Una vez pasado el susto de la sesión en el Senado y con la espesa nebulosa que aún envuelve el alcance y propósito real de ... las supuestas cesiones de competencias en materia migratoria que Pedro Sánchez le hizo a Junts para salvar la aprobación de los primeros decretos leyes de la legislatura, el presidente y sus ministras y ministros se deshicieron de la corbata y los tacones, y pusieron rumbo a Quintos de Mora, disfrazados de domingueros, para vivir una jornada «de convivencias» en plena naturaleza, aunque sin la emoción de ver quién escala antes la cima de una montaña escarpada o navega los rápidos de un río encabritado. Que, para chutes de adrenalina, ya tiene bastante este gobierno «humilde y laborioso» con sus agónicas negociaciones al filo del precipicio con unos socios de investidura que amenazan, día sí/día también, con dejarlo caer.
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Por no haber, ni una triste competición hubo para ver quién sopla en menos tiempo más dientes de león en la escapada campera y ecofriendly del Ejecutivo progresista que, al parecer, era solo para recargar pilas y unificar argumentarios, a fin de restar importancia al unísono a lo que Sánchez niega ahora haber concedido y que Junts sigue presumiendo de haber acordado con él.
Desde que empezamos a familiarizarnos con el concepto de la «posverdad», nos va quedando claro que en política lo que cuentan no son los hechos, sino el relato que se construye a partir de ellos, siendo el relato vencedor el que consigue hacer creer a la ciudadanía que la sigla que lo sostiene es capaz de domesticar la historia. Y es evidente que en esas andan tanto Sánchez como Puigdemont.
El primero no termina de convencernos de que el marco constitucional y europeo impiden que el Estado ceda a una comunidad autónoma el control fronterizo o la lucha contra la inmigración irregular, aunque Junts asegure haberle «arrancado» la promulgación de una ley orgánica para su «gestión integral», lo que incluiría expedir permisos de residencia e incluso fijar el cupo de inmigrantes que Cataluña está dispuesta a aceptar, cuando Jordi Turull ya le recuerda que, en todo caso, esto es pecata minuta frente a lo realmente importante: «O permite la celebración de un referéndum vinculante o colorín, colorado… y se acabó».
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Sin duda va a hacer falta mucha pedagogía si Pedro Sánchez pretende capear también este desafío con un ambigüo «sí, pero no», vaya o no vaya Puigdemont de farol. De momento Junts aprieta pero no ahoga, aunque ya empieza a producirse el previsible efecto contagio, singularmente en el PNV, cuyo portavoz advierte de que su paciencia también se agota, preguntando «¿qué hay de lo mío?» con la vista puesta en el mes de marzo (fecha límite para el traspaso de las tres competencias comprometidas en su propio acuerdo de investidura, una de las cuales es precisamente la cesión de las políticas de acogida en materia migratoria).
Habría que preguntarle al jelkide Aitor Esteban qué le parece eso de irse de acampada con tanta plancha acumulada. A lo mejor rescataba el viejo chiste de «¿pero a qué estamos, Pedro? ¿a Rolex o a setas?».
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