Un sentido europeo
Las grandes transformaciones tecnológicas y económicas del siglo XIX (la revolución de la comunicación de masas y el transporte, la invención de la impresión litográfica ... y la fotografía, el auge del sistema del libre mercado…) fueron fuerzas motrices que subyacieron tras la creación de una cultura europea, un espacio supranacional de circulación de las ideas y las obras de arte que se expandía por todo el continente.
Esta realidad que describe Olando Figes en su libro 'Los Europeos' se ha reproducido desde entonces con las grandes innovaciones que las sociedades contemporáneas hemos ido abrazando como consecuencia del intercambio de conocimiento. Se trata de la idea ilustrada de que los grandes avances de la civilización se han producido durante los periodos de avance de la educación universal, de mayor internacionalismo, cuando las personas, las ideas y las creaciones artísticas han circulado libremente entre las naciones.
Asistimos desde un tiempo a este parte -antes incluso de la llegada de Trump a su segunda presidencia- al auge de una fuerza imperialista que se manifiesta en tres potencias, China, Rusia y EE UU, que compiten entre sí, pero que tienen en común su voluntad de provocar un cambio de época: enterrar la primacía occidental del universalismo, el multilateralismo, la cultura de la cooperación y de los valores de la democracia para afianzar un orden que atienda exclusivamente a sus intereses imperialistas.
Esta impugnación, como describe Andrea Rizzi en su libro 'La era de la revancha', transita diferentes caminos con objetivos que van desde el establecimiento de zonas de influencia que desea Rusia, hasta la plasmación de nuevos estándares tecnológicos que anhela China, o las ansias de anexión de nuevos territorios que EE UU e Israel exhiben sin disimulo ante una comunidad internacional que asiste sobrecogida ante la dimensión del cambio.
Es en esta pugna en la que la Unión Europea, herida en la raíz de su origen, ha de encontrar su lugar sin renunciar a sus principios. Necesitada de una brújula, una identidad centrada en el porvenir, un sentido de cohesión e integración que impulse un nuevo tiempo que le dote de significado. Un sentido que no puede basarse únicamente en la idea de mercado común y de competitividad empresarial -por muy importante que sea para garantizar el bienestar- sino que ha de avanzar hacia un proyecto político que haga frente al populismo nacionalista, a la extrema derecha excluyente, para que las clases populares no abracen los discursos de identidad nacional ante la sensación de que la esperanza se ha desvanecido y solo queda la opción del repliegue.
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