La bella Berna, Patrimonio de la Humanidad
Menos de dos horas en tren acercan desde Ginebra a esta ciudad preciosa por su arquitectura y la naturaleza que la rodea
Berna es una magnífica obra de arquitectura rodeada de verde, cuadro espectacular de trazos precisos, merecería ser expuesto en la mejor galería. Bertoldo V de ... Zähringen fundó la capital de Suiza en 1191. Dicen que no tenía claro cómo llamar al asentamiento, así que salió a cazar y decidió que el primer animal que derribara otorgaría el nombre. Atrapó un 'bär', oso en alemán, del que podría derivar la denominación, pero suena más a leyenda que a realidad, aunque como historia, queda bonita. Eso sí, tres úrsidos muy reales aguardan ahora en BärenPark, junto al río que aparece en todos los crucigramas, el Aar, cuyo precioso tono turquesa no se parece en nada al negro sobre blanco de la tinta.
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Trayecto 1:30 h.
La ciudad sufrió una de sus mayores catástrofes en 1405, un incendio arrasó 600 casas y mató a 100 de personas, entre ellas las presas encerradas en la famosa Torre del Reloj, Zytglogge, que por entonces funcionaba como cárcel. El fuego destruyó también la popularidad de este destino. Para recuperarla crearon una de sus mayores atracciones, el reloj de la torre, que luce orgulloso el título de reloj mecánico más antiguo de Europa aún en funcionamiento idéntico a cuando lo construyeron.
Cada hora una nutrida multitud de turistas se congrega para observar el ir y venir de varios personajes, hay osos, por supuesto, bufones, gallos e incluso está el dios Cronos marcando el tiempo. Un armero, Kasper Bruner, ideó el montaje que siguen contemplando, admirados, relojeros e ingenieros de todo el mundo. La ceremonia tiene lugar en la avenida principal del casco antiguo Patrimonio de la Humanidad, una calle repleta de fuentes coronadas por estatuas renacentistas, de edificios gremiales presididos por figuras simbólicas, de casas de cuatro alturas donde incluso llegó a vivir con su familia el mismísimo Albert Einstein.
Aunque las iglesias protestantes no son muy dadas a ornamentación, la de San Vicente, comenzada en 1421 pero extendida 167 años debido a once oleadas de peste, salvó su pórtico probablemente porque lanzaba un mensaje claro a la población analfabeta: «Si pecas, no te salvarán ni el poder ni el dinero». Representa, por supuesto, el Juicio Final. A un lado los elegidos del cielo, al otro los expulsados al infierno. Materializan el cómic de piedra 171 estatuillas, cada cual dueña de su propia historia, la mujer con un bebé junto al vientre, asesina de infantes; el adúltero encadenado a la infiel; el religioso atado a una chica por romper sus votos... todos camino del averno en este cómic pétreo que distrae mucho, para qué vamos a engañarles.
El disfrute celestial también tiene cabida en esta ciudad perfecta. Si el sol asoma, es fácil ver a sus pobladores sentarse sobre la hierba en los parques, jugar a la petanca, al futbolín, echar una partida de ajedrez con las cumbres nevadas de los Alpes berneses, al fondo, imagen idílica. Asomarse al Aar, junto a la iglesia principal, ayuda a comprender las diferencias de clase: arriba las antiguas casas nobles con sus jardines, abajo, antaño, el barrio de Matte, donde exiliaban las labores molestas, esas que olían o hacían ruido, las de curtidores, carniceros, carpinteros... Ahora esa zona inferior se ha convertido en una de las más caras de la urbe, ejemplo de lo mucho que cambia el mundo, todos quieren sus vistas al río.
La mejor localización para observar el espectáculo completo que regala este destino la concede el Jardín de Rosas. Desde allí se contempla un río empeñado en abrazar la ciudad que considera suya, la sitia para protegerla de intrusos y riega la tierra sobre la que se asienta este capricho de dioses edificado por humanos. La vista alcanza incluso al Bundeshaus, el Palacio Federal suizo que recuerda la capitalidad y se ha convertido en sede de una de las democracias directas más modernas del mundo.
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