de los males, el menor
La sentencia del 'caso Gürtel', junto con la escapista reacción ante ella, pone al Gobierno en situación insostenible y justifica la llamada inmediata a las urnas
La conmoción creada por la sentencia del 'caso Gürtel', en la que, además de las graves condenas individuales emitidas, se da por sentada la existencia de una 'caja B' en el Partido Popular y se pone en duda la credibilidad del presidente del Gobierno, ha trastocado radicalmente los parámetros en que venía desenvolviéndose la política española. De «un antes y un después» ha calificado el momento el líder de Ciudadanos y -no lo tome usted a broma- el propio Mariano Rajoy ha querido subrayar su gravedad renunciando al viaje que tenía planeado realizar para asistir en Kiev a la final de la Champions entre los equipos del Liverpool y el Real Madrid (¡!). El caso es que ningún medio dedica ya una línea a lo que antes del jueves pasado llenaba páginas enteras. Hoy, tras la aparente estabilidad que el Gobierno se había ganado con la aprobación de los Presupuestos, la pregunta vuelve a ser si la legislatura acabará abruptamente o llegará a su término natural.
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Y, por si la disyuntiva no estuviera claramente planteada, el viernes la explicitó el secretario general del PSOE al registrar en el Congreso, sin encomendarse a dios ni al diablo, una moción de censura con el fin, no de disolverlo y convocar elecciones en plazo fijo, sino de «gobernar en minoría» con el incierto apoyo coyuntural de quienes se avinieran a investirle en la sesión parlamentaria. Logró con ello que las miradas se volvieran, de un Mariano Rajoy atrapado en una situación insostenible, hacia el propio Pedro Sánchez, que se ha colocado, dos años después, en la endiablada situación en que se encontró cuando quiso formar un gobierno que, por la heterogénea extracción de sus socios, fue calificado de Frankenstein. Y es que, una vez excluido Ciudadanos, que ha dejado claro que sólo apoyaría la moción si fuera de carácter instrumental, es decir, si valiera en exclusiva para convocar las elecciones que Rajoy ya no puede constitucionalmente convocar, los apoyos que el líder socialista tendría que recabar para lograr la necesaria mayoría absoluta serían tan contradictorios que la tarea le resultaría poco menos que imposible.
No voy a repetir lo que todo el mundo sabe que ocurrió en el pasado. Vayamos a la actualidad. Muy poca imaginación se precisa para predecir qué le pedirían hoy, a cambio de su voto, unos soberanistas catalanes a cuyo líder Sánchez ha llamado nada menos que «racista» y contra cuyas reivindicaciones se ha declarado tan dispuesto o más que Albert Rivera a reeditar, extendiendo su aplicación, el denostado artículo 155, por no mencionar el espinoso asunto de los políticos presos o fugados. De otros ni siquiera haría falta echar mano de la imaginación para predecir sus exigencias. EH Bildu, por ejemplo, ya las ha puesto sobre la mesa con el nombre de derecho a decidir. Y pocos pensarán que el PNV esté dispuesto a hacer una nueva pirueta después de haber dejado maltrecha su palabra por unos Presupuestos cuya ejecución quedaría en suspenso si tuviera éxito la moción. No es, por esto, de extrañar que, en la conferencia de prensa que ofreció tras su anuncio, Mariano Rajoy, haciendo gala de su acendrado cinismo, se permitiera el lujo de dedicarse a vapulear de modo inclemente al secretario general de los socialistas, en vez de a disculparse con la debida humildad por las vergüenzas que la sentencia de los jueces acababa de confirmar de manera oficial.
Flaco favor ha hecho, pues, al país, y se ha hecho a sí mismo y a su partido, el secretario general de los socialistas al registrar, sin antes apalabrarla y en los términos equivocados, una moción de censura que, articulada de otro modo, quizá podría haber contribuido a alcanzar los nobles objetivos que sus promotores declaran. Y es que las cosas han llegado ciertamente a un punto en que la continuidad del Gobierno se ha hecho difícilmente sostenible y la llamada a las urnas se presenta como la menos mala de las opciones. Pero, si así son las cosas, una moción de censura abocada al fracaso resulta ser lo más inadecuado. Vistos los intereses que se mueven en el Congreso, la única censura con visos de éxito sería la instrumental con miras a la celebración de elecciones a plazo fijo y acordado. A no ser que, por un imposible, Mariano Rajoy se aviniera él mismo a convocarlas pactando previamente con Pedro Sánchez la retirada de su iniciativa. Y, aunque en la actualidad nadie quiera enfrentarse a las urnas, quizá nadie pueda tampoco evitarlo, aunque sólo sea para no defraudar las expectativas que todos han creado al calificar la situación de insostenible. En cualquier caso, sea con elecciones o sin ellas, el futuro del país se presenta precario.
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