«Juan Mari era muy valiente, su asesinato fue el golpe más duro»
La ministra de Defensa, Margarita Robles, reivindica la memoria de su colaborador y amigo, el ex gobernador civil de Gipuzkoa, a los 25 años de su asesinato a manos de ETA
El asesinato de Juan Mari Jáuregui el 29 de julio de 2000 fue un tremendo mazazo en la sociedad vasca. Al cumplirse 25 años de ... aquel crimen cometido por ETA, la necesidad de rescatar su memoria se convierte en un imperativo moral para los que le conocieron y apreciaron. Margarita Robles, ministra de Defensa, recuerda que 48 horas antes de su asesinato mantuvo una conversación telefónica con el ex gobernador civil de Gipuzkoa entre 1994 y 1996. Robles había sido secretaria de Estado de Interior.
En aquel diálogo, el 27 de julio de 2000, de unos pocos minutos, la entonces magistrada de la Audiencia Nacional estaba en su despacho. Tenía prisa. Jáuregui, que era delegado de Aldeasa en el aeropuerto de Santiago de Chile, había vuelto a Gipuzkoa unas semanas. «Me voy de vacaciones y necesito organizar cosas del trabajo», señaló ella. «¿Dónde vas?», replicó él. «Me voy diez días a Irán», respondió. «¡Pero, cómo se te ocurre, con el riesgo que supone viajar allí!», le señaló con cierto tono de cariñoso reproche.
Noticias relacionadas
Robles aún se lamenta del poco tiempo que tuvieron para hablar. Quedaron en verse en agosto, antes de que Jáuregui regresara a Chile. «Juan Mari quería cambiar de destino, se encontraba demasiado lejos», confiesa la ministra, que recuerda milimétricamente aquellas palabras. De hecho, estaba previsto que el 5 de agosto viajara a Buenos Aires y que después del verano se incorporase como subdirector del área internacional de Aldeasa al aeropuerto de Madrid Barajas. «No tenía miedo, y a veces era un poco ingenuo, pero nos ha dejado como mejor legado la Euskadi en paz por la que soñó y luchó, una Euskadi en la que han desaparecido los tiros en la nuca», asegura en declaraciones a este periódico. De hecho, admite que su asesinato fue quizá «uno de los golpes personales más duros» en la medida en que, además de antiguo colaborador, era un gran amigo. «Cuando al poco tiempo viajé a Chile y en el aeropuerto de Santiago vi las instalaciones de Aldeasa, en donde tenía que verme con Juan Mari, fui más consciente de aquel sinsentido tan atroz».
Hacia la una de la tarde de ese sábado 28 de julio, la entonces magistrada recibió una llamada del periodista Fernando Lázaro, uno de los investigadores del 'caso GAL', ya fallecido, con el que tenía una buena relación personal. «Margarita, a Juan Mari le han pegado un tiro, está debatiéndose entre la vida y la muerte». Jáuregui moriría a los pocos momentos. Horrorizada, Robles llamó a un dirigente de la izquierda abertzale con el que tenía cierta relación para confesarle su desolación y su rabia. El asesinato era, además, una carga de profundidad contra quienes en el seno del Partido Socialista tendían puentes en busca de una salida dialogada.
Los puentes rotos
Robles destaca el compromiso contra el terrorismo y por la democracia de Jáuregui en una época en la que ella misma, con un grupo de colaboradores -encabezado por el comisario de la Policía Judicial Enrique de Federico- había emprendido una batalla para 'limpiar' las cloacas de Interior. Jáuregui era una pieza en el equipo que se enfrentó al entonces jefe de Intxaurrondo, el teniente coronel Enrique Rodríguez Galindo. Fue ella la que se presentó en el acuartelamiento de la Guardia Civil para anunciar que «se había terminado eso de trabajar con red», en alusión a la cobertura que tenían los agentes antiterroristas por si 'se les iba la mano' en la lucha contra ETA.
El mismo Jáuregui tendió un cebo a Galindo mientras comían juntos al decirle que sabía que al día siguiente un periódico iba a publicar la exclusiva del 'caso Lasa y Zabala', que provocó que su interlocutor se levantase de la comida apresuradamente.
