Qué dirán de nosotros cuando no estemos
ANÁLISIS ·
Crisis económico-financiera, pandemia y guerra han clausurado nuestro presente y abierto un nuevo ciclo que tiene todos los visos de resultar más tumultuoso que el que acabaEl presente lo hacemos y vivimos quienes lo habitamos, pero su relevancia en el devenir de la Historia se nos escapa. El ajetreo de los ... acontecimientos nos confunde más que ilustra, sin darnos tiempo a evaluar su dimensión ni a predecir su destino. Sólo el futuro y la posteridad pueden hacerse cargo del presente y valorar su trascendencia y aportación históricas. Si se trató, por ejemplo, de una fase de mera transición o supuso, en cambio, un shock traumático que lo definió por haber dado un giro radical a la Historia y merecer nombre propio en sus anales. Hay presentes, sin embargo, que resultan tan clamorosamente excepcionales y reúnen sucesos tan impactantes, que hasta quienes los habitan son capaces de vislumbrar, sin esperar al futuro, que apuntan al fin de un ciclo y al inicio de otro, aunque de aún incierta naturaleza.
A esta segunda clase pertenece, creo yo, el presente que nos ha tocado habitar. La crisis de carácter económico-financiero que comenzó en 2008 y aún no ha sido del todo superada, el tremendo golpe de la pandemia que, tras dos largos años de angustia, todavía nos intimida y la injusta y cruel invasión de Ucrania que, iniciada el pasado 24 de febrero, augura una duración indefinida son los eslabones de una cadena que encierra nuestro presente en una vorágine de acontecimientos que rara vez se han dado cita en el mismo tiempo y amenazan con el inicio de un ciclo histórico que aún no podemos nombrar, pero sí asignarle un significado catastrófico.
A la cantidad se añade la calidad de los citados acontecimientos. Como si hubieran sido ideados con certera alevosía por quien peor nos quiere, se han puesto por diana los puntos más sensibles de nuestra vida personal y del orden social en que ésta se desarrolla. Así, la aún no superada crisis económico-financiera ha depauperado en tal grado la calidad de vida de los más débiles y desordenado hasta tal punto el sistema en que se sustenta, que aún está esperando, para resarcirse, la nunca emprendida «refundación del capitalismo» que tan cínicamente prometió Sarkozy. Por su parte, la pandemia ha puesto al descubierto las vergüenzas de unos infradotados sistemas de cuidados, desde la sanidad hasta los servicios sociales, y dejado al desnudo la precariedad de una globalización que, con su poco previsora deslocalización de los centros de producción, ha desabastecido de bienes esenciales a muchos países que se dicen desarrollados. Y, finalmente, la invasión de Ucrania, además del infinito sufrimiento que está causando en los que directamente la padecen, ha puesto literalmente patas arriba el siempre frágil orden mundial de convivencia pacífica, así como las bases de su economía y comercio, entronizando la fuerza bruta y brutal en el lugar que han dejado vacío la negociación y el Derecho.
Este persistente enervamiento de las fibras más sensibles que mantenían, mal que bien, el sistema está sembrando de incertidumbre y angustia la conciencia del mundo. Se han caído las certezas adquiridas tras el trauma de la Segunda Guerra mundial y extinguido los liderazgos que las gestionaron. La irrelevancia en que está sumida su más preciada criatura, la ONU, sirve de símbolo de una época gobernada por la arbitrariedad y la ley del más fuerte. Tiempos propicios, pues, para charlatanes y fanfarrones como los que hoy proliferan en los gobiernos. Y todo ello con la complicidad, que no la complacencia, de una ciudadanía exhausta que, abandonada toda esperanza y profundamente desengañada, ha optado por un sálvese-quien-pueda que deja el campo libre a quien quiera ocuparlo con las más perversas de las intenciones.
Algo dirá de todo esto la posteridad que nos suceda. Se mostrará, sin duda, comprensiva con nuestro presente por sus últimos días tan traumáticos. Pero no dejará de preguntarse cuál es el nuevo ciclo que le entrega tras haberse derrumbado el viejo. La Unión Europea será, en este caso, la interpelada. Y podrá responder que si falló en la crisis, logró, a cambio, reponerse en la pandemia y desplegar toda su energía en la guerra. Habrá estado así a la altura de sus valores fundacionales. Y le habrá entregado lo mejor que tenía a una posteridad que tendrá que enfrentarse, con mayor determinación, si cabe, a unas amenazas cada día más envalentonadas de autoritarismo, populismo y desprecio al Estado de Derecho y la Democracia. Aún podrá, pues, servirles de refugio a los ciudadanos de esta parte del mundo. Ella misma es el mejor legado de nuestro terminal presente.
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