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Iñigo Urkullu y Mariano Rajoy, en una reunión que mantuvieron en el pasado en La Moncloa. ABC

La (no) negociación

Martes, 24 de abril 2018, 01:05

Los prolegómenos del posible apoyo (o no) del PNV a los Presupuestos Generales del Estado se han convertido en una gran paradoja, en la que nada discurre conforme a las normas de la lógica. Una especie de 'matrix' político que funciona de acuerdo a sus propias reglas. Un universo paralelo en el que Ortuzar, Rajoy y los independentistas catalanes que no son Puigdemont reman en una dirección y el expresident y Ciudadanos en la contraria. Un mundo raro en el que el PNV insiste en negar tajantemente que se haya entablado negociación alguna e incluso que se haya producido el más mínimo contacto con representantes del Gobierno central para hablar del asunto. El PP hace semanas que desliza en privado que todo está ya atado, solo a la espera de que se levante al artículo 155 (si es que eso ocurre, Puigdemont mediante) para hacerlo oficial.

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¿Por qué rechaza el PNV reconocer siquiera que existe un canal de diálogo con Madrid, algo que normalmente se consideraría una virtud política? Algo tendrá que ver, sin duda, el secretismo habitual con el que, por si las moscas, se embozan este tipo de acuerdos hasta que están definitivamente sellados. También la persistencia de la anomalía catalana, aunque no ha sido óbice para que el EBB haya decidido no presentar enmienda de totalidad a las Cuentas y permitir así que continúen su tramitación a partir de esta semana. Pero la principal razón de la extrema cautela con que se conduce Sabin Etxea es la posibilidad de que, si finalmente no se constituye un Govern efectivo antes del 22 de mayo, sus rivales políticos puedan echarle en cara las inversiones y demás contrapartidas que han dejado de echarse al morral por hacerle el juego al soberanismo catalán.

Así pues, mientras Puigdemont deshoja la margarita y sus fieles insisten en que él sigue siendo la única opción 'presidenciable', el PNV, consciente de manejar una situación delicada cual bomba de relojería, practica el 'catenaccio'. Ni una palabra, de momento. Sabe que sobre sus hombros descansa el futuro de la legislatura actual -y, por lo tanto, el devenir inmediato de la política española- y no quiere que tamaña responsabilidad acabe sobrepasándole. Parece extremadamente complicado que el PNV pueda arañar nada más en esta (no) negociación que lo propiamente consignado en las Cuentas de Cristóbal Montoro. Los 500 millones de inversiones que se derivan del acuerdo de 2017 y el pellizco extra que logren introducir vía enmiendas parciales al proyecto, que no será menor.

Abrir el melón de una transferencia tan compleja técnicamente como la gestión del régimen económico de la Seguridad Social y cerrarlo en apenas un mes -el tiempo que resta hasta la votación definitiva- parece materialmente inviable. Menos aún con Ciudanos ejerciendo de guardián para evitar que los nacionalistas sigan engrosando sus «privilegios». El año pasado, los naranjas 'tragaron' con la renovación del Concierto y el Cupo. Pero ahora que se ven en puertas de La Moncloa el cuento ha cambiado. Como mucho, el PNV podría aspirar a que Rajoy se comprometiera a fijar un calendario de traspasos para completar el Estatuto. Está por verse. Lo que no podrán evitar Ortuzar y los suyos es pinchar el globo de la (no) negociación esta misma semana. Cuando, antes del viernes a las dos de la tarde, tengan que mojarse y decidir si registran sus enmiendas parciales (sus exigencias, en realidad). Y cuando el PP las vaya aceptando en el debate en comisión aunque no se haya levantado el 155. Entonces se acabará 'matrix'. Y empezará otra película en la que Puigdemont sigue escribiendo el final.

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