Un coche lleno de naranjas, una ruta de castillos y un pan de Viena
Sentado en un sofá de un hotel madrileño, hace ahora justo un par de años, Miguel Artola recordaba dos escenas de su adolescencia en San Sebastián, su ciudad, que se le habían quedado grabadas. Una era de los primeros meses de la Guerra Civil: hablaba de la escasez de comida y de cómo una de las primeras cosas que faltaron fue el 'pan de Viena'. «Olvidaron cómo hacerlo, y así hasta hoy», decía con una sonrisa cómplice. La otra era de 1941 y parece sacada de una película de Buñuel: algunos oficiales alemanes que habían pasado desde Hendaya estaban en el mercado de la Brecha y llenaban de naranjas un Mercedes descapotable.
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La de Artola ha sido una vida plena en lo profesional y feliz en lo íntimo. A punto de cumplir 95 años, con algunos problemas de oído y necesitado de un bastón para caminar, hablaba sin prisa y sin dar el menor síntoma de cansancio de la crucial entrevista que mantuvo con Gregorio Marañón, que prácticamente fue la base del inicio de su carrera académica; de los años gozosos e intensos en lo social de su paso por la Universidad de Salamanca; de las excursiones que organizó con José Ángel García de Cortázar y un grupo de alumnos para conocer castillos en toda la península, transitando en su viejo 4-L por caminos infames y durmiendo en modestas pensiones de pueblo, pero respirando pasión por la Historia. Y del mazazo recibido cuando se enteró del asesinato de su amigo Francisco Tomás y Valiente.
El veterano historiador se mantuvo hasta el final fiel a sus costumbres: pasar todos los veranos en San Sebastián y levantarse cada mañana sabiendo que había una ocupación esperándole. «No tener ninguna tarea es terrible», decía y su hijo Ricardo, editor de profesión, lo miraba con admiración. En sus últimos meses ha trabajado en un libro sobre la Revolución francesa. «Una apuesta por la vida», decía.
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