Ministro, una profesión de alto riesgo
Recurrir a los mejores ·
La última y despiadada crisis de gobierno pone en entredicho la atracción que este tipo de encargo tiene para profesionales independientesiñigo fdez. de lucio
Domingo, 18 de julio 2021, 02:43
Cuando Pedro Sánchez presentó su segundo Gabinete a principios de 2020, había varios nombres que destacaban por su perfil más técnico que político. Entre ... ellos sobresalía uno: Arancha González Laya, la hasta el pasado sábado ministra de Asuntos Exteriores. Laya abandonó un puesto de gran prestigio como directora ejecutiva del Centro de Comercio Internacional, organismo dependiente de la ONU y la Organización Mundial del Comercio, donde ganaba más del doble de los 73.000 euros que ha ingresado al año como jefa de la diplomacia española. Dieciocho meses después, abandona el Ejecutivo abrasada y señalada públicamente como responsable de la grave crisis diplomática con Marruecos tras traer por la puerta de atrás al líder del Frente Polisario. Pese a que es difícil de creer que hiciera el menor movimiento sin el conocimiento y el plácet final de Moncloa, ya se sabe que los logros son cosas del presidente y los problemas, culpa de los ministros. Va en el cargo.
Ante esta situación, cabe preguntarse: ¿compensa aceptar un puesto de ministro? Aparte de los profesionales de la política y la gente que ha hecho carrera dentro de los partidos, ¿qué independiente va a querer asumir semejante carga? «Ésta es una historia vieja de la política española, no es algo nuevo», señala Ramón Jáuregui, histórico del socialismo vasco que, entre otros cargos, fue ministro de Presidencia con José Luis Rodríguez Zapatero. «Hay pocos incentivos para atraer el talento a la política. No sólo el salario es mucho menor de lo que se podría ganar en la empresa privada, sino que, sobre todo, el desgaste personal es altísimo», explica, «por la exposición mediática y el escrutinio constante». Por todo ello, sostiene que «hace tiempo que la política no atrae a los mejores».
Pero, ¿quiénes son «los mejores»? Es la eterna disputa entre tecnocracia y un gobierno de políticos. Un debate abonado para la demagogia, advierte Pedro Marfil, profesor de la Universidad Camilo José Cela y miembro del consejo de la Asociación de Comunicación Política: «Cuidado con caer en la falacia de que nos gobiernen tecnócratas. No se puede gobernar un país como se gestiona una empresa», principalmente porque «lo público no tiene por qué ser necesariamente solvente».
Lo ideal, apunta Jáuregui, sería que quienes asumen los puestos de responsabilidad combinen ambos conceptos: «Por un lado, deben tener conocimientos técnicos; por otro, tienen que conocer el ámbito político y saber gestionar los tiempos, los canales y las estrategias políticas». Otra cualidad determinante es la de saber rodearse de gente buena. «Se suele olvidar, pero el equipo ministerial dice mucho de un ministro», apunta Marfil. A fin de cuentas, «lo que tienen que hacer los ministros es marcar las pautas» y delegar las cuestiones técnicas «a sus equipos».
Una cuestión de honor
La influencia en la trayectoria profesional también es un elemento a poner en la balanza. Quien pasa por un ministerio sale de él «con una buena agenda, con contactos e información muy valiosa», lo que les convierte en «perfiles muy interesantes para las empresas», analiza la politóloga Verónica Fumanal. Sin embargo, también existen ciertas cortapisas. La más importante, la incompatibilidad para un ministro para ocupar cargos durante los siguientes dos años a su salida del cargo en empresas que se hayan podido ver afectadas por su gestión. Si bien dicha incompatibilidad «tiene sentido para evitar las puertas giratorias», apunta Fumanal, Jáuregui contrapone que «habría que facilitar el ejercicio profesional posterior» para que no haya limitaciones en «la captación de profesionales para la gestión pública». En ese sentido, Marfil apunta que «mucha gente termina su carrera política con 50-55 años y todavía pueden aportar talento y experiencia a la sociedad, pero tienen el sambenito de haber sido políticos». «Habría que plantear bien cómo gestionar eso», sostiene.
Menos ingresos que en la empresa privada (aunque no son cargos mal pagados, ni mucho menos), un mayor escrutinio en su trayectoria posterior y una excesiva exposición pública son los principales contras de ser ministro. Pero también hay pros, evidentemente. Entre ellos, el reconocimiento. «Que te llamen para ser ministro es un honor», expone Fumanal. Como muestra, la frase con la que Félix Bolaños asumió la cartera de Presidencia: «Ser ministro es algo que ni se debe pedir ni se puede rechazar».
Lo que sucede, bajo el punto de vista de la experta, es que la opinión pública no siempre valora en su justa medida «el sacrificio» que se hace al asumir responsabilidades de ese tipo. Y pone como ejemplo la dimisión del fugaz ministro de Cultura y Deporte la pasada legislatura, Màxim Huerta. Salió del Gobierno seis días después de asumir la cartera por una irregularidad con Hacienda que, no obstante, no le había supuesto traba alguna para hacer carrera en la televisión. «Esto demuestra que la vara de medir lo público y lo privado es radicalmente distinta», expone Fumanal.
El peligro del cortoplacismo
Desde que ascendió al poder en junio de 2018, Sánchez ha cambiado la friolera de 17 ministros, lo que entraña un nuevo problema. «¿Cómo se van a impulsar políticas públicas que mejoren la vida de la gente si la duración en los cargos es cada vez más breve?», se pregunta la politóloga Eva Silván. «La política ahora está condicionada por la comunicación y los estudios demoscópicos», desgrana, lo cual «es preocupante por el cortoplacismo al que se ve abocada la acción política». Eso es lo que, a su juicio, se escondía tras el amargo lamento del nuevo ministro de Cultura y Deporte, Miquel Iceta, cuando abandonó su puesto al frente del Ministerio de Política Territorial tras sólo seis meses en el cargo. «Siento mucho dejar este Ministerio, habíamos puesto mucha ilusión y ganas», proclamó.
No hay recetas mágicas, pero los expertos consultados coinciden en que hay varios puntos que facilitarían la atracción de talento para puestos de gestión. Primero, que tengan una mejor valoración social y económica. Segundo, que se facilite el ejercicio profesional posterior. Y, por último, agrega Jáuregui, «que los partidos tengan un mayor contacto con el mundo profesional e investigador». Ahí «hay gente muy potente para la gestión pública», zanja.
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