Bajo un techo
Ocho mil de las 31.000 personas sin techo en España duermen en la calle. Housing First quiere darles casa sin exigencias. «No me acabo de acostumbrar», dice una beneficiaria
No somos invisibles». El aviso preside el campamento que docenas de personas han instalado frente al Ministerio de Sanidad (Paseo del Prado de Madrid) desde ... el 16 de abril. Denuncian lo mismo que en otras ciudades: albergues masificados, trato despersonalizado, horarios espartanos. En la capital, las personas sin casa se acercan a las 3.000, un 24% más que hace dos años. Son datos oficiales del Samur Social de Madrid.
En Vigo, donde su alcalde socialista, Abel Caballero, ha barrido en las elecciones municipales, más de 200 personas han pasado ya por la acampada instalada delante del Ayuntamiento desde hace un par de años. Estas iniciativas tienen su origen en la gran protesta de gente sin techo en la Plaza Cataluña de Barcelona en 2018.
En la ciudad de Nueva York hay tanta gente viviendo en la calle como en toda España. Unas 30.000 personas. El psicólogo Sam Tsemberis trabajaba en el Servicio de Salud Mental, Alcoholismo y Drogodependencias que dirigía en la gran urbe el sevillano Luis Rojas Marcos. Tsemberis estaba cansado de atender a los mismos usuarios víctimas del círculo vicioso de programas, albergues y ayudas pero que fracasaban en lo principal: sacarlos de las calles.
A mediados de los años 90 creó la ONG Pathways to Housing. Su idea era tan simple como revolucionaria. Lo primero que necesitan los sin techo es una casa, además de apoyo para mantenerse en ella. Él lo puso en marcha. La experiencia le demostró que el 80% de los que recibían un techo lo conservaban al cabo de dos años.
Desde entonces, muchas ciudades norteamericanas implantaron el programa. El Departamento de Vivienda y Desarrollo Urbano de Estados Unidos asegura que la cifra de personas sin hogar crónicas se ha reducido un 30%. La propuesta llegó a Europa hace diez años. La propia Unión Europea creó un programa piloto en cinco capitales (Ámsterdam, Budapest, Lisboa, Copenhague y Glasgow). Países como Finlandia han reducido en un 35% el porcentaje de gente que vive en sus calles.
«Hay experiencia de éxito para pasar de ofrecer albergues a darles vivienda»
José Manuel Caballol | Rais Fundación
Housing First (Primero la Vivienda) lleva en España menos de cinco años. Aquí, unas 31.000 personas carecen de hogar. Y al menos 8.000 duermen en cualquier cajero bancario, esquina o soportal de nuestras ciudades. Cada seis días muere alguien en las aceras. Su esperanza de vida suele ser 20 años inferior a la media nacional.
«Este programa de atención está especialmente destinado para esas 8.000 personas que están peor: enfermas, con adicciones, patologías y un fuerte deterioro de relaciones sociales o familiares», explica el director general de Rais Fundación, centrada en la lucha contra la exclusión social, José Manuel Caballol.
En agosto cumplirá el primer lustro el programa piloto Hábitat que Rais Fundación puso en marcha en Madrid, Barcelona y Málaga. Eran 28 viviendas. Hoy la oferta de casas alcanza las 350, diseminadas por 20 ciudades de once comunidades autónomas.
Los estudios de campo iniciales de sus expertos mostraban una grave contradicción. Tanto en España como en Europa, el fenómeno de los sin hogar ha aumentado un 20% durante la última década de recesión económica. De forma paralela, los recursos de atención han mejorado. Pero llegan cada vez a menos gente.
Un informe del presidente de Rais y profesor en la Universidad de Comillas, Fernando Vidal, constató que «el 59% de las personas sin hogar en España no duerme en centros. Los recursos están dirigidos a un modelo asistencialista que falla por su base».
