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efe

Tiempos de revisión

Análisis ·

Domingo, 6 de marzo 2022, 00:08

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No estamos en guerra. De momento, al menos. Pero la guerra se nos ha metido hasta en el más oscuro rincón de la casa. Nunca ... habíamos presenciado una con el verismo con que estamos contemplando ésta a través de unos medios audiovisuales que nos secuestran la mirada sin dejarnos apartarla de sus pantallas. Y no está mal que así sea. Porque, aunque no estemos en guerra, sentimos la de Ucrania como nuestra. Nadie puede mirar con indiferencia tanto edificio devastado y tanta gente espantada huyendo de su patria como los que nuestros ojos ven a todas horas en las arrasadas ciudades ucranianas. La evidencia, además, de que se trata de una barbarie gratuita, caprichosa, arbitraria e injusta, producto de la ambición expansionista de un tirano sin escrúpulos, la convierte en una «causa» con la que como vecinos, europeos y seres humanos no podemos dejar de simpatizar e identificarnos. Sólo con esto, Putin habrá perdido la guerra, aunque la gane. Se llevará consigo el odio eterno de la nación por él sojuzgada. Otro personaje más a sumar al montón de desechos que acumula la Historia. Nunca podrá acudir, sin sonrojarse, a ningún foro que haga de la civilización enseña. Ni él ni el país que representa. Mientras no se deshaga del déspota, la Federación Rusa tendrá marcado en su logo, como Caín en la frente, el estigma de la ignominia.

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