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El camarero de Rajoy

El líder del PP se refugió en un restaurante con su equipo en plena moción de censura. Solo los camareros saben qué pasó allí

jon uriarte

Sábado, 2 de junio 2018, 11:09

Es viernes. Son las 8:30. Y está cerrado. De hecho, tiene corridas las cortinas. Nada vemos de su interior. Una pena. Porque tiene su encanto. Lleva abierto poco tiempo. Aunque en Madrid ya es mucho. Pongamos tres años. Nunca fui bueno fijando fechas. Pero detecto al instante si una barra merece codo. Y esta lo cumple. Su amplio ventanal ofrece buena perspectiva del local y lo puede comprobar el paseante. También se avista parte del comedor principal. De los privados nada. Pero se intuye. Por eso el jueves nadie pudo ver a Mariano Rajoy. Ni a su equipo. Y tampoco a su camarero. La persona que vivió en directo las misteriosas últimas horas de un hombre que dejaba de ser presidente.

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Mi suegra dice con sorna que todos los que me saludan por la calle, hombres o mujeres, son tasqueros. Dueños o empleados, pero gente de servilleta y bandeja. Y siempre le respondo que no hay mejor escriba que un camarero. Valen más, siempre pasa, por lo que callan que por lo que cuentan. Y los del Arahy de Madrid han sido testigos de un momento histórico. No todos los días atienden a un presidente abatido por una moción de censura. De hecho es la primera vez que sucede en la democracia española. De ahí que, al día siguiente, hubiera todavía cámaras de televisión frente al local. Es lo que tiene la pequeña pantalla. Si eres reportero debes estar preparado para meterte hasta el ombligo en un río desbordado o plantarte ante un restaurante que tardará horas en abrir. Todo sea por rellenar minutos. Aunque esta vez se entiende. Los bares han hablado más que los políticos. Si no me creen, repasemos los hechos.

Por un lado, la cúpula del Partido Popular se va a comer y acaba alargando la sobremesa hasta que el café se mezcla con la cena. Si es que hay hambre. Porque los disgustos encogen el estómago. Pero si no es el diente que al menos se mueva la garganta. Los chupitos digestivos son como las pipas. Todo es empezar. O pides más hielo para la copa y acabas perdiendo la cuenta de cuántas veces te la han rellenado. Lo único que sabemos seguro es que la vicepresidenta no pagó. Se había dejado el bolso en su escaño. Demasiado confiada. Se ve que no teme que le roben. Visto el panorama parece una actitud muy osada. Ella sabrá. Y también el camarero. Hablo en singular porque uno ha sido tasquero y sabe que, en restaurantes con salones privados, dos bandejas son multitud. Así que esa persona, lo imagino hombre y no me pregunten la razón, tuvo que ver y escuchar lo que jamás nadie contará. Puede que con el paso del tiempo haya alguna filtración. Pero serán retales escuetos, más llenos de recuerdos que de verdad. Por eso me he acercado al local. Luego les cuento más. Ahora vayamos a Sabin Etxea.

El olfato de los camareros

No hay periodista foráneo que haya cubierto unas elecciones y no conozca los comedores de la sede del PNV. Y su barra. Donde los bocatas son legendarios. No lo digo yo, lo contaban por la radio el viernes, apenados por la situación. La cafetería estaba cerrada. Interesante. Clavadito a la formación jeltzale, que hizo piña y no soltó prenda hasta que habló con los interesados y quedaba poco para subir a la tribuna. Además, al menos los cinco del Congreso, no llevaban cara de celebraciones. Por eso, casualidad o no, venía a ser una metáfora. De ahí que aquí también me acordara de las camareras y los camareros del local. Gente capaz de oler en el ambiente si el escaño que baila irá al PNV o no y hacer más tortillas. Intuición de bar. Ya ven que lo tengo claro. Y si quieren una tercera prueba, vayamos a los locales cercanos a Ferraz.

Hay varios. Dependiendo de la familia socialista se frecuenta uno u otro. El jueves por la noche ya se percibía emoción contenida. Y el «te apuesto a que al final cae Rajoy y ponemos a Sánchez» cobraba fuerza con cada ronda. También la mañana del viernes, cuando el café se alargó hasta quedarse helado. No se puede estar al wthatsapp y sorbiendo. Además el móvil ardía. Total que los camareros iban confirmando las sospechas. Pedrito, que la primera vez que vino por aquí era un crío de las juventudes socialistas y que celebró con unas cañas que empezaba de concejal en Madrid se ha hecho un hombrecito y se va a vivir a La Moncloa. Parece que fue ayer cuando dimitía y se iba a hacer su propio Easy Rider. Pero cosas más raras se han visto desde el otro lado de la barra. O entre mesas. Así que volvamos a Bilbao.

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Los casos surrealistas

Pongamos que hubo un restaurante en la villa donde se coció parte de la famosa transición. Hubo otros. Pero a este lo conocí muy bien. Tenía una larga barra en la planta baja, una entreplanta con dos comedores y otra más con un tercero. Añadamos una bodega y, aquí está la clave, un pequeño txoko. En realidad era una estancia abovedada con una mesa ovalada, un teléfono y un timbre para llamar al camarero. Nadie más podía entrar. Por eso la eligieron los jugadores del Athletic de los años 70 y 80. O los directivos de importantes empresas. Incluso amantes furtivos que buscaban discreción. Y, entre unos y otros, los políticos de entonces. Había tortas por conseguir una reserva. Se dieron casos tan surrealistas como que comieran los miembros de EA, recién provocada la escisión en el PNV, y pidieran con sorna Viña Ardanza. Que es gran vino y nada tenía que ver con el lehendakari, pero no dejaba de tener su coña. O que años antes reservara el PSE un día y lo anulara después para acabar cenando la gente de UCD. Y, como digo, solo entraba un camarero. Jamás soltó prenda. Pero podría escribir mil libros. Por eso no puedo evitar recordarle hoy cuando he entrado en el Arahy.

Ha sido una tentación imposible de esquivar. El comedor estaba lleno. Quizá por ello, no había nadie en la barra. Hasta que ha aparecido un camarero. ¿Y si fuera él? Le he mirado a los ojos. Ni un ápice de pista. Así que he repasado la carta. La especialidad es el atún rojo. Seguro que lo ponen de cine. Pero si es noticia estos días y la gente otea desde fuera es a causa de otro pescado. Por el bacalao que se montó el viernes mientras caía un presidente. De verdad, háganme caso. Escuchen menos a los periodistas, politólogos y tertulianos y hagan más caso a los camareros. Yo estoy en ello.

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