Nuestra pequeña bomba
Alba Ruiz
Domingo, 31 de octubre 2021
Imagínate encontrarte ante una bomba. Roja, vibrante y con diversos cameos en Hollywood. Te hallas esperando al resto del equipo, quienes juegan un papel indispensable ... en la desactivación del artefacto. Ese papel, caracterizado por un poder y unos medios que tú no posees, es tan necesario como las habilidades de las que dispones —después de todo, tu firmeza para desactivarla ha llevado a formar ese equipo—. Ambas aptitudes, complementarias y eficaces, son las que finalmente van a detener el minutero que sigue bajando impasible. Sin embargo, el resto del equipo sigue sin aparecer. Tú, desconociendo si se debe a un despiste o existen otros intereses, te pones manos a la obra. No hay tiempo que perder —literalmente—.
Nuestra bomba, el cambio climático, no tiene un mecanismo tan sencillo y, por tanto, no termina al mover un par de cables. Desafortunadamente, por cada segundo que pasa en ese minutero burlón, nos llegan nuevas y más catastróficas consecuencias. 2030, cuando termina la cuenta atrás, no es la fecha límite para actuar, sino un momento irreversible, precedido por diversos desastres climáticos ya notables en nuestro día a día. Mientras que aquí esto se sobrelleva con unos pantalones cortos en mitad de octubre, el número de refugiados climáticos en la actualidad triplica a los que se desplazan por motivos bélicos. El cambio climático no es un cambio, sino un grito de auxilio feroz y desesperado de un planeta que durante años nos ha consentido abusos y excesos varios. Esta crisis es real, seria y urgente.
Sin embargo, solo encontramos despreocupación, desconfianza y, muy a menudo, silencio. El gobierno únicamente ofrece oídos que no escuchan y la población bocas mudas ante la inacción. Como afortunados residentes del primer mundo, la vulnerabilidad es inaceptable y la pérdida de nuestros lujos impensable. Cuesta admitir que, para alcanzar los objetivos establecidos para 2030, la colaboración es indispensable y la concienciación a nivel ciudadano necesaria.
Nos encontramos ante un reto sin precedentes, aunque afortunadamente posible. Poniéndole números, los gases de efecto invernadero han de reducirse por debajo de un 55% para 2030 y al cero neto para 2050. Por otro lado, debe de darse un aumento considerable en la utilización de energías renovables y evitar superar un incremento de 1.5 ºC de temperatura.
Ahora bien, estos datos nos suenan lejanos y poco aplicables en nuestra vida diaria. Esta información, traducida para la vida de un ciudadano corriente conlleva acciones como una reducción del consumo de carne —una dieta ausente de alimentos de procedencia animal reduce tu huella de carbono en un 73%—, aumentar el uso del transporte público —eso podría reducir la huella de carbono individual entre 0.6 y 1 tonelada al año—, etc. Por otro lado, la ayuda del gobierno es decisiva, por lo que es importante manifestarse, así ejerciendo presión para orientar nuestro sistema a un modelo más respetuoso con el planeta y con todos sus habitantes.
En resumen, se avecinan años duros, de mucha lucha y esfuerzo, pero el cambio está cerca y es posible. Comenzando con la COP26 —un congreso en el que se tratará cómo afrontar la crisis climática—, la creación de un futuro justo y en armonía con la Tierra está a nuestro alcance. Al fin y al cabo, esa amenazadora bomba que tienes delante no parece tan temible sabiendo que cada uno de nosotros va a poner todo lo que esté en su mano para que no explote.
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