Votar o no votar. He ahí el dilema que se le plantea al 30% del electorado vasco, junto a un 20% que aún no tiene ... claro a qué siglas otorgará su confianza en los próximos comicios municipales y forales del 28-M. La sumatoria de ambos porcentajes arroja un resultado demoscópico ciertamente inquietante que en algunos casos podría ser definitorio para la formación de mayorías suficientes o absolutas, como es el hecho de que, a estas alturas del calendario, casi la mitad de quienes están llamados a las urnas aún no sepa a quién votará o si finalmente lo hará.
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Movilizar y conquistar el voto indeciso es, en consecuencia, lo que más preocupa y previsiblemente ocupará a las formaciones políticas vascas durante los casi dos meses de campaña electoral que nos aguardan. Por lo que no es de extrañar que, antes de haberse dado el pistoletazo de salida a los mítines, las promesas y los intentos de seducción del electorado, empiecen los llamamientos a ir a votar como si no hubiese un mañana. Votar en conciencia o desde las tripas, desde la irreverencia del enfado o la obediencia de la militancia, votar para premiar o para castigar, para ejercer un derecho largamente ansiado o cumplir un deber moral y ciudadano. Con la nariz tapada o el intestino revuelto, votar a pesar de los pesares, a sigla descubierta o en secreto, para elegir a quienes queremos que nos gobiernen o impedir que gobiernen quienes no queremos.
La abstención es, por razones obvias, el principal enemigo de la democracia representativa y la invitación al voto el mantra de todo líder político que ambicione llegar al poder con la mayor legitimidad posible. Pero a menudo se corre el riesgo de recriminar a quien no vota, tratándolo como un ciudadano poco ejemplar, ante la dificultad de precisar las causas que motivan su desafección o apatía. Si escucháramos a la calle sabríamos que razones para no votar hay casi tantas como ciudadanos abstencionistas, aunque las encuestas no anticipen el dato. En nuestro caso, habrá quien la atribuya a la inexistencia de una alternativa de gobierno que se vislumbre viable, a la pérdida de confianza en las instituciones por cómo han gestionado ciertos asuntos de interés público, al desgaste por los casos de corrupción o a la percepción de que cierta clase política ha dejado de cumplir su mandato de defender el bienestar de sus representados para convertirse en una Sociedad Limitada donde los intereses que se defienden son los de los amigos y familiares de los cuadros de una determinada sigla.
Aunque toda posible interpretación sea aventurada. Como diría Winston Churchill respecto de Rusia, la abstención es «un acertijo, envuelto en un misterio, dentro de un enigma». Un fenómeno impredecible que no siempre responde a una forma activa de protesta cívica, sino más bien a una actitud resignada en la creencia de que un voto no cambia nada; de que, votemos a quien votemos, en el poder siempre seguirán los mismos; o de que, entre unos y otros, no hay gran diferencia, ignorando que la alternativa puede ser peor que la enfermedad en términos de regresión democrática.
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