Carlos Arias Navarro.

Un fértil fracaso

Los dos años y medio de gobiernos de Carlos Arias Navarro fueron de lo más improductivos y nefastos, auténticos 'minutos basura' del régimen franquista

Domingo, 21 de septiembre 2025, 00:07

Vistos en la perspectiva del tiempo, los dos años y medio de gobiernos de Carlos Arias Navarro (últimos días de 1973-verano de 1976) fueron ... de lo más improductivos y nefastos, auténticos 'minutos basura' de un régimen que no pretendía mantener tal cual, pero a la vez inútiles por completo a la hora de alumbrar otro diferente. Sin embargo, este es el carácter de todas las transiciones: siempre hay un proyecto que se demuestra imposible por su inadecuación a las exigencias del momento, por la impericia con que se dirige o por su debilidad para imponerse a los de otros agentes.

Publicidad

Las últimas ejecuciones del franquismo se inscriben en ese denso periodo Arias y ni siquiera son el último episodio del mismo: todavía le seguiría un repunte de la conflictividad sociolaboral en el invierno de 1975-1976 que liquidaría la oportunidad de los aperturistas evolucionistas del franquismo y daría paso a la de los reformistas del mismo, enseguida mutados en transformistas.

Arias llegó al gobierno por el 'dedazo' de El Pardo, tras el asesinato del presidente al que tenía encomendado proteger (Carrero). Promovió un espíritu de cambio (el del 12 de febrero) que diera nuevos aires al del 18 de julio, haciéndolo parecer a Europa. Ese imposible se lo negaron al alimón la oposición democrática y el sector inmovilista (el búnker), y lo erosionaron el resto de 'familias' tardofranquistas y su solemne y altiva impericia; a la que contribuyeron de manera fundamental otros como Manuel Fraga. Después, el ya rey Juan Carlos se convirtió en su principal rechazo.

Su tiempo es el de la tercera oleada internacional terrorista: la izquierdista, la nacionalista radical y la de la extrema derecha. Estas tres marcas confluyeron en 1974 y, sobre todo, 1975, un momento crítico para España: ETA, FRAP y GRAPO, y las diferentes marcas del terrorismo vigilante de la extrema derecha. A estos respondió con extraordinaria violencia, cayendo en su trampa de acción-reacción, mostrando su debilidad o permitiendo ser sustituido desde las cercanías del Estado por una violencia ilegal. Las ejecuciones de septiembre o el estado de excepción de abril de 1975 fueron la constatación de la debilidad e incapacidad de aquel régimen y de su Gobierno, en absoluto muestra de su fuerza y ni siquiera de su voluntad de castigo.

Publicidad

Garicano Goñi, uno de los duros que evolucionó pragmático desde la cartera de Gobernación, decía que «el orden no se sostiene sino al servicio de unos principios». Los diferentes reformistas del tardofranquismo no tenían claros los principios a que servían y se movían por un pragmatismo experimental: iban probando. Los que fracasaron en el intento se hicieron muy conservadores, y los exitosos luego se pasarían de modernos, pero, lo que son principios, solo los tenían sus contrarios inmovilistas.

De ahí tanta contradicción y tanta sangre en ese escaso tiempo. La reforma imposible de Arias alumbró por reacción otra factible y asumida por la mayoría como ruptura pactada, la de Suárez. La primera resultó así un fértil fracaso, pero tachonado de violencias, excesos y ejecuciones.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Accede todo un mes por solo 0,99€

Publicidad