Pese a su agónica debilidad parlamentaria, Pedro Sánchez se resiste a dar la imagen de ser un gobernante que no gobierna, por lo que ha ... empezado el curso político en clave hiperactiva, invitándonos a andar en bicicleta y echando a rodar el plan de regeneración confeccionado a medida de los medios que informan sobre las actividades presuntamente ilícitas de su mujer y sobre el 'caso Koldo' y el 'caso Ábalos', advirtiéndonos de que la democracia (o sea, él mismo y su familia, la directa y la política) peligra, al estar siendo «asediada por campañas de desinformación y presiones a periodistas de algunos servidores públicos», como si desde que se inventase la imprenta, en la Edad Media, el sueño húmedo del poder político, con independencia de sus siglas, no hubiese sido controlar a la prensa.
Lo que hoy Sánchez llama despectivamente «la máquina del fango», mezclando interesadamente información contrastada y nunca desmentida (ni por Moncloa ni por Ferraz) con bulos y calumnias, supuso desde su nacimiento tal impulso a la creación y divulgación del pensamiento crítico que su irrupción en la vida pública generó el inmediato recelo de los monarcas absolutistas de la época quienes, al igual que el presidente del Gobierno, se afanaron por controlar y limitar su alcance conforme las verdades que aireaba eran contrarias a sus intereses. Unos siglos después, Napoleón Bonaparte decretaría que la libertad de prensa debía estar en manos del gobierno, pues «se trata de un poderoso aliado para hacer llegar a todos los rincones del Imperio las sanas doctrinas y los buenos principios. Abandonarla a su voluntad es dar la espalda al enemigo», advirtió el emperador y estratega militar galo. Y, ya en el siglo XIX, Otto Von Bismarck ordenó que la Cancillería prusiana destinara una partida presupuestaria a comprar la voluntad de editores y periodistas para convertir la información en propaganda. Asignación que fue atinadamente bautizada como «fondo de reptiles».
Así que ni la denuncia ni el plan de Sánchez para quebrar el espíritu fiscalizador de cierta prensa a la que ve como una intrusa que husmea en sus asuntos suponen novedad alguna. El poder recela del periodismo desde que el mundo es mundo, pues su función es contar lo que este no quiere que se sepa. Cuanto más independiente es la prensa de un país, mayor será la tentación de quien lo ejerce de domesticarla y ponerla a su servicio, mediante el soborno; o de silenciarla, mediante la censura o la asfixia económica. El engaño reside en hacernos creer que eso solo lo hacen los otros. Por lo que, aun admitiendo la sucia estrategia de ciertos gabinetes de prensa que tiran de presupuesto (público) para difundir mercancía averiada y proveer de munición argumental contra el adversario político a periodistas y comentaristas afines, quien esté libre de pecado que tire la primera piedra. Cualquier intento gubernamental de regular en esta materia ha de ser acogido con suma prevención, teniendo presente que la libertad de expresión y el derecho a la información están intrínsecamente vinculados a la calidad democrática.
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