Estado de alarma y capital social
No sabemos todavía cómo va a influir en nuestro progreso la suspensión de las relaciones sociales con desconocidos. Sabemos que el capital social mide el ... grado de confianza que tienen los individuos en el resto de individuos con los que comparte la misma comunidad. Las medidas necesarias para luchar contra el coronavirus están erosionando claramente ese capital social que siempre se había considerado como una condición necesaria para asegurar el riego de nuestro sistema democrático.
El afecto, la colaboración mutua y el crecimiento de tus redes sociales ayudaban a la materialización de la igualdad de oportunidades para los proyectos individuales de cada persona independientemente de su origen. Por desgracia, llevamos demasiado tiempo interpretando al desconocido como un enemigo y nadie se acuerda ya del espejismo de los balcones aplaudidores como síntoma de solidaridad en la respuesta común al coronavirus.
La realidad es que el otro comienza a ser visto como irresponsable, como una amenaza o como un virus. En los colegios se castiga por compartir, en las universidades se recomienda no socializar con los nuevos, el círculo estable de confianza se ha reducido de tal manera que nadie recuerda la última conversación que tuvo con un desconocido en un metro, en la sala de espera de un consultorio o en los demonizados bares y la satánica noche.
Porque hay que recordar que la noche también era un espacio propicio para la innovación y para la puesta en marcha de proyectos rompedores. Los diseñadores de ecosistemas que intentan favorecer el emprendimiento, la atracción de talento y la relación entre la vanguardia de diversas disciplinas saben que necesitan de la socialización callejera entre distintos. Las mejores ideas a veces aparecen en el segundo gin tonic de una noche mágica. Y no solo en los ambientes creativos. Físicos, matemáticos, estudiosos de los cromosomas o de los ciclos económicos han encontrado en el ruido que produce la vida y los encuentros casuales respuestas y avances para sus propias investigaciones que han contribuido al progreso de la sociedad.
Estoy de acuerdo con la necesidad de un estado de alarma que ampare la restricción e incluso la suspensión de la vida social para protegernos de los efectos terribles de la pandemia. Pero creo que también es pertinente el debate sobre lo exagerada de su duración en su planteamiento inicial. Seis meses parecen muchos no solo desde el punto de vista del control parlamentario y de la separación de poderes. A mí me preocupa la normalización de la erosión del capital social que nos puede hacer más individualistas y más débiles como sociedad para poder enfrentarnos juntos a todos los retos que tenemos por delante, incluido el aprendizaje a vivir en tiempos de pandemia.
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