«Queremos que el hogar forme parte de los servicios municipales»
Daniel Fábregas | Provivienda
Una escalera sin final
Los analistas lo llaman el 'método de la escalera'. Si los sin techo que acuden a los servicios sociales cumplen las exigencias que les marcan (asistencia a albergues, aseo personal, registro en ayuntamientos...) pueden ir subiendo, peldaño a peldaño, mayores niveles de ayuda. Y tal vez logren una vivienda pública. En la práctica, la mayoría de estos perfiles tiran la toalla a las primeras de cambio. Y vuelta a la calle.
«En realidad –constata José Manuel Caballol–, lo que hacen estos programas es condenarte a no alcanzar un hogar. El 'método de la escalera' está pensado para que nunca salgas de ella. Y cada vez es más y más larga». El responsable estatal de Provivienda, el aliado del programa en la búsqueda de pisos, Daniel Fábregas, completa la enmienda a la totalidad al actual sistema de protección a lo gente forzada a dormir en las calles. «Lo único que hacen estos sistemas de ayuda es disfrazar con programas temporales una necesidad permanente como es la vivienda».
Housing First le ha dado la vuelta a esta dura ecuación de nuestra realidad social. Se dirige a los que están peor. Personas que llevan al menos tres años durmiendo en la calle y tienen problemas de salud mental y, muchas veces, adicciones al alcohol o las drogas. «Una vivienda, sin condiciones ni condicionantes, deja atrás el modelo clásico de intervención y centra la atención en el derecho a la vivienda y a que la persona tome sus propias decisiones», resume Laura Guijarro, profesora de Psicología y Ciencias de la Educación de la Universidad Oberta de Cataluña. La propuesta logró el apoyo del Ministerio de Sanidad y de algunos grandes ayuntamientos. Y los resultados se siguen consolidando.
Después de analizar los perfiles de las personas sin techo, los técnicos de Housing First han buscado entre los casos más complejos. A cada uno se le ofrece una vivienda «individual, permanente e incondicional. Sin requisitos, metas u objetivos para mantenerla».
Rais y Provivienda desarrollan una estrategia de gestiones claramente separadas. Los primeros trabajan con los usuarios. Los segundos luchan con el volátil mercado urbanístico. Se buscan casas de una o dos habitaciones, públicas y privadas. «Es complejo porque apenas hay un 0,8% de casas de una sola estancia. Y solo hay un 1,5% con ofertas debajo del precio de mercado», explica Daniel Fábregas. Tienen que luchar contra la desconfianza de algunos arrendadores a pesar del seguro multirriesgo que incluye el contrato.
«Somos el puente de reconexión desde el submundo hasta la normalidad»
Sabina Pinazo | Técnico de apoyo social
Pocas obligaciones
Los beneficiarios solo tienen que asumir unas reglas básicas: aceptar una visita de seguimiento semanal, aportar el 30% de sus ingresos (si los tienen; si no, se les garantiza el alquiler) y respetar la convivencia con el vecindario.
Sabina Pinazo realiza las visitas a los usuarios valencianos. «Somos el puente para la reconexión entre el submundo y el mundo normalizado». Paula Mejías hace lo mismo en Granada. «La gente necesita 'digerir' el lugar nuevo en el que vive. No damos pautas, solo sugerimos y orientamos».
Quien busque los costes para poner en duda este sistema se puede llevar una sorpresa. Los gastos son un 12% o 15% más baratos que las soluciones asistenciales. Está logrando reducir todos los parámetros asociados a esta población en riesgo: emergencias sanitarias, costes judiciales, equipos de atención, comedores, albergues... «Se están logrando resultados mejores en eficacia y soluciones reales –confirma Caballol–. Con un 85% de permanencia en la casa, estamos notando la mejora de la salud, la lucha contra las adicciones o el asentamiento de las relaciones familiares».
Entre los beneficiarios se escuchan comentarios como «olvidé que se puede vivir con esperanza», «me ha ayudado a ver un futuro y ser más libre». Otro de los usuarios asegura que «una casa te da otra forma de mirar la vida».
