Por empezar por lo obvio diré que, a estas alturas, resulta imposible no conmoverse o indignarse ante las imágenes de destrucción y muerte que llegan ... desde la Franja de Gaza. Y es lógico que así sea. La defensa de los derechos humanos es uno de los pilares básicos de la civilización occidental moderna, por lo que intentar entender o justificar tan desproporcionado nivel de ensañamiento contra la población civil, como un acto de legítima defensa, sería insensible e incívico. Pero, en principio, habíamos quedado en que estos derechos serían universales y no selectivos. Lo que significa que deberían defenderse con la misma contundencia en cualquier contexto, sin distinción de ideología, religión o interés político o geoestratégico. Cosa que no siempre sucede en la política española, donde parece haberse consolidado una defensa sesgada, instrumental y profundamente ideologizada de los mismos, especialmente entre los partidos y movimientos sociales de izquierda.
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El conflicto palestino-israelí no es el único ejemplo de ello. Lo vemos en Pedro Sánchez, con su sumisión a Marruecos y abandono de la solidaridad con el Sáhara o en el apoyo acrítico de EH Bildu y Podemos al régimen de Maduro en Venezuela y otras tiranías ideológicamente afines, como las de Cuba, Rusia, China, Nicaragua o Irán, donde se violan los derechos humanos de manera sistemática.
Todos ellos han elevado, sin embargo, su voz en defensa del pueblo palestino desde la perspectiva de la lucha global entre oprimidos y opresores, en la que Israel sería símbolo del «imperialismo occidental genocida» y Palestina, el «pueblo subyugado» al que el Ejército israelí quiere hacer desaparecer guiado por la furia exterminadora del criminal de guerra Netanyahu. Pero mientras se denuncia –con razón– la masacre de civiles en Gaza, se guarda un elocuente silencio ante las acciones terroristas que ha llevado a cabo Hamás a costa del sacrificio de la propia población gazatí, a la que ha adoctrinado y sometido a represión política, perseguido a sus minorías y usado como escudo humano desde que gobierna en la Franja de Gaza.
Nada de esto le escuchará usted decir a EH Bildu (que aún no se atreve a reconocer tampoco a ETA como organización terrorista), ni a Podemos o a Sumar, ni a Sánchez, cuyas nueve medidas anunciadas «contra Israel», sin atender a la prudencia diplomática, pretenden proyectar una imagen de superioridad moral que puede resultarle útil en la política doméstica, pero desprestigian la acción exterior de este Gobierno, convirtiéndola en un instrumento más de polarización interna.
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A este paso, pretenderán convencernos de que los derechos humanos son patrimonio exclusivo de la izquierda y no una conquista colectiva, resultado de consensos difíciles y de luchas históricas que trascienden banderas y siglas. Los derechos humanos deben ser lo que nos une, no lo que nos divide. Si la izquierda –vasca y española– quiere reivindicar su defensa deberá comenzar por aplicarlos sin excepciones, dobles raseros ni hipocresías. Porque los derechos que no se defienden siempre, no se defienden nunca.
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