Informar en tiempos de polarización
Como en la guerra, en tiempos de polarización la información puede caer en la tentación de cambiar objetividad por militancia y alinearse con uno de los bloques enfrentados
Visto lo visto en la invasión de Ucrania, se confirma por enésima vez que, en la guerra, la primera víctima es la verdad. Fuera del ... hecho indudable de quién es, en esta que sufrimos, el agresor y quién el agredido o cuál es el lado bueno y cuál el malo, lo demás que se nos cuenta suscita no pocas dudas de credibilidad. La información es una más de las armas de la guerra y, como tal, reproduce visiones de la realidad interesadas. No en vano, sus piezas beben a menudo de los «partes de guerra». Los ímprobos y encomiables esfuerzos de indagación que hacen los corresponsales son más creíbles cuando tratan de los aspectos colaterales a la contienda que cuando se refieren a sus cuestiones más nucleares, por lo general alejadas del observador y deliberadamente ocultadas, cuando no manipuladas, por los actores. Con todos los matices con que quiera adornárselo, el tópico arriba enunciado es una de las pocas verdades que se mantienen incólumes en la guerra: la verdad de la muerte de la verdad.
Una de las principales razones de esta falta de credibilidad informativa radica en la fuerza polarizadora que las guerras ejercen. No sólo en las novelas o en las películas se siente el lector o espectador forzado a alinearse con una de las partes en conflicto. La radical polarización que la guerra implica invita, u obliga, a la toma de postura. Raramente puede uno declararse neutral. Si ocurre en la competición deportiva, menos aún puede evitarse en la contienda bélica, que es la antonomasia de la confrontación. Pero no va de guerras este artículo. Sólo las cito por su valor precisamente antonomástico en los procesos de polarización. Es de la polarización política como agente de contaminación informativa a lo que quiero referirme.
Toda política democrática tiene algo, o mucho, de contienda. Pero, en su proceder más digno, se contiene en una difícil tensión entre enfrentamiento y cooperación. La combinación de ambos extremos es el test de su calidad. La rivalidad democrática entre partidos no llega ni a la exclusión del rival ni, menos, a su destrucción. La asunción de la alternancia es, de algún modo, el freno que la detiene antes de derrapar. En la política de nuestro país, en cambio, la rivalidad se ha polarizado de tal manera que ha adquirido peligrosos tintes de exclusión y destrucción del adversario como del enemigo. Ha sido un proceso de largo recorrido, pero exacerbado de modo notable en la última década. El llamado bloquismo es su versión más consumada. La irrupción de partidos en cada margen exterior de los tradicionales ha tirado de ellos hacia sus respectivos extremos, creando dos bloques de carácter que se muestran irreconciliables. La acusación de traición que los extremos lanzan contra sus adjuntos cada vez que éstos osan traspasar la raya que separa los bloques paraliza cualquier movimiento dirigido al entendimiento. Los partidos se definen más por el bloque en que se alinean que por su proyecto. La «mayoría de progreso» no es ya una descripción, sino una adscripción irrevocable que se contrapone a la de «las derechas». Quien de ellas se salga traiciona. No hay matices en la política del país.
La política no es, por su parte, una actividad ensimismada, sino que se expande con una fuerza contaminante que ejerce sobre quienes por ella se interesan o de ella y para ella viven. Entre estos últimos destacan los medios de comunicación. La polarización política los arrastra hacia un descarado o disimulado alineamiento militante. La verdad, que debería constituir su objetivo, resulta ser con frecuencia, como en la guerra, la primera víctima. Dándole la vuelta al dicho de Clausewitz, política e información continúan la guerra por otros medios. Una vez seleccionado el dato, se presenta al receptor la noticia amañada de opinión que lo predispone a la toma de postura deseada.
Se llega así al final más deplorable. El ciudadano, o bien se deja llevar, o bien cae en el desistimiento y la incredulidad. Muerta la verdad como objetivo de la búsqueda, lo que queda es el fanatismo. Cada uno busca en la información lo que cree única verdad -sesgo de confirmación, lo llaman- y nunca falla en su búsqueda, porque siempre hay quien se lo ofrece y alimenta su creencia. Y entre disidentes y fanáticos, desencantados y entusiastas, ganan -de todas, todas- quienes se avienen a ser el último eslabón de la cadena de política, polarización y medios, para mantener en auge, como electores, el bloquismo frentista que hoy sufrimos.
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