicales está lejos de la estructura piramidal. Es más, se agrupan en comandos autónomos, de manera que si un grupo es capturado no se suceden las detenciones en cascada. Prefieren actuar de noche, procuran desplazarse en grupos pequeños para no llamar la atención de la Policía y saben manipular a la multitud para que se sumen a los actos vandálicos. Se les han incautado bombonas de helio y hasta motosierras con las que cortan árboles para atizar las hogueras, además de martillos y palancas con los que levantar trozos de acera.
La conexión entre estos grupos violentos está acreditada. Se desplazan a miles de kilómetros allí donde se producen los disturbios, unas veces al París de 'los chalecos amarillos' y otras al Berlín de los okupas. En otras ocasiones acometen acciones rápidas emparentadas con el sabotaje. Hace dos años, cuando se celebró el referéndum ilegal del 1 de octubre, unos veinte exaltados que simpatizaban con los independentistas catalanes se plantaron ante la Embajada española en Atenas. El grupúsculo anarquista fue identificado como Rouvikonas y se limitó a lanzar panfletos y corear consignas a favor de los «pueblos oprimidos».
«Algunos jóvenes han vivido los disturbios como si fueran una 'rave'»
Agente antidisturbios
«Están crecidos»
Al mismo funcionario policial le subleva la candidez de algunos manifestantes que hacen sus primero pinitos quemando contenedores. «Están crecidos. ¿Cómo se puede hacer frente a una turba violenta con pelotas de gomaespuma?», en alusión, a las 'foam', material andisturbios que emplean los Mossos. La Policía Nacional, más expeditiva, dispara pelotas de goma.
Como observador de las protestas se encuentra Olivier Caubergh, un experto belga que ha trabajado quince años con la Policía de su país. En su opinión, la última camada de independentistas ha experimentado un proceso de radicalización paulatina que se remonta a la consulta convocada en 2017. Pero una cosa es la hornada más reciente de independentistas deseosos de expresar su rabia, y otra los anarquistas baqueteados en la lucha callejera. El especialista belga cree que los primeros pronto volverán a sus casas. Sospecha que los extremistas bregados en los enfrentamientos con las fuerzas del orden saben lo que hacen: «Por las tácticas que he observado que usan, no diría que es gente que emplea la violencia por primera vez», dice Caubergh.
Muchos de ellos carecen de antecedentes policiales o judiciales. No portan documentación alguna cuando actúan; a lo sumo, llevan escrito en el brazo el número de teléfono de un abogado simpatizante de la causa. En las protestas registradas hasta ahora se repite el mismo 'modus operandi'. A la cabeza se coloca una primera línea de más de 2.000 personas que arremeten contra las aparatos de seguridad con beligerancia. Detrás de ellos, transcurre una multitud de unas 10.000 personas, en su mayoría estudiantes, que recorren las calles mientras beben algo, desafiando el vuelo de alguna piedra perdida. Saben que, en esta disposición, los antidisturbios son remisos a actuar. Una carga puede inducir una estampida peligrosa y provocar muertos. Si consiguen disolver a los protagonistas de los altercados, la manifestación se disgrega. Pero, aun así, el medio millar de militantes antisistema detectados no cejan en su hostigamiento a la Policía, un asedio que puede durar hasta altas horas de la madrugada.
A través de canales cerrados de Whatsapp o Telegram, o simplemente mediante una radio, imparten instrucciones a cada comando. Desbaratar una línea policial es más fácil de lo que parece. Bien pertrechados y avanzando en hileras, los extremistas pueden superar a los agentes más veteranos si se encuentran cercados por la lluvia de adoquines y tornillos soldados a rodamientos, proyectiles a los que se une la insidiosa luz de los láseres. Una munición de esta naturaleza puede atravesar limpiamente la carrocería de un turismo. En la peor crisis de seguridad que ha afrontado Barcelona en tiempos recientes, los policías han acabado agotados. El nerviosismo se apreciaba en los gritos a veces desesperados de agentes, que han visto cómo en la quinta noche de disturbios se les agotaron las pelotas de goma.
«No es gente que emplee la violencia por primera vez»
Olivier Caubergh, Asesor policial
La ultraderecha, a escena
En esta revuelta, lo curioso es que también la ultraderecha ha tenido la necesidad de participar en la efusión de adrenalina. Los neonazis apalearon a un militante antifascista hace una semana. Para David Docal, del Centro de Estudios e Iniciativas sobre Discriminación y Violencia (Ceidiv), hay nexos que comparten los antisistema de izquierda con los neofranquistas, «más de lo que se piensa». «Unos y otros han sido reclutados a edades tempranas en institutos, conciertos de música, estadios de fútbol o redes sociales», alega Docal, que pronto publicará un libro sobre violencia urbana.
Entretanto, los políticos andan a vueltas sobre si los violentos son independentistas o, en cambio, el movimiento secesionista es un anzuelo que atrae a los adeptos al odio. Alguien tan poco sospechoso como Jordi Sànchez, líder de Junts per Catalunya y condenado por el Supremo a nueve años de prisión, no da crédito a la versión de que los independentistas sean ajenos a los disturbios. «La mayoría de nuestros jóvenes no se han dejado seducir por ellos. Pero también es indiscutible que una parte de los que tiran adoquines al lado de profesionales de los disturbios son nuestros jóvenes y adolescentes», argumenta en una entrevista con 'La Vanguardia'.
Cuando las calles amanezcan limpias y se apaguen las fogatas, quedará por saber quién capitalizará los réditos políticos de los altercados. Están por ver las consecuencias electorales, pero en este clima enrarecido suben las expectivas de voto por los extremos. Tanto Vox como la CUP crecen en los sondeos internos que realizan los partidos. Los anticapitalistas están en un tris conseguir representación parlamentaria gracias a los votos perdidos por JxCat.
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