Un lustro después, los promotores consideran que su modelo está consolidado y necesita «un empujón». Ya lo aplican también en organizaciones como Cáritas. En España se necesitan 20.000 plazas para gente sin hogar. «Ya hay suficiente experiencia para pasar del alberguismo a la vivienda. No hay razones económicas ni sociales que lo impidan», reclama el director general de Rais Fundación.
La vivienda es un derecho que recoge el artículo 47 de la Constitución. Y que reclama la campaña que lanzó Hábitat antes de la última contienda electoral. Pero a nadie se le escuchó hablar de los sin techo en los mítines.
Del albergue al hogar propio
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Mayor eficacia. Los promotores del modelo Housing First consideran que el acceso a la vivienda corta de raíz el círculo vicioso de los problemas derivados de estar en la calle. Esos beneficios incluyen una más rápida recuperación de relaciones familiares, acceso al trabajo o lucha contra las adicciones y las drogas.
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Más centros, menos gente. La demanda de alojamiento tras el incremento de los desahucios hizo que los centros para personas sin hogar aumentaran el 7,7% hasta 2015. Sin embargo, atendían a menos personas que antes.
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8.000 personas, de las 31.000 que carecen de un hogar en España, viven de forma permanente en las calles. En Madrid han aumentado un 24% en los últimos dos años.
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20 años menos de esperanza de vida tiene los sin techo en España. Cada seis días fallece una personas en las aceras del país.
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34,01 euros al día cuesta una vivienda del programa Hábitat de Housing First. Una plaza de albergue soporta un gasto de 39,34 euros.
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85% de permanencia en la vivienda al cabo de un año registra este programa en España.
Bárbara Galindo | Treinta años en las aceras
«Prefiero ir a la cárcel que volver a la calle. Te destruye poco a poco»
Desde que a los veinte años la echaron de casa, lleva 30 viviendo de forma intermitente en la calle. La historia de Bárbara es la de un alma sensible a la que le gustan cosas que no suelen dar de comer fácilmente. «Soy polifacética, me gusta escribir poesías, cantar y bailar». Uno de sus últimos textos se lo ha dedicado a su nueva residencia. Su vida ha sido un peregrinar por centros de desintoxicación y temporadas de okupa. Desde hace cuatro meses disfruta de una casita debajo de la Alhambra granadina frente al popular barrio del Albaicín.
Es una coqueta casita con cocina-salón, una habitación, un baño y el lujo de una buhardilla y un par de terrazas. El río Darro canturrea a sus pies. Es una de las diez personas que se han beneficiado de este programa en Granada. Bárbara insiste en que «cada vez que entro en casa me repito lo de 'hogar, dulce hogar'». Charla alegre desde uno de sus balcones durante la visita semanal de Paula Mejías, la técnico que sigue su evolución. «Esto es el paraíso. Nadie me fiscaliza. Solo tengo que aceptar que vengan a verme de vez en cuando, lo cual me encanta».
– ¿Qué pensó la primera vez que cerró la puerta tras de sí y se sintió en su nueva casa?
– Mi inteligencia me decía que era verdad, pero mi cuerpo insistía en que era mentira. No te acostumbras del todo todavía. Te dan esta oportunidad y te parece un sueño. hay gente que no sabe estar en casa pero yo... ¡estoy tan feliz!
Hasta tal punto es difícil asumir esa nueva realidad que Bárbara todavía no ha superado los tics de una mujer sin techo. «Me levanto muchas noches a las cuatro de la mañana para ver en qué banco estoy. No es fácil quitarse de encima el duermevela habitual de cuando estaba en las calles».
Mira al futuro pero no quiere olvidar su pasado. Décadas de intemperie. «Siempre en la calle o de okupa esperando a que te echen. A veces te expulsan cuando lo tienes todo limpio y tus cosas dentro. Me he quedado sin nada muchas veces», rememora Bárbara. Recordar todo esto le sirve para «poder dar las gracias por este presente».
