La campaña de acoso a los partidos ahonda la brecha entre PNV y EH Bildu

A mediados de mayo, la tensión ya era máxima. La gestión de la pandemia y la insinuación, luego confirmada, de que el lehendakari quería convocar las elecciones en julio centraban un debate en el que Bildu buscaba aparecer como una alternativa sólida, que se había desprendido de la carga que siempre le ha impedido superar su propio techo de cristal: la violencia.

La pelea política se trasladó incluso al Congreso, donde Bildu ha intentado jugar a la misma partida que desde hace años domina el PNV. La de alcanzar acuerdos con el Gobierno a cambio de algo tangible y que pueda tener venta en su electorado, ya sean transferencias o la derogación de la reforma laboral.

Hasta que el 10 de mayo Patxi Ruiz, que cumple condena en Murcia II por el asesinato del edil de UPN Tomás Caballero, inició una huelga de hambre. Expulsado de ETA en 2017 por cuestionar la estrategia de terminar con la violencia, es uno de los pocos miembros de la banda que ha apoyado de forma explícita al Movimiento pro Amnistía (ATA), que aglutina a los disidentes.

La protesta pasó desapercibida en un primer momento. De hecho, la acción más grave hasta la fecha se produjo solo tres días después -la quema de un cajero en Ea que obligó a desalojar a siete vecinos-, aunque casi nadie le prestó atención. Pero desde entonces la ola de sabotajes ha cogido aire y se ha centrado en los partidos. La cifra de batzokis que han sido pintados ronda la treintena; la de las casas del pueblo, la quincena; también la casa de Idoia Mendia y Alfonso Gil; sedes de Podemos; un autobús, mobiliario urbano...

EH Bildu y Sortu se han desmarcado de esas acciones y las han rechazado en varias iniciativas municipales, pero no las han condenado de forma expresa y han evitado que salgan adelante declaraciones institucionales. El argumento lo explicó el jueves Arnaldo Otegi y es similar al que usaba la izquierda abertzale con los atentados de ETA: «No vamos a estar al juego de unos y de otros». El propio líder de la coalición soberanista apuntó a los miembros de ATA como autores de los sabotajes -«todo el mundo sabe quién está detrás»- y desde el conjunto de Bildu se subraya que ellos mismos son víctimas, y como ejemplo ponen que también fue pintada una sede de Sortu y que en algunas manifestaciones se gritan consignas como 'PSOE carcelero y Bildu colaborador'.

En la izquierda abertzale hay cierta preocupación por varios motivos. Y uno de ellos es que saben que están entre la espada y la pared: una condena expresa les enfrentaría con una parte de la militancia y de los presos, que sin apoyar a ATA tampoco ven del todo mal aumentar la presión, y no hacerla les sitúa de nuevo en el pasado y ralentiza su estrategia para dejar atrás las «consecuencias del conflicto».

Pero desde el resto de partidos creen que, más allá de la autoría concreta y de los juegos de equilibrios y tensiones internas que está sufriendo la izquierda abertzale por esta cuestión, lo que subyace es que Bildu mantiene unos vínculos con el pasado de los que no puede desprenderse. Eso limita cualquier intento de aparecer como una alternativa real al PNV y eso es, precisamente, lo que trata de subrayar la formación jeltzale.

A través de los comunicados de condena y de las declaraciones de sus dirigentes, el PNV ha insinuado que detrás de esos ataques podría haber miembros de EH Bildu. «Es una mezquindad y tratan de hacer de Cayetana Álvarez de Toledo, pero aquí», afirmó Otegi el jueves. El viernes le respondió Ortuzar: «Quien estaba hablando como Cayetana Álvarez de Toledo, era él, no era yo. Te pintan los batzokis, eres el agredido y parece que eres tú el culpable».