Adoramos la juventud pero no a los jóvenes: qué es el 'adultismo'
La edad establece una jerarquía que desemboca, a menudo, en un choque generacional entre niños y jóvenes y adultos
Se da en torno a la juventud una circunstancia antagónica: es un valor estético y social (cuerpos lozanos, caras sin arrugas, todo un negocio y ... una retórica en torno al antienvejecimiento) pero, a la vez, denostamos a quien la 'ejerce' por edad. 'Cuando seas padre, comerás huevos', que decía el refrán. «La edad ha marcado siempre la jerarquía de poder», señala el punto de partida María Silvestre, catedrática de Sociología de la Universidad de Deusto.
La diferencia –dice– es que ese conflicto se nota ahora más porque se es joven hasta más tarde. «Como tenemos menos hijos, les prestamos más atención, estudian más años, se independizan a los 30... Todas estas circunstancias 'infantilizan' a los chavales porque, mientras viven en casa de sus padres, se ven obligados a cumplir 'sus' normas». Lo que implica un choque generacional que no es nuevo pero al que se ha puesto nombre: adultocentrismo o adultismo.
Ninguno de estos dos términos está recogido en la RAE pero aluden a una suerte de discriminación por edad: «Los adultos asumen que son superiores solo por el hecho de tener más años, lo que genera un vínculo basado en el dominio», explica la socióloga Marta Martínez, coautora de 'Adultocentrismo' (Octaedro), un ensayo en el que preguntan a niños y jóvenes de hasta 25 años cómo es su relación con los mayores. «Les excluyen de las conversaciones, responden en su nombre, deciden por ellos, les imponen sus deseos y sus miradas...».
Seres 'presociales'
Lo hacemos, invita a reflexionar la autora, incluso cuando preguntamos algo tan aparentemente inocente como, 'y tú, ¿qué quieres ser de mayor?'. «Esa pregunta está cargada de contenido. ¿Acaso el niño ahora no es nada, no tiene valor en el presente? Es como si la sociedad fuese una casa y les tuviésemos en el hall, esperando a que esos seres 'presociales' e 'incompletos' llegaran a la madurez. Nos hemos obstinado en verles como el futuro de la humanidad, como 'personas en preparación'. Por eso en todos los spots electorales aparece en primer plano un niño o una niña cuando nombran la palabra futuro», desarrolla la socióloga. E insta a que «dejemos de tratar a los niños como esas imaginarias personas en las que se convertirán dentro de unos años».
La cuestión no es nueva, pero el debate se ha reabierto. ¿Por qué? Porque estamos en un momento de transición en lo que respecta a las relaciones adulto-niño, apunta Guillermo Fouce, presidente de Psicología Sin Fronteras. «Veníamos de un modelo educativo autoritario en casa y en la escuela. Pero hace unos años nos pasamos al otro extremo, a la completa permisividad: padres que recriminaban al profesor que reprendiera o suspendiera a sus hijos, niños pequeños con un móvil o una tablet a demanda, adolescentes de 14 años tan empoderados y subidos que incluso llegan a agredir a sus padres... Ahora hemos visto las graves consecuencias de permitir demasiado, de dejar que los chavales crezcan sin normas, y estamos intentando recuperar, en cierto grado, esa autoridad».
«Es lo mejor para ti»
No lo hemos conseguido aún, lamenta Fouce. «Seguimos sin encontrar ese equilibrio. Los niños y jóvenes deben tener voz, no podemos anularles aunque sea con la excusa de protegerles. Pero también los adultos deben tenerla porque, si no ponen límites, los chavales se convierten en dictadores». En todo caso, el adultismo no se refiere al conflicto intergeneracional. Este conflicto es, en todo caso, una de las consecuencias que se derivan del adultismo.
Un adultismo que, muchas veces, es bienintencionado. Como esos padres sobreprotectores que, anticipándose a los deseos de su hijo y sin haberle siquiera escuchado, deciden por él porque 'es lo mejor para ti'. «Eso también les deja sin voz», recuerda la autora del libro. Los 'acallamos' incluso cuando les preguntamos. «Lo vemos cada tarde. El padre recoge a la niña del colegio. '¿Qué tal te ha ido en clase?'. 'Bien'. Y se acabó. ¿Eso es interesarse por ella? No hay que hacer una pregunta de sí o no, bien o mal, sino abrir el diálogo: '¿qué es lo más interesante que has aprendido?'».
En esta línea, el psicólogo Antonio Labanda anima a fomentar el pensamiento crítico. «Eso no significa que a cada cosa que les diga el profesor o el padre salten con un 'sí, claro, porque lo digas tú', porque en esa respuesta no hay argumento. Hay que hacerles pensar si lo que les están diciendo, ya sea el maestro, su padre, TikTok o ChatGpt, tiene sentido. Y se les hace reflexionar preguntándoles: '¿qué piensas tú?, '¿con qué argumentos defiendes lo contrario?'».
«No tiene experiencia»
Pero luego salen de la escuela, y en los primeros trabajos sucede parecido. «Se descarta a los jóvenes porque 'no tienen experiencia'. Pero hoy un chaval con un máster probablemente tenga ya conocimientos más especializados que yo», advierte Labanda. Otra cosa es que les escuchemos. No lo hacemos, insiste, Marta Martínez. Y, lo que es peor, «hay una demonización de los jóvenes». Y de los niños. «Los espacios 'libres de niños' es algo terrible. ¿Alguien pondría un cartel en un hotel que dijera 'prohibido mujeres' o 'prohibido negros'?».
Recuerda a este respecto una anécdota en un avión. «Viajábamos de Chile a España, eran muchas horas. Entró un ejecutivo y, al ver que en el asiento de al lado iba un bebé, se enfadó: 'Éramos pocos y parió la abuela'. Nadie escuchó al niño llorar en doce horas, pero sí escuchamos los ronquidos de aquel hombre». Y es que —argumenta– «tendemos a ver los defectos y elementos disruptivos más en los niños. Nos molesta más un chaval que grita que un adulto que grita».
«Me piden un respeto que no tienen ellos conmigo», se quejaba una de las adolescentes (16 años) entrevistadas en el libro. Y otro reprochaba a sus padres que no le dejaran opinar sobre política. Tal vez porque tenía 17 años.
– En algunos países votan con 16. ¿Es una manera de ayudarles a entrar en el mundo adulto?
María Silvestre: No me parece una mala medida. El problema es que nos da miedo porque los jóvenes tienen valores más antisistémicos, más críticos. Las estadísticas muestran una tendencia entre los chicos jóvenes a votar a la extrema derecha, mientras que hacia la extrema izquierda se inclinan más las chicas. Habría que hacer un esfuerzo por que fuese un voto más informado.
Coincide la autora del libro en la necesidad de instruirles. «En la tele hay dibujos animados, espacios infantiles y juveniles, pero ni un solo programa que les cuente lo que pasa en el mundo».
Del menú infantil al bullying y los abusos
Las actitudes adultistas abarcan desde lo que tiene pinta de anécdota –«celebraciones familiares donde ponen una mesa de niños y menús infantiles en los restaurantes, presuponiendo que a los críos solo les gustan los espaguetis y las patatas fritas«–... a lo más grave. «Durante décadas hemos considerado el bullying 'cosas de chavales'. Y los casos de abusos están siempre llenos sospechas hacia las palabras de los niños», recuerda la socióloga Marta Martínez. Y señala otro ejemplo de esta «dominación estructural» del mundo adulto respecto al universo infantil y juvenil: «Usar a los hijos como arma arrojadiza en episodios de violencia machista».
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