El mitin que organizó Esquerra el domingo en Girona con Arnaldo Otegi como estrella invitada es uno de los ejemplos más alucinantes de política líquida ... que hayan visto estos tiempos convulsos. Vayamos por partes, y empecemos por lo más, digamos, evidente. Por la propia decisión del líder de EH Bildu de franquear el confinamiento perimetral para hacer campaña en Cataluña, 'al costat de la gent' pese a la virulencia de la tercera ola, mientras el resto de líderes vascos se han conformado con el zoom. Cuando EH Bildu sostenía, a finales de abril, que hablar de elecciones (las vascas del 12 de julio) estaba «fuera de lugar», se contabilizaban 352 contagios diarios en Euskadi, que bajaron a 31 en vísperas del 12-J. El día que Otegi viajó a Girona -domingo- la estadística escupía un saldo de 621 nuevos casos, una cifra que ese viernes había ascendido a 947.
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La comparación viene a cuento a título de anécdota, no de categoría, porque una vez que la convocatoria, que ERC llegó a atribuir a un contubernio del 155, sigue vigente, el excarcelado Junqueras tiene derecho a pedir el voto cómo y con quién le plazca si se respetan las medidas de seguridad. Y Otegi, que en primavera exigía el apagón total de la economía, a aceptar su invitación. Igual que algunos pensarán que resulta extemporáneo resaltar la ofensa que sintieron víctimas concretas de ETA al escuchar a Otegi que «no hay nada más bonito que luchar por los demás».
Sobran los comentarios. Pero ambas apostillas, accesorias o no -no lo parecen en absoluto-, resultan reveladoras de que la hemeroteca, y con ella la coherencia, se han convertido en trastos prescindibles. La narrativa política se ve sometida a una aceleración permanente, que el jovencísimo filósofo mexicano Luciano Concheiro, discípulo de Zizek y habitual en los discursos de Otegi, atribuye a la feroz maquinaria del 'turbocapitalismo'. El domingo volvió a citarle, pese a que el relato de la izquierda abertzale respecto a Cataluña también ha caído en esa «reinvención del capital político de un día para otro» que señala el pensador.
Por ejemplo. Otegi exhibió, en plena fiebre del 'procés' y de los referendos, abierta cercanía con la CUP y con su dirigente David Fernández. Consumado el 1-O, visitó a Puigdemont en su refugio bruselense y se abrazó a Torra en el Kursaal. Cuando la vía unilateral fue perdiendo 'punch', empezó a mirarse en el espejo de ERC y a virar hacia un independentismo posibilista con vocación de ser decisorio en Madrid. Pero ahora que ERC está viendo las orejas al lobo y siente el doble aliento en la nuca de Illa y Puigdemont, tocaba subir el tono para intentar movilizar al soberanismo fetén. Aquello no difería mucho de una arenga de Waterloo. «Lo que habéis hecho y lo que haréis en el futuro es colosal», se desgañitaba Otegi, que remató con un refrán etíope. «Cuando las arañas tejen juntas pueden inmovillizar al león». ¿Pero no se trataba ahora de pactar con el león para copar la dirección de Estado? No intenten entenderlo. El propio Concheiro ha declarado que si él fuera consecuente echaría su libro al fuego.
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