El presidente que agitó Euskadi
Sánchez es el inquilino de La Moncloa que más apoyo ha tenido de los partidos vascos en el Congreso al contar con el respaldo crítico del PNV y apadrinar la normalización de una EH Bildu que recibe con alivio su continuidad
«Hemos escuchado a las vascas y a los vascos y lo que han dicho en las urnas. Y fíjese, señor Núñez Feijóo, nueve de cada diez votos en Euskadi fueron a partidos políticos que apoyaron mi investidura y a este Gobierno. ¡Nueve de cada diez! Este es el resultado de la política de destrucción, desinformación y bulos que ustedes están practicando. Les ganamos nueve a uno».
El miércoles, día 24, apenas diez horas antes de que Pedro Sánchez, acompañado de su mujer, entrara a su cuenta de X (Twitter) para publicar su «carta a la ciudadanía» en la que anunciaba su particular «proceso de reflexión de cinco días», el presidente del Gobierno valoraba así el resultado de las elecciones vascas más disputadas de la historia. Lo ocurrido el pasado 21 de abril es, quizá, la mejor metáfora de lo que está suponiendo para Euskadi el mandato del presidente desde que llegó a La Moncloa en 2018 gracias a una moción de censura a Mariano Rajoy en la que el PNV fue un actor imprescindible.
¿Irse? Nueve a uno. Yo. Sánchez, en su descarnada batalla con el PP, ha fusionado en su persona al resto de partidos esgrimiendo el miedo a la ultraderecha y la llegada de Vox al poder de la mano de Alberto Núñez Feijóo. Una estrategia basaba en una extrema polarización política y social ante la que los socios de Sánchez, entre elegir susto o muerte a ojos de la ciudadanía, no han tenido más alternativa que elegir susto. Sánchez siempre ha sabido que con Vox en la ecuación, formaciones como el PNV, el partido históricamente con más cintura para pactar en Madrid en función de sus intereses, siempre estarían de su lado. Y así ha sido.
En muchos casos, eso sí, para desesperación de los de Andoni Ortuzar, que durante todos estos años se han visto atados de pies y manos para actuar en Madrid atrapados en la madeja de la llamada «mayoría progresista». Ahí quedan frases tan desgarradoras del presidente del EBB del PNV denunciando, sin ambages, que Sánchez les ha «usado como un clínex». Pese a todo, nunca le han retirado un apoyo en ocasiones muy crítico. «¿Y cuál es la alternativa?», lamentan.
La Euskadi que ha moldeado y seguirá puliendo Pedro Sánchez es la más nacionalista de la historia. Basta con ver la confección del nuevo Parlamento vasco salido de las urnas: 54 de los 75 escaños son abertzales, dos más que en los comicios de 2020, cuando se alcanzó un récord que ahora ha vuelto a ser pulverizado. Pero, paradójicamente, la Euskadi más nacionalista también es la Euskadi menos independentista, según el último Sociómetro. Apenas un 23% de los encuestados la apoya. Además, el porcentaje de personas que se consideran solo vascos y nada españoles también ha registrado su nivel más bajo de la serie (apenas supone el 19%).
El País Vasco que ha moldeado Pedro Sánchez ha provocado una correlación de fuerzas en el nacionalismo para desesperación del PNV y satisfacción de EH Bildu, que el pasado 21-A, sin ir más lejos, logró un empate histórico con los jeltzales a 27 escaños e incluso coqueteó con la victoria en votos. Los de Arnaldo Otegi sabían que no iban a gobernar porque el PSE, a diferencia de lo ocurrido en Pamplona, mantiene vigente su cordón sanitario. Pero el objetivo de Bildu era consolidarse por primera vez como alternativa de gobierno y así ha sido. Misión cumplida.
Hablan de «paciencia estratégica», pero lo han conseguido mucho antes de lo previsto gracias a la decisión de Pedro Sánchez de normalizarles en el día a día del Congreso tratándoles como un partido más pese a que sigan negándose a condenar a ETA o rechacen llamarla banda terrorista. La mayoría parlamentaria del presidente siempre ha sido tan precaria que en Bildu sólo ha visto escaños (ahora tiene 6, uno más que el PNV) necesarios para poder gobernar.
Sánchez y Bildu han hecho de la necesidad virtud. Todo lo contrario del PNV, que ha visto perder su rol histórico de gran conseguidor en Madrid pese a que el presidente siempre les califica de «socio estratégico». Que se lo pregunten a Iñigo Urkullu, que durante todos estos años ha criticado con dureza al presidente del Gobierno por sus continuos incumplimientos en lo referido a sus negociaciones para completar las transferencias del Estatuto de Gernika, el gran caballo de batalla del PNV, mientras Sánchez cedía a Bildu el anuncio de logros sociales como la subida de las pensiones mínimas o el aumento de las plazas MIR para toda España.
Sánchez ha sido el presidente que más transferencias estatutarias ha realizado. Pero más allá del servicio de Cercanías Renfe o la gestión del IMV, destaca la gestión de las prisiones vascas. Un movimiento político por el que siempre ha sido muy criticado el presidente del Gobierno al considerar la derecha que estuvo motivado por su pacto con Bildu para acabar con la dispersión de los presos de ETA y agilizar su puesta en libertad a través de los terceros grados.
«Necesitamos que Sánchez siga en Moncloa al menos dos legislaturas más», confesó Otegi ante los suyos en una charla a las bases ofrecida en Eibar en octubre de 2021 en la que no sabía que le estaban grabando. Ahora, el gran reto se llama nuevos estatus, derecho a decidir. «Con Sánchez hay una oportunidad histórica», subraya el candidato a lehendakari de EH Bildu, Pello Otxandiano.
En la Euskadi en la que Sánchez ganó las elecciones generales de julio de 2023, los socialistas vascos se han consolidado como tercer partido (han subido de 10 a 12 escaños) y convertido en una fuerza decisiva para decidir quién será el lehendakari y qué políticas desarrollará el nuevo Gobierno vasco. Un PSE que en su día recibió a Sánchez con cautela y que en su última etapa se ha convertido en uno de sus principales sostenes.