Robles recuerda a Jáuregui. «Un demócrata valiente, un vasco honesto e íntegro, su compromiso era una Euskadi en la que no hubiera más muertes, y eso lo ha conseguido». Y subraya su legado en defensa del diálogo, de la negociación y de la palabra. «Él trabajó por todo ello, como tantos otros demócratas», señala. Más aún, precisamente cree que le asesinaron «por tender puentes». Lo mismo que cuatro meses después harían con Ernest Lluch, exministro de Felipe González.
El asesinato se produjo en plena resaca de la ofensiva Oldartzen. ETA intensificó aquel año su estrategia de intimidación contra los sectores no nacionalistas, en especial PP y PSE, aún bajo el efecto demoledor de la ruptura del Pacto de Lizarra, del que la banda terrorista responsabilizó a PNV y EA. ETA se ensañó contra algunos referentes del socialismo partidarios de ensayar una salida dialogada. Sabía que eso generaba graves tensiones en el PSOE y que ponía en peligro la relación entre los socialistas y el PNV, que se proponía quebrar a toda costa. El PSE se endureció y Jáuregui era crítico con su estrategia. «El único referente audaz es Odón Elorza», confesó minutos antes de recibir dos tiros en la cabeza.
Jáuregui, que militó en el PSOE procedente del Partido del Trabajo y del PCE, era muy consciente de que había que buscar cuanto antes una solución negociada al problema del terrorismo. Sabía que una nueva generación muy joven, muy fanatizada y muy radicalizada, se estaba enrolando en ETA sin ninguna memoria del pasado, como la que podían tener los militantes más veteranos de su época.
La primera vez que fue detenido fue por su oposición al proceso de Burgos en 1971. El hoy expresidente del PSE Jesús Eguiguren propuso su nombramiento como gobernador por su perfil -un hombre de izquierdas y euskaldun- que buscaba también abrir el PSE al mundo nacionalista y legitimar al Estado en esa parte de la sociedad vasca.
Durante su mandato no exteriorizó el pulso que mantuvo con Galindo, aunque fue en el juicio a este último, cuando Jáuregui ofreció, ya fuera del Gobierno Civil, un testimonio que pudo ser clave en el juicio por el 'caso Lasa y Zabala'. Después de intervenir, confesó a su mujer: «Me van a matar, no sé si ETA o Galindo». Hace unos meses, el historiador Luis Castells reveló un episodio muy extraño que le relató la propia Maixabel Lasa, esposa de Jáuregui, que narró cómo fueron manipulados los mandos de la cocina de gas de la residencia de La Cumbre, en la que entonces vivía el gobernador civil y que estaba custodiada por la Guardia Civil. «Estaban los mandos abiertos», dijo. Afortunadamente, Lasa sabía que lo último que hay que hacer en estos casos es encender un interruptor porque puede saltar todo por los aires.
«Maixabel ha seguido con la labor de Juan Mari», apunta Robles, que destaca la extraordinaria apuesta que ha hecho por la paz, la convivencia y la reconciliación en el seno de la sociedad vasca a pesar de no provenir estrictamente del mundo de la política. La ministra de Defensa confiesa que no ha visto completa aún la película Maixabel, solo a trozos. Le parece «muy duro» el diálogo entre Lasa y el terrorista que participó en el asesinato de su marido. «No he podido», admite.
En alguna ocasión, Robles reveló la angustia que sintió en Interior entre 1993 y 1996 con los atentados terroristas. «Te levantabas por la mañana, sabías que había habido un atentado, personas asesinadas gratuitamente, sin razón y sin sentido. Ese dolor gratuito que genera el terrorismo... el no poder hacer nada, eso fue durísimo. En lo personal, yo perdí a un amigo y colaborador, una de las personas que más ayudó a resolver el 'caso Lasa y Zabala'». Robles evoca el sincero compromiso de Jáuregui por haber abierto caminos que, con el tiempo, han llevado al final.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión