Reflexiones sobre Cataluña
Miembro del Comité de Derechos Humanos, económicos, sociales y culturales de la ONU ·
El que piensa diferente no es ni fascista, ni traidor, ni es un vendido. La tolerancia y el respeto al discrepante son la regla de oro de la democracia, tanto o más que el recuento de votosNadie sabe qué va a pasar en Cataluña en los próximos meses, pero déjenme confesarles que no soy optimista. No me parece que lo sucedido ... vaya a hacer Cataluña más fuerte, más relevante en el mundo o más libre que en los últimos 25 años. Tampoco me parece que vaya a ser una comunidad más integrada o con mejor convivencia interna. Si usted cree que me equivoco, me alegraré de que el tiempo le dé la razón.
No me interesa aquí insistir en las muchas y graves cosas que Madrid ha hecho mal en la gestión de este asunto desde hace unos años, sino en aspectos que quienes desean un territorio más libre, más fuerte y con voz propia en el mundo deberían tener en cuenta. Nuestra realidad institucional y política vasca es muy diferente, pero estas reflexiones quizá nos sirvan.
En Cataluña se ha terminado por centrar el debate en la elección de un sujeto de soberanía único, abandonando propuestas más complejas que se consideraron por el camino. Se presenta ahora una alternativa binaria donde solo cabe un sujeto, sea en Barcelona o en Madrid, en que residiría una supuesta soberanía absoluta. Ese concepto clásico de soberanía es una categoría política del siglo XVI, que llegó hasta el XX, pero que en el XXI ha perdido gran parte de su contenido real: es por sus despojos simbólicos que nos enfrentamos. Pero la soberanía de hoy es múltiple y compleja. En el caso vasco tenemos hasta media docena de niveles políticos con competencias tradicionalmente asociadas a la soberanía clásica, desde lo foral a lo universal.
La aceptación de que nuestro mundo es un entramado de soberanías entrelazadas y simultáneas puede ayudarnos a centrar nuestros debates en el mejor equilibrio e interacción de esas fuerzas para hacer el país más fuerte, más digno y más libre. Sería deseable no cargar estos debates con demasiada carga simbólica y no ornamentarlos en exceso con la apropiación exclusivista de palabras tan grandes como democracia, libertad y derechos humanos. Se trata de cómo mejorar nuestra vida colectiva, no de la lucha del bien contra el mal o de la verdad contra la mentira.
No nos sirven soluciones monolíticas basadas en mayorías más o menos amplias, sino arreglos negociados que no satisfagan plenamente a nadie, pero en el que todos veamos nuestros derechos y libertades respetados, tengamos igual acceso a las oportunidades y podamos desarrollar lo más plenamente posible nuestras capacidades individuales y colectivas.
Para aglutinar consensos no vale emplear la caricatura del otro. Ni el catalán egoísta, insolidario y pesetero, ni la España franquista, predemocrática y opresora de pueblos. Ni los boicots económicos, ni los boicots políticos o culturales. Los estereotipos son tentadores, pero tan falsos como letales.
El que piensa diferente no es ni fascista, ni traidor, ni es un vendido. La tolerancia y el respeto al discrepante, la libertad, el diálogo respetuoso es la regla de oro de la democracia, tanto o más que el recuento de votos. Las posiciones complejas, ricas de matices, en grises y colores, son en momentos de tensión rechazadas porque lo que queremos saber es en qué lado de la trinchera se coloca cada cual para alabarle o insultarle. Aquel escritor, músico o cineasta que hasta ayer nos gustaba, hoy nos parece insoportable porque se ha posicionado de forma diferente a la nuestra. Es una forma de empobrecimiento ético y cultural al que las redes sociales nos empujan. Si en las redes alguien llama fascista a otro, nueve de cada diez veces el epíteto calificará antes que nada al emisor.
Decidir quién decide -que es lo que nos ocupa- es problema difícil en que no caben respuestas sencillas. Ni la simpleza de un artículo constitucional ni la simpleza de una contabilidad de votos. Los referéndums de blanco o negro no pueden recoger toda la complejidad de los dilemas que afrontamos, cuando la respuesta debería estar llena de miles de sumas y de matices que deben cambiar en cada circunstancia. Elegimos a nuestros representantes para que se pasen 8 horas 5 días a la semana durante 4 años negociando la letra pequeña. No podemos resolver la complejidad del país en un ‘sí’ o un ‘no’ planos. La negociación, la transacción, el acuerdo, la mutua cesión y los compromisos provisionales e imperfectos representan lo más noble de la política, aunque hoy tenga mala fama ante la deslumbrante atracción de una supuesta verdad absoluta. La democracia es mejor cuando es aburrida y no nos emociona.
Si a la mesa de tus oponentes se sientan las mejores democracias del mundo y los organismos internacionales a los que aspiras a entrar, seguramente debes recolocarte antes de seguir avanzando. Tener la sede de un banco global o de una multinacional energética es un producto de 200 años de tradición industrial y empresarial. Tiene un valor tangible (empleos, impuestos, servicios, contratos) e intangible (talento, contactos, redes, prestigio, atracción) de valor incalculable. Una vez perdido no se recupera. Hoy ningún país europeo, ni siquiera Alemania, puede crear de cero una empresa de este tipo. Cuidar estas empresas no es antidemocrático o indigno, es simplemente inteligente.
La mayor responsabilidad de un político en una sociedad democrática moderna es primero no hacer daño a su propia sociedad, no empobrecerla, no enfrentarla, no debilitarla y no engañarla. Poco de esto ha recibido Cataluña estos últimos años de sus autoridades, tanto de las de Barcelona como de las de Madrid. La situación es hoy endiabladamente difícil. No sé mucho de contagios, pero no me parece un panorama envidiable.
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