El asesinato de Carlos Ribeiro en Bakio, un misterio de más de 40 años
Apareció con 5 tiros ·
Llevaba una vida algo 'hippie', vivía en Bakio y tenía 33 años. ETA nunca reivindicó su asesinato y a un familiar «le pararon los pies» cuando quiso investigarA Carlos Ribeiro de Aguiar le llamaban 'El Portugués', 'Perla' o 'Perlita' y 'Luna'. Son muchos apodos para una vida corriente. Vivía en el barrio San Pelayo de Bakio, trabajaba a rachas de camarero y llevaba una vida algo 'hippie'. Tenía 33 años el 5 de octubre de 1982 cuando fue visto por última vez en el pueblo. Aquella tarde acompañó a una chica a la parada del autobús y pasó un rato en los bares del muelle. Allí se pierde su pista. Su cuerpo, acribillado por cinco balazos, apareció esa noche en la carretera que une Bakio y Bermeo.
Es habitual que se sepa poco de los atentados de los años ochenta, pero este caso va más allá porque se desconoce prácticamente todo. Sólo hay nueve líneas en 'Vidas Rotas', de Florencio Domínguez, una biblia de las víctimas de ETA. El Gobierno vasco realizó en 2016 unos retratos municipales donde reunía los datos existentes sobre los asesinados. Las siete líneas sobre Carlos Ribeiro constatan que «es un caso con insuficiente clarificación» e inciden en la idea de que nadie reivindicó su muerte.
La primera hipótesis, surgida en aquellos años en círculos policiales, vinculó el asesinato con ETA por la munición utilizada. Aparecieron junto al cuerpo cuatro casquillos del calibre 9 milímetros Parabellum. Sin embargo, la banda no lo reivindicó en su balance Zuzen-79, ni en el anuario de 'Egin' del año 1982. Tampoco lo incluyó jamás en el apartado destinado al narcotráfico, pese a los rumores que circularon por el pueblo. Su padre, Armando Ribeiro de Aguiar, un hombre de origen portugués muy querido en la localidad costera, contó en aquellos días a algún periodista que su hijo podía «alternar con gente que fuma porros», pero descartó cualquier vinculación con el tráfico de drogas.
Son muchos los que apuntan a que pudo ser consumidor, pero nada más. De hecho, pocos días después del crimen, 50 jóvenes de Bakio hicieron pública una carta en la que criticaban que «la sociedad sea ajena a una muerte violenta porque se le acuse a la víctima de tomar drogas» y retrataban a Carlos como «un hombre tranquilo, amante de su pueblo, radical en sus concepciones pero inofensivo, tierno e incapaz de hacer daño a nadie». «Quienes hemos conocido a Carlos estamos obligados a reivindicar su imagen», zanjaban. El Ayuntamiento detuvo su actividad y recordó que «la vida es el bien más sagrado» al margen de «cualquier forma de ser o de vivir».
Y es que quizá eso era todo. Que a Carlos Ribeiro de Aguiar le gustaba disfrutar de la vida, que se veía en el paro cuando el mal tiempo vaciaba los bares, que vivía con sus padres pero pasaba alguna temporada en una caravana aparcada cerca de la ermita de El Carmen. Otros le recuerdan cerca del manantial, alguna vez en una tienda de campaña. A veces solo y otras veces acompañado por alguna joven compañera. Era un alma libre. «Mi hijo nunca ha tenido problemas de política y nunca ha recibido amenazas de nadie», explicó su padre en 1982.
La familia atribuye su muerte a la acción de grupos de extrema derecha o parapoliciales
TENÍA allegados de hb
Poco papel en los diarios
Aquel crimen no encajaba bien desde el principio. Los periódicos del día siguiente al asesinato apenas informaban de la noticia. Dejaban una columna o un par de ellas en medio de una maraña de sabotajes, sucesos y juicios por terrorismo. Aquel 6 de octubre de 1982, España estaba a otras cosas. Era el día en que empezaba la campaña electoral que llevaría a Felipe González a La Moncloa. Pocos días antes se había neutralizado un segundo intento de golpe de Estado.
Nadie parecía tener tiempo para buscar a los autores de un crimen que permanece sin esclarecer cuarenta años después. Según ha podido saber este periódico, un hermano de Carlos Ribeiro decidió investigar. Llegó pronto a la conclusión de que ETA no estaba detrás de aquella muerte. Parte de la familia era próxima a la izquierda abertzale y algunos de ellos habían ostentado incluso algún cargo local de Herri Batasuna. Este familiar dirigió su búsqueda hacia el conglomerado de siglas de extrema derecha que operaban en aquel momento -de la Triple A al BVE- y grupos parapoliciales . Una fuente cercana que quiere mantenerse en el anonimato explica que a aquel hermano «le pararon los pies, le dijeron que si seguía por ese camino, acabaría igual». Dejó de investigar.
La familia no se marchó de Bakio. El padre, Armando Ribeiro, siguió trabajando en la recepción del Kiroleta, el club de tenis de la localidad costera, donde se le podía ver jugando partidas de pimpón con los jóvenes. Su madre, Mercedes Nalda, murió cerca de allí, en 2006, a los 85 años. Nadie lo sabía hasta ahora, pero Carlos Ribeiro de Aguiar, que aparece en los informes como un hombre sin hijos, había tenido una niña, que fue criada tras su asesinato por familiares cercanos, según ha podido saber EL CORREO. La familia ha decidido mantenerse en el más absoluto silencio. Hay mucho dolor, demasiadas preguntas y ninguna tiene una respuesta fácil.
En Bakio son pocos los que recuerdan el atentado. A algunos les suena el portero del Kiroleta que tenía acento portugués y otros recuerdan incluso la figura espigada de Carlos yendo de aquí para allá. Una sombra que se desvaneció hace más de 40 años.
La teoría del secuestro, una de las posibilidades que se barajaron
Aunque la investigación no fue exhaustiva y no arrojó resultados, se barajaron diversas hipótesis y algunas tuvieron su reflejo en la prensa local a lo largo de los días siguientes. «El joven asesinado -en Bakio- fue secuestrado previamente», titulaba a dos columnas uno de los periódicos. Se contaba allí que Carlos Ribeiro fue visto hacia las siete y media caminando con una joven hacia la parada del bus que lleva a Bilbao, que a las ocho y media paseaba «por el muelle pese al fuerte temporal». Y se apuntaba la teoría de que pudo ser abordado allí, obligado a introducirse en un coche y trasladado hasta el barrio de El Calero, donde apareció su cadáver horas después.