La campaña más aburrida
Lánguida, apagada, anodina, carente de emoción y de ilusión, la campaña electoral vasca ni motiva ni convence de momento a la ciudadanía, especialmente a los ... vizcaínos, cuya prioridad es poder celebrar la victoria del Athletic en la final de la Copa del Rey a su vuelta de vacaciones de Semana Santa, demostrando así que el fútbol es hoy una religión con bastantes más adeptos que la política.
Las encuestas publicadas hasta ahora auguran un empate técnico entre los dos partidos con opción de hacerse con la Lehendakaritza, PNV y EH Bildu, por lo que la clave va a estar, dicen, en movilizar a ese electorado indeciso que representa cerca de un 20% de los votantes. El resto son habas contadas. Pero nada está saliendo según lo esperado y no todo es achacable a lo endiablado del calendario.
¿Cuestión de desgaste de credibilidad de las siglas? ¿Falta de carisma de los candidatos de quienes se pretende ofrecer una imagen tan falsa como beatífica, limitándose a repetir como autómatas un argumentario prefabricado por sus jefes de campaña que no deja margen para la naturalidad, la improvisación o las convicciones propias? ¿Exceso de cordialidad y de corrección política, para no terminar pareciéndonos a la jaula de grillos en la que se ha convertido la política madrileña? ¿Sensación de que, votemos lo que votemos, el resultado está decidido de antemano por la política de alianzas?
Sea por la razón que fuere, el tiempo se agota y los partidos vascos no terminan de caldear el ambiente ni conseguir el mínimo clima de tensión necesario para que estas elecciones autonómicas interesen a ese elector que, aun teniendo intención de acudir a las urnas el 21 de abril por conciencia democrática, no ha decidido todavía el sentido de su voto o se niega a revelarlo, bien porque considere que el sufragio es secreto o porque sienta pudor de confesar su preferencia por ciertos candidatos o formaciones políticas. Lo que se llama el «voto vergonzante», difícil de detectar por los sondeos demoscópicos y que, a menudo, suele corresponder a un «voto castigo» y/o a un «voto prestado».
Lo que me lleva a pensar que muchos de esos «indecisos» puede que en realidad no lo sean tanto pues, aun no habiendo decidido a quién van a votar en estas elecciones, saben perfectamente por quién no van a hacerlo, bien porque está en las antípodas de su pensamiento político o porque sienten que ha traicionado su confianza.
Recuperarla en cuatro semanas no va a ser tarea fácil y desde luego va a requerir de algo más que repetir en bucle una serie de eslóganes y de discursos bien intencionados, lanzar pullas o descalificaciones sobre el adversario o desempolvar viejas esencias guardadas hasta ahora con desdoro en el baúl de los recuerdos. Los ciudadanos se movilizan en base a sentimientos colectivos con los que se sienten identificados y que no es fácil activar y desactivar de forma instantánea. Recuperar la auténtica política y sus valores: la honestidad, la ética y la coherencia ideológica, resulta indispensable para devolvernos la fe en quienes viven de ella.
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