Estar en la calle es «atroz para todos», pero mucho más para una mujer. Y peor aún «si no eres puta o drogadicta».
El futuro cercano lo imagina dedicándose a hacer las cosas que siempre le han gustado. Ella dice ser «polifacética», una palabra que traduce por «poder dibujar, escribir y bailar y hacer todo aquello que no me dejaron mis circunstancias personales». Todo un torrente de creatividad que tratará de que se traduzca en algún tipo de ingreso económico. En esa labor juegan su papel los técnicos del programa Hábitat que tratan de «reconectar» a estas personas con la realidad social de la que se desengancharon hace tiempo.
El único escenario que no contempla Bárbara Galindo es la vuelta otra vez a las calles. «Prefiero antes irme a la cárcel. En las aceras te destruyes de forma paulatina».
Fernando Pascual Toledo | Un mes en su nuevo hogar
«Todavía me despierto de noche pensando que estoy por ahí»
F ernando Pascual Toledo Navas se encontró de repente en la calle desahuciado por impago y con un desagradable conflicto familiar. La prestación social que recibía no fue suficiente para pagar los recibos de la casa de sus abuelos en la que vivía. «Se metieron a vivir también mis primos y se negaban a aportar dinero para los gastos de luz, agua y electricidad. Después llegaron los pleitos y me vi en la calle», arranca a contar Fernando.
Iba camino de los 40 años y, de repente, se vio abandonado a su suerte en las calles. «Han sido cuatro años muy duros. Viviendo en los cajeros... Soportando el frío, la lluvia, el sol inclemente... no tengo palabras suficientes para resumir este tiempo», lamenta Pascual Toledo. En muchas ocasiones recurrió a la mendicidad para poder comer, aunque «me daba tanto corte que me resultaba difícil».
Desde hace un mes ocupa una casita en el popular barrio valenciano de El Cabañal, cerca de la zona playera de la capital levantina. Ha tenido suerte. Su piso excede las dimensiones habituales del programa de viviendas Housing First. Es una aireada vivienda de tres habitaciones, con salón y un par de galerías. Se la gestionaron con los programas de viviendas municipales del Ayuntamiento de Valencia. «Está muy bien. Es una tranquilidad lograr salir de las calles. La seguridad que te da vivir así es inexplicable». Habla despacio, con muchas pausas y algunas dificultades para encontrar las palabras exactas.
– Será un alivio no estar buscando un espacio lo más seguro posible para pasar la noche.
– Pues sí. Hasta el punto de que me sigo levantando de madrugada pensando que estoy por ahí. Pero no es lo mismo estar en tu casa que en cualquier sitio esperando que te pueda venir alguien a darte problemas.
– ¿Y cómo encara el futuro?
– Pues uno tiene que ponerse retos. Porque ahora tengo una oportunidad de hacer muchas cosas que antes no podía porque dedicaba mi tiempo a buscar algún sitio en el que estar.
Uno de esos primeros retos es lograr estabilidad y rutinas en su día a día. Fernando acude cada mañana a un centro de día de Valencia; después regresa a casa para asearla y prepararse el almuerzo. Las tardes las dedica a pasear por su barrio.
El Cabañal es lo más parecido a un pueblo dentro de la gran ciudad que es Valencia, la tercera más grande de España. «Vivo en una zona muy tranquila, aquí no se oye el bullicio y la relación con los vecinos es muy cercana».
Fernando Pascual no se olvida de la gente que conoció en sus duros años en el asfalto. «Miro hacia adelante pero me preocupan mis amigos de la calle. Tienen que oír a esta gente y hay que luchar por la situación de estas personas». Por eso se muestra agradecido pero también reclama que «este proyecto que me ha dado una nueva oportunidad a mí llegue a otros con situaciones críticas».
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