Los ministros de Padrón
Cuando Pedro Sánchez anunciaba largas noches de insomnio si hacía lo que al final hizo -gobernar con Unidas Podemos-, puso varios ejemplos para ilustrar el ... sinsentido que, según proclamaba entonces, supondría compartir el Consejo de Ministros con Pablo Iglesias y su 'troupe'. ¿Se imaginan a un vicepresidente del Gobierno diciendo que en España hay presos políticos?, preguntaba con tono de pretendido escándalo en alusión a los condenados por el 'procés'. ¿O defendiendo la autodeterminación de Cataluña y atacando a la Corona y a los jueces? Todo eso y más hemos visto ya sin que el líder socialista parezca particularmente incómodo, lo haya impedido ni enmendado la plana en público a los miembros de su Ejecutivo que así se han pronunciado. Tampoco ha reconvenido a su vicepresidente cuando, en una pirueta propia de una película de Berlanga, ha puesto en tela de juicio la calidad de la misma democracia española en la que ocupa un puesto institucional de tanta relevancia.
Los gobiernos de coalición son inevitables focos de tensiones. A fin de cuentas en ellos conviven partidos con dispares visiones, trayectorias e intereses. La firma de un programa común, en el que los asuntos más conflictivos suelen ser zanjados con generalidades, no garantiza la ausencia de conflictos. Pero que estos existan no significa que se escenifiquen a bombo y platillo como arma de presión negociadora entre los socios o por razones de imagen. Ni que uno de los integrantes de la alianza haga la guerra por su cuenta con pronunciamientos particulares -por ejemplo, en política exterior- que comprometen al conjunto del Gabinete y ponen en aprietos a los responsables de las áreas afectadas. O se desentienda de su función institucional con palabras o hechos perfectamente legítimos cuando se está detrás de las pancartas, pero menos cuando se pisa moqueta y se representa a toda la ciudadanía.
Durante un tiempo, los biempensantes pudieron atribuir los rifirrafes entre el PSOE y Unidas Podemos a la falta de rodaje del primer Gobierno central de coalición. Esa excusa ya no vale. Los recientes ataques de Iglesias a la democracia española que vicepreside fueron contextualizados por sus socios en el fragor de la campaña electoral catalana. Como si valiera pronunciar cualquier disparate para rascar un puñado de votos. Pasado el 14-F, el apoyo desde las filas moradas -o sea, desde los despachos del poder- a los radicales que han sembrado de violencia las calles en protesta por el encarcelamiento del rapero Pablo Hasél es, por ahora, la última muestra de una escalada ante la que Sánchez no puede escurrir el bulto. El pescozón dialéctico que Carmen Calvo propinó ayer a Pablo Echenique por su tuit de respaldo a los extremistas que causaron destrozos y se enfrentaron a la Policía en Madrid y Barcelona evidenció la incomodidad socialista con la situación, pero también el deseo de no armar demasiado ruido con ella.
Como bien explicó la vicepresidenta, el ejercicio del poder obliga a gestionar contradicciones. A confrontar los deseos con la realidad. Aquello que legítimamente se aspira a transformar con las dificultades objetivas para hacerlo. Y eso, a veces, genera frustraciones. Unidas Podemos lo está comprobando. Pero se resiste a aceptarlo. Mantener la tensión de las barricadas mientras se ocupan coches oficiales es un juego de equilibrismo que difícilmente se puede mantener mucho tiempo. Es lo que intentan, en afortunada expresión de Chapu Apaolaza, los ministros de Padrón. Los suyos. Que, igual que entre los pimientos con ese origen algunos pican y otros «non», unos días son Gobierno y otros oposición. No parece muy sensato. Pero es lo que hay.
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