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Menos delicado que en las impostadas epístolas donde se confesaba profundamente enamorado de su mujer, es en los maledicentes y rencorosos mensajes de wasap que ... van saliendo a la luz donde despunta el Pedro Sánchez más desahogado y genuino, el temible líder de temperamento iracundo, vengativo, despiadado y controlador que algunos le atribuían ya y que ahora sabemos a ciencia cierta que gasta cuando se apagan las cámaras.
Sánchez emerge como un perfecto déspota de los comentarios que intercambiaba con José Luis Ábalos, cuando éste ejercía como secretario de Organización del PSOE, cuya Secretaría General le ayudó a recuperar luego de que se viera forzado a dimitir en aquel convulso comité federal de 2016, en unas primarias libradas a degüello contra Susana Díaz, de quien el presidente se mofa en los mensajes filtrados a la prensa diciendo que «debe de estar muy jodida». Y, aunque su publicación admita un cuestionamiento ético y legal por el carácter privado de esas conversaciones, periodísticamente el acceso a su contenido es oro molido, pues no sólo ofrecen un retrato fidedigno de un dirigente algo paranoico y lenguaraz que exige lealtad incondicional a los suyos, mientras llama «pájara» a su ministra de Defensa, Margarita Robles, por contemporizar con su archienemiga Díaz Ayuso; o califica de «cuñado» a su por entonces socio de gobierno, Pablo Iglesias; sino que revelan la naturaleza de la relación entre el presidente y quien fuera su fiel escudero y brazo ejecutor de un plan concebido por ambos para desactivar y acallar toda disidencia dentro del PSOE, «marcando» a quienes discrepaban de su necesidad de «gobernar con cualquiera, a cualquier precio».
Leyéndolos es fácil concluir que Ábalos y Sánchez eran «uña y carne», como ha señalado García-Page, el único de los barones autonómicos «díscolos» que aún conserva mando en plaza. Pero frases como «hay que darles un toque» o «tienen que notar que son minoría para que dejen de tocar los cojones» al referirse a éste, a Lamban o a Fernández Vara, sugieren además un profundo desprecio del presidente hacia sus compañeros de filas y una concepción del poder más propia de un caudillo o de un capo mafioso que la de un líder de consenso.
Los mensajes publicados hasta ahora confirman que el exministro defenestrado por sus corruptelas y acorralado hoy por la Justicia actuaba como mamporrero de Sánchez en la tarea de disciplinar a sus críticos, aquejados de lo que el propio Ábalos califica de «complejo de pobres» en un alarde de «clasismo progresista» y son la prueba de que el vínculo entre ambos nunca llegó a romperse. Incluso hay quien malicia que sería él mismo quien estaría filtrándolos, para recordarle a Sánchez su unidad de destino («si yo hablo, puedo hacer caer al Gobierno»). Lo que explicaría que, aunque consideren «muy grave» que se vulnere la privacidad del presidente, desde Ferraz y el Gobierno hayan decidido esperar a que la Justicia actúe de oficio y, solo si no lo hace, iniciar acciones legales para averiguar el origen de la filtración. Sería su manera de decir: «Oído, cocina, José Luis. Sé fuerte».
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