Las historias desconocidas de 31 víctimas de ETA, Grapo y el yihadismo
El Centro Memorial y la Plataforma de Apoyo a las Víctimas del Terrorismo distribuyen tres libros con decenas de testimonios en 75 bibliotecas vascas y navarras
Son una treintena de voces. En concreto, las de 31 víctimas de diferentes grupos terroristas: ETA, Grapo y yihadismo. Sus testimonios se recogen en tres ... libros que el Memorial y la Asociación Plataforma de Apoyo a las Víctimas del Terrorismo (APAVT) han distribuido en 75 bibliotecas de las principales localidades de Euskadi y Navarra. Son historias «casi o totalmente desconocidas» acompañadas de fotografías familiares inéditas que permitirán acercar a los ciudadanos la realidad y el dolor que hay detrás de cada atentado. Algunos, como los que aparecen bajo estas líneas, lo sufrieron en primera persona. Sus vidas cambiaron para siempre.
Soledad San José
Herida en el atentado de ETA en la T-4
El 30 de diciembre de 2006 Soledad San José «había cambiado el turno de trabajo». «Generalmente comenzaba mi jornada laboral a las cinco de la mañana, porque atendía el primer vuelo, pero el destino quiso que ese día comenzara a las nueve y media». Trabajaba para una compañía británica de aerolíneas en Barajas. Se durmió, así que «iba con mucha prisa». Dejó el coche en el parking de empleados y «a partir de ahí», todo se le ha grabado «como si pasase a cámara lenta». En el autobús que la llevaba desde el aparcamiento hasta la terminal se percató de un movimiento inusual. «Mucho revuelo». Le dijo a su compañera: «Ten cuidado con el bolso, no vaya a pasar algo», evoca en uno de los libros.
Cuando se dirigía a su oficina, estalló la bomba. «Fue como si unas manos gigantes me empujaran hacia las cristaleras del aeropuerto. Me estrellé contra una de ellas y cuando giré la cabeza vi mucho humo y muy mal olor, olía a quemado. Recuerdo a una mujer que había volado sobre los carros de maletas, gente gritando, un compañero había caído sobre cristales y tenía las manos de sangre...», rememora. Soledad cogió el móvil y su identificación. «Me acordé del 11-M y pensé que con la tarjeta mi familia podría identificar mi cadáver o lo que quedara de él», explica. Después llamó a su marido: «Estoy en la terminal 4, ha habido un atentado y no sé lo que va a pasar».
Con aquella bomba ETA rompió la tregua que había declarado meses antes. Dos personas fallecieron aquel día. Carlos Alonso Palate y Diego Armando Estacio. Soledad y varios conocidos se escondieron en un avión de Iberia que estaba alejado de la terminal. Allí permanecieron durante varias horas. «Cogimos mantas, hacía mucho frío. Llamé a mi madre». Desde entonces, no le gustan los sitios con mucha gente. «Siempre estás alerta». «Permanece el miedo y luego, las secuelas».
Isidro Artigas
ETA le dejó postrado en una silla de ruedas
Era el día de la lotería de 1992. Isidro Artigas estaba en la oficina de expedición del DNI del barrio donostiarra de Amara. A unos veinte metros de la puerta, de espaldas. Policía nacional, aquella jornada le tocaban labores de vigilante de seguridad. No llegó a ver nada. «Fueron dos disparos». Uno le atravesó la tráquea y el otro le salió por el lado izquierdo del cuello. «Había una pantalla de ordenador delante y vi que se incrustó en ella una bala. Las piernas se me doblaron como si se cayera una sábana al suelo, me desplomé. Al tocarlas, las tenía insensibles», recuerda en uno de los volúmenes que pueden consultarse en las bibliotecas. Le llevaron al hospital. «Pedí a mis compañeros que no avisaran a mi familia, pero al despertar, allí estaban todos». Nunca creyó que fuera tan grave. Los disparos le dañaron irreversiblemente la columna vertebral. «¿Usted cree que me voy a poner de pie?», preguntó a una doctora. «Nunca, hagas lo que hagas, te vas a poner de pie», le espetó.
Con 27 años se vio en una silla de ruedas. «Aquí te quedas sentado y de aquí no te mueves. Me gustaba correr, había hecho alguna media maratón... Me partieron la vida por la mitad», se sincera. Actualmente tiene una 'handbike', una bicicleta que se maneja con las manos. «Pero tampoco puedo excederme porque el cuerpo se resiente», lamenta. Isidro declaró en el juicio mirando a los miembros de ETA que participaron en su atentado, no a los jueces. «Quería verles la cara, saber cómo eran y cómo se comportaban», expresa. Armando Legaz Irureta, Agustín Almaraz Larrañaga y José Ignacio Alonso Rubio fueron condenados a 29 años. «No sé si seguirán dentro o no, lo que sí sé es que yo sigo sentado en esta silla de ruedas». Ofrece su testimonio para que las generaciones venideras no olviden lo que ha ocurrido. «Todo el mundo tiene derecho a ganarse el pan honradamente. Y a nosotros nos mataron o lo intentaron por llevar un uniforme».
Cristina Rubio
Superviviente de un atentado yihadista en Túnez
Cristina Rubio y su marido, Juan Carlos Sánchez, sobrevivieron al atentado yihadista que se produjo en el Museo del Bardo (Túnez) en 2015. Durante el ataque murieron 22 turistas. Entre ellos, una pareja española. «Cuando acabó la visita al museo, ya en el hall, empezamos a escuchar disparos en el exterior. Durante unos segundos no sabes de qué va el tema, pero enseguida empiezas a imaginar. Nos dimos cuenta de que solo podíamos correr allí dentro, no teníamos otra escapatoria porque los disparos venían de fuera», recuerda Cristina. Más de veinte horas estuvieron escondidos en un cuarto de la limpieza. «Escuchábamos gritos de los terroristas diciendo 'Alá es grande' y cada vez que lo decían, se oía un disparo». Cada vez que se escuchaban pasos cerca de la puerta, se abrazaban «fuerte con la esperanza de que no abrieran. Si abrían, ya sabíamos lo que iba a pasar», comparte. Embarazada de cuatro meses, «lo daba todo por perdido». «No había podido beber agua ni comer nada. El estrés contenido era mucho... Tenía un pánico brutal».
Los terroristas «subían y bajaban y nosotros pensábamos que estaban preparando algo para hacerlo estallar. Escuchábamos cómo hablaban entre ellos, cómo cogían cintas...», relata Cristina. Llegó el momento en el que se abrió la puerta. «Nos alumbraron con una linterna. Volvieron a cerrar sin decir nada y nosotros nos tiramos al suelo fingiendo estar muertos», describe. Hasta que empezaron a escuchar las palabras 'tourist' y 'police'. «Me levanté del suelo con un estado de ansiedad brutal y me abracé al policía. Nunca olvidaré su cara».
Esa misma mañana, antes de ir a la excursión, tanto ella como su marido conocieron a la pareja de españoles que fueron asesinados. Estaban en el exterior del museo cuando empezaron los disparos. «Unos momentos antes del ataque, le dije a Juan Carlos que yo también quería ir fuera. Tenía frío dentro. Pero él me disuadió», revela. De vuelta en casa, Cristina dejó de ir a centros comerciales y a lugares con aglomeraciones. «Cosas del día a día, como utilizar el transporte público también me resultan problemáticas», asume. No hablan de lo que ocurrió en Túnez con nadie. Ha llorado mucho, sin que nadie la viera. Solo su marido. Pero si ambos tienen algo claro es que no quieren transmitir sus «miedos» a su pequeña.
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